Después de mucho esfuerzo finalmente logramos bajar, Greco estaba a mi lado. Tenía un don distintivo para dirigir al grupo y preocuparse por ellos.
Al tocar el piso no tardé en captar un olor desagradable, el hedor a metal era sofocante. Era por la sangre que estaba a tan solo unos centímetros de nosotros.
Nunca pensé que el rojo podía ser un color desagradable.
Escuché un jadeo a mi lado, provenía de Horacio, a su lado, Michelle miraba un cuerpo, casi rezando que no fuera real, suplicando a Dios que fuera una pesadilla.
—Salgamos por detrás de los laboratorios, así es menos probable que nos vean —Greco habló en mi dirección, distrayendo la atención del grupo.
—Es la mejor opción —afirmé mientras me giraba para buscar a Gustabo.
Al divisar a lo lejos a aquel rubio dueño de mi corazón estiré mi mano para que la tomara, él no tardó ni un segundo en hacerlo. Lo acerqué más a mí, hasta el punto de abrazarlo. Me aferré a él como si mi vida dependiera de eso.
Estábamos avanzado cuando a lo lejos pude escuchar un disparo.
Me paralicé.
Aferré más a Gustabo a mí, lo sentí temblar. Dolía tanto verlo así cuando siempre fue el seguro de nosotros.
—Dios santo —Michelle murmuró, aferrándose a una pared cercana, tenía cara de querer vomitar.
—No puedo creer que todo esto lo esté ocasionado el profesor García.
Horacio casi susurró, su rostro estaba pálido, sudaba como si acabara de correr un maratón.
Fijé mi vista en él; sus ojos heterocromáticos parecían muertos, no había brillo alguno en su mirada. Por un momento deje de ver al chico que a veces me caía mal; dejé de ver al chico que le caía bien a todos los maestros, la rata de biblioteca, y empecé a ver a un pobre adolescente temeroso por su vida.
Casi estaba dispuesto a abrazarlo, pero unos ruidos provenientes del pasillo interrumpieron mi acto de bondad.
Un chico se acercaba a paso lento, iba pateando todo a su alrededor, se agarraba el estómago con fuerza. Claramente era inútil, pues la sangre no paraba de salir.
Greco corrió inmediatamente a su ayuda, le seguí por detrás, no sin antes encargarle a Michelle que se quedara con Horacio y Gustabo.
Reconocí fácilmente al chico como Torrente, era un año mayor a nosotros, pero era un gran amigo.
Nuestra respiración se cortó.
—Dios santo.
Greco murmuró al borde de las lágrimas, no era un secreto para nadie el amor que sentía por el mayor.
Lo amaba, lo amaba tanto como yo amo a Gustabo, pero no podían estar juntos.
—Torrente no me hagas esto—. La voz de Greco se rompió, las lágrimas fluyeron por sus mejillas.
De pronto parecía que el chico frente a nosotros había recuperado la conciencia. Torrente sonrió al reconocer a su amado.
—Hola grandote. Te extrañé —murmuró, mientras llevaba una de sus manos a la mejilla de Greco, la acarició con dulzura, borrando los rastros de lágrimas en la cara del menor.
—Yo igual te extrañe—. El moreno le sonrió con ternura. Pronto llevó sus manos al abdomen de Torrente, haciendo presión. —No te vayas a morir, no te lo permito, no ahora. No cuando ya tengo el valor para decirte lo que siento —suplicó. Se veía el nudo de su garganta.
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Selfishness over love
JugendliteraturTanto conocimiento puede llevar a la locura. Si tuviera las posibilidad de tener el mundo en tus manos, ¿sacrificarías toda tu vida por ello? El amor es algo que siempre debería demostrarse, pero a veces las opiniones nos importan demasiado. Tal ve...