Capítulo 7: Derek

1 0 0
                                    

—No deberías haberlo aceptado si te supone malestar, chico —me dijo mi padre al otro lado del teléfono.

Negué con la cabeza, aunque no podía verme.

—Necesitamos el dinero, lo sabes —contesté.

—¿Qué pasa contigo, aun así? —insistió él.

—¿Crees que será tan malo que no voy a resistirlo?

Sonrió al otro lado de la línea, lo sé.

—No digo eso. Solo digo, Derek, que esa chiquilla puede sacarte de tus casillas.

—Pero soy un profesional.

—Eso es una verdad como la copa de un pino.

Sonreí. Hablar con mis padres siempre me sentaba bien.

Hacía seis meses que no nos veíamos, exactamente el tiempo que estaba viviendo en Londres.

Me contrató una señora que acababa de enviudar. Por lo visto, el marido tenía problemas con personas de baja calaña y se lo habían cargado. Ella estaba muerta de miedo al principio y necesitaba que la acompañase a cualquier lugar para sentirse más segura. No obstante, conoció a un nuevo hombre.

No, no lo pienses, yo en sus momentos privados no estaba.

Sabía que te lo estabas preguntando.

El caso es que comenzó a mantener una relación con esa nueva persona, y su miedo cesó, por lo que me despidió.

Ya vivía con Tessa y con Jimmy, claro, por lo que fui haciendo trabajos esporádicos de vigilancia hasta que el señor Miller dio conmigo.

La cuestión es que mis padres y Molly vivían en California y nos separaban cinco mil trescientas dieciocho millas.

Nunca tuve problemas para viajar debido al trabajo. Al contrario, me sentía agradecido de que contasen con mis servicios y, de paso, visitar otros lugares y descubrir ciudades y formas de vida era un puntazo.

Viajaba, pero trabajando, aunque todavía no había cumplido mi sueño de hacer un viaje grande, a algún lugar desconocido para mí en el que la gente local de allí viviese de forma muy distinta a la que estaba acostumbrado.

—Pues claro, papá.

—Pero no quiero que sufras, lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé.

—Y estás sacrificándote mucho.

—No me queda otra.

—Ya...

—Es lo que hay —contesté resignado.

—Molly, cuando sea mayor, te estará muy agradecida por todo lo que haces por ella.

Me mordí el labio, conteniendo un pequeño nudo que se posó en mi garganta cuando mi padre pronunció su nombre.

—Es lo menos que puedo hacer por ella —confesé.

—Lo tengo claro. Eres muy bueno, Derek.

—Papá —le dije con la voz estrangulada por las emociones que estaba despertando en mí aquella conversación—, he de colgar.

—Vale.

—Te llamo cuando esté instalado en casa del señor Miller, ¿de acuerdo?

—Muy bien. Adiós, colega.

Sonreí, mi padre seguiría llamándome así hasta el fin de los tiempos.

Colgué la llamada y terminé de meter la llave en el picaporte de la puerta de mi casa.

Niñero por sorpresaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora