-love at first kiss.

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Poder escuchar desde mi pequeña habitación, como las olas rompían en la orilla de la playa era algo maravilloso.

Un detalle insignificante para algunas personas, pero que a mí me había costado demasiado tiempo y sacrificios.

Mudarme a la costa sur de Australia no había sido nada fácil, y más considerando que apenas había cumplido la mayoría de edad. Los recuerdos de ese día seguían tan frescos como las olas que ahora escuchaba. Recordaba la sensación de nerviosismo y emoción mientras miraba por la ventana del avión, dirigiéndome a un destino incierto.

Pero al final, todo terminó valiendo la pena.

Porque ahora vivo frente al mar, algo con lo que siempre había soñado, tengo la suerte de haber conocido personas increíbles con las que comparto muchas cosas en común, y encima trabajo haciendo cosas que me gusta, surfear y las fiestas.

Si le dijeras a la Addie de diecinueve años que sea paciente, que toda la mierda que está viviendo va a pasar y va a ser solo un recuerdo lejano, estoy segura de que no lo creería.

Pero acá estamos, dos años después, viviendo el sueño que veía imposible.

―¡Addie! ―el grito femenino resonó a través de las delgadas paredes de la casa. ―¿Te falta mucho?

―¡Ya bajo! ―respondí en otro grito.

Me mire en el espejo una última vez, intentando arreglar un poco el cabello arruinado por el agua salada del mar.

Suspiré cuando me di cuenta de que no tenía arreglo, tome mis cosas y abandone la habitación.

Baje saltando los escalones de dos en dos, una mala costumbre que estoy segura de que mi madre reprendería.

―Al fin la señorita decide honrarnos con su presencia. ―exclama Oliver, acostado en el sofá más grande de la sala. ―Ya comenzaba a sentirme mal tercio...

Le envió una mirada de reproche a la pareja que se abrazaba cariñosamente en el otro sillón.

Su hermana melliza, Camille, le lanzó un almohadón desde el otro lado de la sala con muy mala puntería.

―¿Quién lo invitó? ―pregunte a la pareja, ignorando a Oliver.

Camille se levantó del sofá y le extendió una mano a su novio para que la imitara.

―Lamento recordarte que tú lo hiciste, preciosa. ―me recordó la morocha, acercándose a mí para darme dos palmaditas en el hombro.

Rodee los ojos ante la expresión victoriosa de su hermano.

A Camille y Oliver los conocí, casi por accidente, el primer día que llegué a Esperance.

Soy una persona impulsiva y suelo tener la mala costumbre de hacer las cosas sin pensarlas dos veces. Así que, terminar en una ciudad costera de Australia fue el resultado de una de esas tantas locuras que se me ocurren en las noches de insomnio cuando me agarran crisis existenciales.

Emails I can't send | Max VerstappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora