¿Pero acaso tengo opción?

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Poco a poco mis ojos se fueron abriendo; mi mirada aún estaba borroso. Incluso me costó reconocer el lugar donde estaba.

Pronto descubrí que estaba en un salón de clases, a mi lado estaba Gustabo, pero le escurría sangre de la cabeza, tenía una herida muy grande. Inmediatamente sentí pánico y me acerqué corriendo a él para intentar despertarlo.

Después de unos segundos empezó a hacerlo. Sus hermosos ojos diamantes se fijaron en mí, había duda reflejada en estos.

Un disparo al aire se escuchó, volteamos y frente a nosotros estaba Armando. Mi respiración se cortó de inmediato.

—Ustedes —comenzó a hablar con una voz más ronca de lo normal— han sido mi mayor dolor de culo, por eso los dejé hasta el final. Lo mejor del show siempre tarda en llegar—. Nuevamente su sonrisa psicópata apareció.

A ambos nos hizo temblar en nuestro lugar. Gustabo estaba muerto de miedo. A penas y creía las palabras que salían de la boca de su padre.

—Tú, —señaló a su hijo— te odié desde el segundo en que naciste. Jamás te perdonaré el que tu hermosa madre haya muerto en el parto.

A mi novio aquello le caló en el alma. No necesitaba preguntarle, solo lo sabía. Tenía ese dolor dentro suyo desde que lo conozco. Se sentía culpable de la muerte de su propia mamá, y cuando parecía haberlo superado, viene su padre poseído a recordarle lo que odia de sí mismo.

—Y tú —dijo ahora señalándome— por tu culpa, las burlas a mi hijo crecieron y lo volviste maricón, es lo último que necesitaba en mi maldita vida —escupió con enojo.

Todo hasta ahora estaba pasando rápido. Mil pensamientos se acumulaban uno tras otro, invadiendo mi parte más razonal. No sabía qué hacer.

Entonces todo pasó en cámara lenta.

Su arma me apuntaba directo en la cabeza, listo para tirar del gatillo y acabar con mi vida.

Comencé a despedirme de cada persona en mi vida, agradeciendo lo corta que fue, pues al menos tuve cosas buenas, pasando a pedir perdón por cada mínima cosa que me pudiera llevar al infierno.

Pero nada pasó, pues mi amado novio le había lanzado una de las tantas sillas que había en el salón.

Inmediatamente Armando cayó al suelo, soltando el arma en el proceso. Yo pateé el arma lejos de él, esta quedó cerca de Gustabo.

Me alejé del señor García y me posicioné cerca de mi novio, quien tomó el arma entre sus manos.

Debíamos actuar rápido, porque Armando se levantó del suelo, teniendo la cara cubierta de sangre. Estaba sorprendido y aterrado de que no pareciera afectado en lo más mínimo.

—Dispara —le ordené al rubio, pero no me hizo caso alguno. —¡Gustabo, dispara ahora! —le grité mientras veía como su progenitor se acercaba cada vez más.

—No puedo —dijo sollozando— es mi padre.

Intenté tomar el arma de sus manos y entre el forcejeo, Armando saltó sobre Gustabo, intentando quitarle el arma a golpes. Intenté meterme, pero el adulto me golpeó tan fuerte que me dejó aturdido.

Mi novio fue inteligente y aventó el arma lejos, haciendo enojar más a su padre. Tal vez había sido una mala idea.

Recobré la conciencia justo para ver una escena que me atormentaría para siempre, una que me daría noches enteras sin dormir.

Armando agarró la cabeza de Gustabo, y con una fuerza sobrehumana la estrelló en el suelo, matándolo instantáneamente.

Mi mundo se paralizó, por unos instante, todo se tornó de un color negro, y lo único que podía ver era el cuerpo de mi novio. El único chico que alguna vez fue mi universo entero.

No podía llorar o gritar, estaba en shock. Habían arrebatado una gran parte de mi vida.

Caí de rodillas al suelo, el aire abandonó mis pulmones. Pero para el mundo, ese sufrimiento no era suficiente.

De golpe sentí como algo me hizo volar hacia alguna parte del salón, realmente no quería tomarle importancia, estaría mejor si acabaran con mi vida en ese preciso instante.

No era tan fuerte como Michelle para ser un héroe. No tenía la capacidad de resolver las cosas como Gustabo. Horacio al menos se intentaría defender, me diría que lucía patético. Greco al menos aceptó morir junto a su mayor amor.

Pero, como si de un milagro se tratase, mi vista enfocó el arma frente a mí. Una pequeña esperanza me alumbró. Como si el mundo me estuviera escuchando, me recordó que todos teníamos una meta al inicio: seguir con vida.

No dudé un segundo más. Tomé aquella pistola y apunté en dirección a Armando.

Odié esa sonrisa burlona con la que me miraba, casi asegurando que no sería capaz de dispararle. Un gran error haberme subestimado.

Con el perdón de Gustabo le disparé directo al estómago una vez, luego dos veces, y luego simplemente vacíe el carpincho en todo su cuerpo, deteniéndome varias veces en su cabeza.

Respiré entrecortadamente, la ira y furia pronto abandonaron mi cuerpo, siendo sustituidas por una eterna tristeza.

Respiré entrecortadamente, la ira y furia pronto abandonaron mi cuerpo, siendo sustituidas por una eterna tristeza

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Selfishness over loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora