Tanto conocimiento puede llevar a la locura. Si tuviera las posibilidad de tener el mundo en tus manos, ¿sacrificarías toda tu vida por ello?
El amor es algo que siempre debería demostrarse, pero a veces las opiniones nos importan demasiado. Tal ve...
Saliendo de la escuela fui directo a casa de Gustabo, me había quedado un poco más tarde al intentar saber que significaba lo que estaba escrito en el objeto misterioso. Michelle y yo estuvimos varias horas investigando en diversos libros los símbolos de lo tallado en la esfera dorada.
Al final nuestra búsqueda no obtuvo resultado alguno.
Alejé mis pensamientos sobre aquel objeto al llegar a su casa, respiré hondo mientras ordenaba mis ideas, acerqué mi mano a su timbre y toqué, esperando pacientemente.
Duré tan solo unos minutos esperando frente a su puerta, los nervios empezaron a recorrer mi cuerpo cuando Gustabo no atendió mi llamado. Volví a tocar, rezando para que esta vez tuviera resultados. Sin embargo, no fue así.
Ya algo impaciente toque con aún más insistencia.
La puerta finalmente se abrió, logré ver la cabellera desordenada de mi novio, sus ojos rápidamente se fijaron en mí. No obtuve la mirada cálida y amorosa que estaba esperando, al contrario, los ojos de Gustabo eran fríos, la única emoción evidente era un profundo rencor.
La confusión se reflejó en mi rostro.
—¡Ay, un gay! —Exclamó sarcásticamente, intentando cerrarme la puerta.
Rápidamente moví mi pie, impidiendo que lo hiciera.
—No, espera, cariño, por favor—. Supliqué —Tengo algo importante que decirte y mostrarte.
Gustabo me miró algo enojado; entreabrió la puerta de tal forma que no me permitía entrar. Suspiré un poco ante su actitud.
—Primero, te quiero pedir una disculpa. Sé que estuvo mal la forma en que te traté, pero sabes que aún no estoy preparado para decir abiertamente que soy gay—. Abrió un poco más la puerta, pero aún sin dejarme entrar. —Lo segundo que te quiero contar es que encontré un objeto algo raro, que me hizo ver algunas escenas perturbadoras y bizarras.
Gustabo me miró fijamente durante unos segundos. Podría matar a cualquiera con esos ojos.
—Jack, —habló en un tono calmado, pero que de la misma manera resultaba aterrador— te tengo que preguntar, ¿Michelle es tu amante?
Si había algo que destacaba de él, era su habilidad para comunicar todo lo que pensaba, sin ningún filtro.
Me confundió un poco lo que me dijo, mis emociones cambiaron rápidamente; dejé completamente de lado mi arrepentimiento, sustituyéndose por una fuerte ira.
"¿Acaso no escucho lo que le conté? ¿Eso era lo que más le preocupaba? ¿Le valí verga?"
—¿Qué? —Pregunté incrédulo.
Mis instintos tomaron control de mis emociones, sin pensarlo dos veces empujé la puerta hasta que se estrelló, dejando completamente visible a Gustabo, quien retrocedió unos pasos.
—¡Lo que escuchaste! —Gustabo gritó —¡Responde mi pregunta, maldito cobarde! —Espetó furioso.
—¡A mí no me llamas cobarde! —Di un paso para entrar a la casa, Gustabo no apartó la mirada. —¡Porque he venido hasta aquí a contarte la verdad —di otro paso, acercándome a él— y si no me quieres escuchar, perfectamente puedo irme!
Respiré agitadamente, tratando de regular los latidos de mi corazón.
—¡No me vengas con esas mierdas, no te hagas el maldito santo ahora!
Con ambos gritando, era obvio que su padre saldría a vernos. No era normal que peleáramos, mucho menos a gritos, por lo que retrocedí y apreté los puños ligeramente.
Al ver aquella acción, mi novio se relajó igualmente. Caímos en cuenta que íbamos a entrar en una discusión sin sentido ni fin.
—Hablemos fuera, ¿sí? Mi papá es un chismoso —dijo tomando sus llaves para salir de su casa y cerrando la puerta detrás de él, señalando con su cabeza el camino hacia el parque al que siempre íbamos. Estaba medio escondido y no pasaba gente. Era ideal para nosotros.
Durante el camino, estuvimos algo callados. Nuestros cuerpos se juntaban casi por inercia, chocando los hombros o rozando las manos de vez en cuando, pero nos separábamos de inmediato por los acontecimientos anteriores.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Al llegar al parque, me senté en nuestra banca especial, pero Gustabo se quedó en frente mío, cruzando los brazos y mirándome fijamente a los ojos. Por más que lo evitara, siempre encontraba cómo hacerme hablar.
—Mira, sé que lo que te digo es muy loco. Pero es verdad. Michelle estuvo ahí cuando pasó.
Bufó y soltó una pequeña risa. Su actitud me seguía molestando, por lo que rodé los ojos, tomé aire y dejé que hablara.
—Michelle esto, Michelle lo otro, Michelle aquello, ¿qué se traen ustedes dos?
En verdad estaba molesto. Pero no era solo furia, sino algo de frustración, tristeza incluso.
Yo sabía que le gustaba a Michelle, pues hace años me lo había confesado, sin embargo, nunca sentí nada por ella, aunque aún lo hacía muy notorio al estar pegada a mí.
A Gustabo nunca se lo conté, pues no lo creía necesario, pero nuestra relación ahora estaba más desarrollada, se volvió un poco más madura. Era momento de decírselo.
Conté cada detalle, sin omitir nada. Entre gesto de duda, sorpresa y calma al final, se sentó a mi lado, abrazándome para esconderse en el hueco entre mi cuello y hombro. Su respiración agitada y entrecortada me hizo sobar su espalda, dándole un tiempo para asimilar todo. Parecía una estupidez, pero en su mente no lo era.
—Pensé que me estabas engañando.
—No seas tontito, nunca te engañaría, menos con una mujer.
Soltamos unas risas y permanecimos abrazados otro rato, tal vez unos 5 minutos, o 30 tal vez.
—¿Y qué es eso que me querías contar? ¿Te drogaste o algo? Decías puras mamadas.
Él se estaba burlando, aunque para mí no era gracioso. Le di un leve golpe con mi rodilla en su pierna para que se pusiera serio. De inmediato lo hizo, pues mi cara no parecía estar de broma.
Me separé un momento de Gustabo para sacar aquel objeto, envuelto en un pañuelo ahora, de mi bolsillo derecho, mostrándolo con cuidado. No dudó ni un segundo en hacer una cara de asco por el óxido. Me reí de él, pero le comencé a explicar lo que tratamos de descifrar Michelle y yo. No estaba demasiado contento, pero comprendió la situación, ofreciéndome seguir buscando lo que significaban aquellas letras. Él estaba seguro que era griego, pues alguno de los libros de su padre tenía símbolos muy parecidos.
No tardamos más en levantarnos y regresar a su casa, corriendo a donde su padre quien, al ver que nos arreglamos, no hizo ninguna pregunta y nos dejó hablar.
Al principio, no podía creer lo que estaba escuchando, pensó que era una broma, o que tal vez habíamos consumido algo ilícito, pues nos lo preguntó.
Tratamos de volver a explicarlo, pero ahora con más detalles y relajados, capturando por fin su interés. Él no sabía leer aquel idioma, pero tenía un compañero que sí podría ayudarnos con aquella escritura rara.
Nosotros le dimos las gracias y nos fuimos al cuarto de Gustabo para pasar la tarde como siempre. Nunca nos fijamos si el señor García lo habría guardado con el pañuelo que le di. O simplemente lo tiró.