Capítulo 14

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Braza

Braza arrastró la cola por los pasillos hasta llegar a la sala del trono de su hermana. Una citación de la reina: esto no podía ser bueno.

Había pasado más de un año desde la masacre. Un año largo y solitario.

Había cumplido su promesa; se había mantenido alejado de Índigo, aunque eso le hacía sentir como si le hubieran cortado las alas.

Era difícil dividir su pena, cuando tenía tantos dragones por los que llorar... sus primos, su tío, su reina, sus padres sobre todo, pero incluso su abuelo, o al menos el abuelo que creía conocer.

Sin embargo, perder a Índigo... la mayoría de los días era lo peor de todo.

Como dragona que detuvo la masacre, Índigo era la heroína del Reino del Mar. Perla había cumplido su palabra: Índigo había sido ascendida inmediatamente a la guardia de honor de la reina y asignado al escuadrón que protegía a la propia reina, día y noche. Perla rara vez dejaba que Índigo se apartara de su lado... lo que sin duda facilitaba que Braza la evitara.

Hacía meses que no veía a ninguna de las dos, ni siquiera de lejos. Pasaba la mayor parte del tiempo estudiando en silencio en una habitación trasera del Palacio Profundo, solo.

Ya no sabía qué iba a hacer con su vida.

Los tres guardias de la puerta de la sala del trono lo vieron llegar y se erizaron peligrosamente, con las lanzas preparadas y los dientes enseñados. Esa era más o menos la forma en que la mayoría de los Alas Marinas reaccionaban a él en estos días. Lo entendía. No podía mostrar su alma como prueba de que aún tenía una.

Braza se detuvo a varios pasos de los guardias e inclinó la cabeza. —La reina Perla envió un mensaje pidiéndome que la atendiera en la sala del trono.

Los guardias hablaron en murmullos suspicaces y luego uno de ellos se metió dentro. Unos minutos después, volvió a salir y le hizo señas.

—De acuerdo —dijo. —Entra. Pero te estamos vigilando, animus.

Asintió y se escabulló entre la barricada de puntas afiladas y ojos poco amistosos.

Perla estaba en su trono, con otra fila de guardias montados al otro lado de la habitación entre él y ella. Seguramente sabía que eso no serviría de nada. Si se volvía malvado, podría matarla sin importar lo que hicieran los guardias. Ni siquiera tendría que estar aquí, frente a ella.

Pero todo formaba parte de la actuación: asegurar al tribunal que era fuerte, segura e invulnerable. Una demostración de fuerza era lo que necesitaban ver.

Se había prometido a sí mismo que no lo haría, pero sus ojos recorrieron la habitación en contra de su voluntad, buscando escamas de color azul púrpura intenso.

Y allí estaba ella, de pie justo detrás de su hermana. Mirando la lanza en sus garras. Lista para morir por su reina.

Un maremoto se abatió sobre él, recuerdos, añoranza y desesperación que le sacaban el aire del pecho. Recordaba pintar con las garras con Índigo cuando eran dragonets diminutos, mojando las garras en pintura azul y dorada y pisoteando los pergaminos del otro hasta que ella lo derribó y él acabó rodando patrones de escamas doradas por sus pinturas, pegajoso y encantado de sí mismo.

Recordó las horas que había pasado tallando aquel primer delfín para ella, intentando que quedara perfecto. Recordaba haber nadado y buceado con ella, rellenando sus diarios de peces hasta que habían visto todas las variedades del mar. Recordaba cómo se burlaba de él por tomarse tan en serio a sus tutores.

Alas de Fuego Leyendas #1: Acechador OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora