La muerte llama

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Corrimos un gran tramo antes de siquiera estar medianamente cerca de la puerta para salir.

—No puedo más —escuché una voz, rápidamente la asocié con la de Michelle, parecía ser que le costaba respirar. Se agarraba el pecho con los ojos cerrados y jadeaba con fuerza.

—No podemos parar, no ahora —le dije con firmeza.

Ella me miró fijamente, parecía estar aguantando las lágrimas. Asintió e intentó regular su respiración. Estábamos apunto de seguir cuando un disparo acompañado de un grito llamó nuestra atención.

—¡Horacio! —Escuché el grito de Gustabo. Con temor giré la cabeza y lo que vi frente a mí me revolvió el estómago.

Nuestro compañero estaba en el suelo, con un hoyo en su cabeza. Detrás de su cuerpo estaba Armando con una escalofriante sonrisa en su rostro.

Gustabo tenía intenciones de acercarse al cuerpo de Horacio, no era un secreto para nadie los buenos amigos que eran. Pero ahora mismo, acercarse era una misión suicida.

Rápidamente lo tomé del brazo. —No seas un idiota y mantente lejos de tu padre—. Puede que haya sido bastante grosero con él, pero no tenía tiempo de ser delicado.

—¡Lo mató, el maldito bastardo mató a Horacio! —me gritó entre lágrimas.

No tuve tiempo de responder, vi perfectamente como Armando levantaba el arma una vez más, listo para dispararle a su propio hijo. No podía reaccionar a aquello.

Por suerte Michelle fue más lista y rápida que yo. Ella estaba inscrita en clases de defensa personal, sabía cómo noquear al tipo más fuerte con un solo golpe.

Se acercó corriendo al profesor, quitándole el arma de un solo movimiento y pateándola lejos. Armando no se quedó atrás, y con una fuerza que yo desconocía, tomó a mi amiga del cuello, levantándola en el aire para asfixiarla sin piedad alguna.

Fue mi turno de reaccionar. Corrí hacia ellos, pateé las piernas del señor García y haciéndolo caer. Por consecuencia soltó a Michelle y fui a su rescate.

—Váyanse —demandó la pelirroja. —Yo me encargo de él.

Quería gritarle que estaba diciendo una locura, tomarla del brazo y obligarla a ir conmigo.

Pero fui yo quien se vio sujeto del brazo, era Gustabo, quien me obligo a correr con él.

—¡Estás loco, estamos dejando a Michelle detrás! —le grité furioso.

—Me importa más que tú y yo salgamos de ésta —explicó, aunque había un tono de tristeza en su voz. —Deja que Michelle sea una heroína, por Greco y por Horacio.

Sin más, corrí para salvarnos. Incluso si significaba dejar a mi mano derecha detrás.

Cada pasillo que recorríamos era un laberinto. Pasábamos más de la mitad de nuestra vida en esa escuela, sin embargo, no podíamos pensar claramente, por lo que a veces entrábamos a callejones sin salida. Con los ojos entrecerrados y la vista nublosa, buscábamos cómo escapar, encontrar la entrada principal para poder huir. 

Pero el dolor en mi corazón nublaba más que mi entendimiento. 

Ella había sido como una hermana. Sabía casi todo de ella, desde cómo calmarla hasta cuándo había perdido su primer diente de leche. Datos tan estúpidos eran nuestro mundo, porque sabíamos que si uno de nosotros caía, el otro lo levantaría.

Pero ya no pudo ser así, porque nuestras vidas estaban en juego, y ella dio la suya por aquel a quien amaba.

Tal vez, solo tal vez, en una línea temporal distante, Michelle es correspondida por mí. 

 

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Selfishness over loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora