Capítulo 13

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Clarividente

Acechador Oscuro se puso en pie de un salto y se enfrentó a su padre, azotando con la cola.

Clarividente agarró el pergamino de historia y le susurró: —Perdóname. La voz zumbona se detuvo.

Un silencio frío y amenazador llenó toda la casa.

—Esta es mi habitación —espetó Acechador Oscuro. —No eres bienvenido aquí.

Ártico entró. Parecía estar creciendo mientras Clarividente lo miraba. Nunca había visto un Ala Helada de cerca. No se había dado cuenta de que en realidad irradiaban un escalofrío de sus escamas, como un glaciar siseante, con colmillos. Sus escamas eran de un blanco pulido con toques de azul pálido, pero no tan brillantes como ella esperaba. Parecía un poco... arañado, como si necesitara rodar por la nieve para limpiarse.

Sus ojos eran del color de un cielo despejado; eran penetrantes pero cansados al mismo tiempo. Se preguntó si tendría problemas para dormir tan lejos de su reino y con un horario en el que todos permanecían despiertos toda la noche y dormían todo el día. Debía de echar de menos el hielo y la nieve. Debía echar de menos a su familia, a su tribu, todo aquello con lo que había crecido. No podía imaginarse estar tan lejos de casa, rodeada de dragones que no se parecían en nada a ella.

Mientras lo miraba fijamente, una visión se clavó en su cerebro: Ártico sosteniendo uno de los dibujos de Nívea de Sanguinaria, con lágrimas medio congeladas goteando de sus ojos. Parpadeó, intentando no caer en las visiones. A veces le ocurría cuando conocía a un nuevo dragón, sobre todo a uno importante con un futuro alarmante. Pero aquí, en esta sala con estos dragones, quería llamar la atención lo menos posible.

—¿Has encantado ese pergamino para hablar? —preguntó Ártico, mirando fijamente a su hijo.

—Sí —respondió Acechador Oscuro. Levantó la barbilla desafiante.

—Así que. Ártico exhaló una pizca de aliento helado. —Eres un animus después de todo.

—Supongo que sí —dijo Acechador Oscuro.

Clarividente no podía imaginarse mantener una conversación con sus padres con tan pocas palabras y tantos sentimientos gigantescos sin expresar. Se alegró mucho de no ser una lectora de mentes en ese momento. Sólo podía imaginar los furiosos pensamientos que se empujaban y arañaban unos a otros en el aire ahora mismo.

¡El pergamino! recordó de repente. No el pergamino de historia... sino el tocado por un animus. El que contiene todo el poder de Acechador Oscuro. El que Ártico no debería descubrir nunca jamás.

Estaba abierto sobre el escritorio y mostraba los encantamientos de Acechador Oscuro con su letra irregular y desordenada.

Ártico aún no se había dado cuenta. Clarividente dio un paso lateral hacia el escritorio, y luego otro cuando nadie la miró. Los dos dragones parecían estar probando si era posible congelar a alguien sólo con los ojos.

—¿No has oído ni una palabra de lo que te he dicho —gruñó Ártico —sobre los peligros de usar la magia animus frívolamente?.

—No necesitaba oírlo —dijo Acechador Oscuro. —Puedo verlo en cada punto podrido de tu alma. Pero no tienes que preocuparte por mí; nunca seré nada como tú.

Clarividente hizo una mueca de dolor. Parecía más cruel de lo necesario.

Otra visión pasó por su mente: Ártico cortando la garganta de un Ala Nocturna que no conocía, con dos Alas Heladas acechando en las sombras detrás de él.

Alas de Fuego Leyendas #1: Acechador OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora