11: una lista de deseos

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"Formas parte de mí, aunque no vuelva a verte nunca.

-Franz Kafka"

🌈

10 de septiembre.

El colegio había vuelto a abrir sus puertas, y aunque no me gustase, me hacía sentir bien ver a mis amigas.

En el último mes de vacaciones, había salido una que otra vez con Nolan, eran muy pocas -porque aún me mostraba dura con él- pero todos aquellos momentos que pasaba con él, me hacían acordar la razón por la que me enamoré.

Había conocido más sobre él en todo este tiempo, y cada día que pasaba se me hacía más difícil seguir con mi plan de venganza, era increíble la poca fuerza de voluntad que me quedaba. Y todavía quería ver hasta dónde era capaz de llegar.

Había pasado una hora desde que llegué del colegio. Acababa de tomar una ducha y observaba una de mis series favoritas en el televisor personal que tenía en mi habitación. Hannah Montana era mi serie favorita desde el primer instante en que la ví, y no me cansaba de verla, creo que era la quinta vez en el año en que la veía.

Había escuchado alguna vez esta frase: "uno siempre regresa a donde fue feliz" y yo siempre regresaba a ver Hannah Montana.

Pausé el capítulo cuando me entró hambre y fui directa a la cocina. Abrí la nevera e hice una mueca al comprobar que no había casi nada que se me apeteciera, así que opté por un poco de batido de chocolate y fui bebiendo de la pajita.

Escuché murmullos a lo lejos, deslicé un casco de los audífonos y maldije al darme cuenta que era. Con el batido en mano caminé rápido hasta las escaleras.

-¡Siempre es lo mismo contigo! ¡Cada vez que llegas del trabajo lo haces borracho! ¡Estoy cansada de eso! -escuché que mamá gritó.

-¡Y tú te pasas el día entero con el teléfono sin nada que hacer! ¡Y cuando llego del trabajo tengo trabajo en casa que hacer! ¡Yo también estoy cansado de eso! -esta vez papá gritó.

Negué con la cabeza, mis labios apretados en una fina línea. Llegué hacía aquella puerta decorada con pegatinas de florecitas y de la Princesa Sofía. Entré y me encontré a mi hermana con su iPad en la cama. Dejé el batido encima de su mesita de noche y ella me observó. Sus ojos color avellana me cautivaron.

-Quiero que escuches una canción que te va a gustar mucho -le dije, emocionada y me quité los audífonos.

Se lo coloqué y busqué en mi lista de reproducción alguna canción infantil y ella siguió jugando en su iPad. Solté un suspiro pesado, al menos ella no sería testigo de alguna discusión de nuestros padres, no dejaría que eso pasara.

La observé detenidamente. Adoraba a mi hermana más de lo que adoraba a alguien más. Había escuchado que el amor de madre/padre e hijo, abuela/abuelo y nieto, o incluso tíos y primos era muy bonito, pero no había nada mejor que el amor entre hermanos.

Y si. Podía pasarme horas observando su rostro. Lo que más me gustaba de Angie eran sus pecas, aquellas que tenía esparcida en los pómulos y nariz, su piel era tan blanca que muchos la asimilaban con una niña rusa, sus cejas, pestañas y su cabello eran de un rubio dorado muy hermoso. A mis ojos era la niña más hermosa del mundo, pero era un diablillo.

Compartí el batido de chocolate con ella, en ningún momento le quité los audífonos, al menos no escucharía las barbaridades que nuestros padres se dicen. Al menos tiene a alguien que la cuide de esas discusiones, y tiene una segunda madre que intenta enseñarle lo mejor posible. Me da tristeza saber que yo no tuve a nadie así.

La versión de un nosotros © (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora