Capítulo 2

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Acechador Oscuro

Su primer recuerdo eran las voces que venían de fuera de la oscuridad.

—¿Seguro que es el momento? ¿Ahora? ¿Esta noche?—

—Sí. Las madres Alas Nocturnas siempre lo saben. Y es la noche más brillante, como Vidente dijo que sería. Tres lunas llenas... ¡no hemos tenido un dragonet nacido bajo tres lunas en más de un siglo! Serpientes y ciempiés, deja de pasearte. Me dan ganas de morderte la oreja.

—Intenta algo así y encantaré todos tus dientes para que se caigan.

Una ligera pausa. —Ártico. Sólo estaba bromeando.

—Sí. Yo también.

Todavía no podía entender las palabras, pero le inundaban las emociones que brotaban de ambas mentes. Una de ellas (Mamá, lo sabía sin saberlo) estaba absorta en la preocupación, protectora, dispuesta a amar y defender y enfurecer en un momento. El otro irradiaba resentimiento y rabia fría, podrida en los bordes.

Un ruido de arañazos y sintió que el mundo se inclinaba. De repente hubo luz, tenue y suave, pero allí, más allá del muro que acababa de descubrir a su alrededor. La luz le llamaba: Sal, sal. Sal ahora mismo.

—¿Por qué los estás moviendo? —preguntó la voz enfadada. —Dejamos los nuestros enterrados en la nieve.

—Los nuestros tienen que salir del cascarón a la luz de la luna —respondió Mamá. —Deja de fruncir el ceño. Es completamente seguro. Los Alas Nocturnas han estado haciendo esto durante cientos de años.

Se oyó un golpe seco y fuerte cerca de su oído.

—¡No los toques!

Un movimiento vertiginoso, seguido de calidez y quietud.

—¿Por qué son de dos colores diferentes? —preguntó la voz que no le gustaba, tan fuerte y astillada y dentada como lo había sido el golpe. —¿Es por nosotros? ¿Tal vez ese es más un Ala Helada?

—No —dijo ella. —La mayoría de los huevos de Ala Nocturna son negros, pero los que nacen bajo las lunas llenas se vuelven plateados como este. No sé por qué ese sigue siendo negro. Deberían eclosionar al mismo tiempo.

—Algo está mal —murmuró.

—Nada —dijo Mamá —está mal con mis dragonets.

El mundo volvió a inclinarse y sintió que se acomodaba en un lugar que no rodaba ni se desplazaba tan fácilmente cuando se movía.

Ahora podía sentir algo más - otro latido, lento y constante y muy cercano. Buscó su mente, pero allí sólo había paz y tranquilidad. Nada de la urgencia por escapar que sentía. Sabía que no tenía para siempre. Ahora, eso es lo que tenía, sólo que ahora.

—Estamos demasiado arriba —refunfuñó la voz enfadada. —Podrían caerse. Esta es una tradición estúpida. Deberíamos haberlos llevado de vuelta al Reino Helado para que eclosionaran allí.

—¿Para que se congelaran justo el momento en que salieran? —dijo Mamá con ironía.

—No lo harían —gruñó. —Son mitad Ala Helada, recuerda.

—Y tu madre habría estado encantada de conocerlos —espetó. —Al menos mi familia no matará a nuestros dragonets al verlos. Nos ayudarán a protegerlos.

—Tu familia no tiene nada de qué quejarse. He traído sangre real de Ala Helada a su linaje.

Mamá siseó peligrosamente. —Ya veo. Siento mucho haberla mezclado con mi sangre de Ala Nocturna rural.

Alas de Fuego Leyendas #1: Acechador OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora