Capítulo 2: Carrie

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Días atrás

Un pitido que no cesaba molestó mis oídos. Nada peor que eso para una resaca, hazme caso.

Apreté los párpados, intentando de alguna manera hacer callar el maldito teléfono de manera telepática o algo así.

Spoiler: no funcionó.

Y el aparato del infierno siguió sonando como si no hubiera un mañana.

¿Quién diantres estaba teniendo el valor de molestarme de esa manera?

Abrí un ojito con dificultad, pues el sueño, el martilleante dolor de mis sienes y un par de legañas negras por no haber retirado la máscara de pestañas la noche anterior, no lo ponían fácil.

Gruñí con un grito ridículo, porque el sonido de notificaciones continuas no paraba de rebotar en las cuatro paredes de mi habitación.

Aplasté mi cara con la almohada hasta no poder respirar, apretando el relleno contra mi cabeza, deseando estar sorda, aunque fuera de forma parcial.

Desesperada y derrotada, porque me di cuenta de que no podía hacer nada contra eso, salvo poner el móvil en silencio, me incorporé para buscar el estúpido chisme.

Cuando me senté sobre la cama, sentí mi cabeza dar vueltas y más vueltas.

¿Todavía estaba borracha?

Genial.

Apoyé mis pies descalzos en el suelo y sentí el frío de las baldosas.

Miré mi mesita de noche, la cual estaba llena de cosas que no recordaba haber dejado ahí.

Mi bolso, un vaper sin nicotina de sabor a fresa, un paquete de pañuelos desechables, chicles de menta, un vaso de chupito vacío y pegajoso...

Ni rastro del móvil. No obstante, estaba en algún lugar de la habitación, porque seguía sonando sin parar.

Cerré los ojos intentando pensar a pesar de los sonidos. Me resultaba muy difícil poner en orden mi cabeza en ese estado.

Me senté sobre la cama otra vez.

Hice circulitos en mi muslo derecho con la yema de mi dedo índice, cerciorándome de que mis medias estaban llenas de carreras y agujeros.

¡Madre mía!

¿Cómo es que sentía las plantas de los pies desnudas?

Miré mis pies y, en efecto, no había media que los cubriera, pues estas estaban cortadas por los tobillos y mis plantas más negras que el tizón.

Negras.

Qué ascazo.

Tan negras como mi futuro, así te lo digo.

—Pero ¿qué...?

No entendía absolutamente nada, y aquel cacharro no paraba de sonar.

Solté un mohín y un gemido lastimero, porque sentía que no podía hacer nada más.

Menudo aspecto debía tener si mis medias estaban así.

Miré entonces mi ropa.

La noche anterior me había puesto un vestido azul elećtrico precioso para salir que ahora estaba lleno de lamparones de no sabía qué, y sobre él llevaba un sujetador que no sabía de quién era.

Estupendo.

Mío, no, porque nunca utilizaba.

¿Sería de alguna amiga mía?

Niñero por sorpresaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora