Capítulo 8

62 6 1
                                    

Braza

Braza se quedó mirando el cuchillo rojo que goteaba de las garras de Albatros. Gotas de sangre salpicaban el suelo, las garras de su abuelo, su cola.

Braza no podía moverse. Una parte de su cerebro seguía pensando: ¿Se habrá resbalado? ¿Alguien tiró el cuchillo por accidente? ¿Por qué no se levanta la reina? Albatros puede arreglarlo; lo arregla todo.

Y la otra parte de su cerebro enviaba alertas de pánico a todas las partes de su cuerpo a la vez. ¡Nada! ¡Vuela! ¡Corre! ¡Lucha!

Albatros miró el cuchillo con curiosidad, como si acabara de encontrar una nueva y encantadora mascota. Junto a la barra, el dragón que había estado cortando cocos seguía mirando confuso a su alrededor, preguntándose adónde había ido.

Los Alas Celestes reaccionaron primero, levantando el vuelo con gritos de miedo.

Albatros los miró, giró el cuchillo un momento y luego lo soltó. El cuchillo voló por el aire y apuñaló a Atardecer en el punto donde su mandíbula se unía a su cuello. Un instante después, se soltó y giró para alcanzar a Águila en el corazón.

Los está matando, pensó Braza, con la mente atrapada en arenas movedizas. Podría matarnos a todos.

Los dragones rojos cayeron a la terraza, derribando uno de los acuarios de medusas al aterrizar. El cristal se hizo añicos y el agua cayó en cascada sobre la pista de baile, donde las medusas se agacharon y aplastaron bajo las garras de los dragones que huían gritando.

—¿Puedes detenerlo? —preguntó Índigo, agarrando el brazo de Braza.

—¿Yo? —gritó. —¡No! ¡No soy lo suficientemente fuerte! Y él es mi abuelo... no puedo...

—¡Acaba de matar a tu reina y a dos Alas Celestes! —dijo Índigo.

—Pero estaba enfadado con ellos. Braza se sintió como si las palabras salieran en cascada de su boca sin comprobar antes lo que estaba pensando. —No le hará daño a nadie más, ¿verdad? Si intento algo, podría empeorarlo todo.

—No voy a correr ningún riesgo —dijo Índigo. —Tenemos que esconderte. Lo arrastró fuera del círculo de faroles hasta el sendero entre los arbustos de gardenias.

—¿Y mis padres? —dijo frenéticamente. Intentó retroceder y sus alas se engancharon en una liana. —¿Y Perla? —No podía ver a su hermana, pero a través del tumulto vio a Manta luchando por acercarse a Albatros. ¿Qué estás haciendo, Madre? pensó presa del pánico. ¡Huye! ¡Por el camino contrario! Estaba seguro de que iba a intentar calmar a Albatros. Esa era su manera de manejar todo.

—No podemos llegar a ellos —dijo Índigo —y si Albatros mata a alguien más, serás tú, claro como el agua.

—¿Yo? —dijo Braza. —Pero...

Braza miró por encima del hombro y vio a su abuelo escudriñando la terraza con sus ojos extraños y fieros. Parecía estar buscando algo, a alguien... ¿podría ser a Braza?

Detrás de Albatros, Chapoteo se abalanzó de repente alrededor de la fuente, apuntándole al corazón con una lanza.

Albatros ni siquiera la miró. La lanza se retorció en sus garras, se soltó de un tirón y se clavó en su pecho, inmovilizándola contra el suelo.

No ha terminado, pensó Braza con horror.

—Vamos —gritó Índigo, tirando de Braza para liberarlo de la vegetación. Corrieron a toda velocidad por los sinuosos senderos, dejando a su paso nubes de pétalos esparcidos. Lejos de las linternas, la isla estaba llena de sombras alargadas, esperando su momento para saltar. Una de las lunas se alzaba, enorme y baja en el horizonte, de un extraño color rojo anaranjado, como si hubiera sido teñida por el charco que rodeaba el cuerpo de Laguna.

Alas de Fuego Leyendas #1: Acechador OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora