Una princesa, un extraño y un muro.

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Haciendo un esfuerzo sorprendente Tsu intentó no saltar de la impresión al ver a su Majestad. Lo consiguió por muy muy poco. Pasó frente al rey, haciendo una genuflexión profunda; él apenas si levantó la vista hasta que se percató del emblema de la medalla que llevaba en el pecho: el sol dorado de Shiketsu, entonces el Rey hizo un asentimiento solemne con la cabeza.

Ninfee. Santos nenúfares...

Francamente Shota Aizawa III era más imponente que el Rey Toyomitsu a pesar de ser más bajo, tenía algo que ver con el rostro imperturbable, la mirada cansada y con la ropa oscura que llevaba.

Le hizo una reverencia al sacerdote, que le hizo un gesto con la mano típico de los sacerdotes, y por fin llamó la atención del patán en el rincón de la estancia: Katsuki Bakugo, el Caballerizo Mayor del rey, que levantó la mirada cuando irrumpió en la estancia, quien por desgracia era la única persona a la que podía recurrir ahora.

-Hay un problema -susurró Tsu, al llegar a su lado.

Bakugo era más alto que ella, más atlético que ella, más fuerte que ella y más poderoso que ella, física y políticamente hablando. Los dos lo sabían. Aun así, ella tenía algunas ventajas a su favor era más lista, más lógica, más prudente y mejor con las personas. Y los dos lo sabían.

Lo cual no ayudaba demasiado en ese preciso momento.

-Rana. -Saludó arqueando una ceja rubia cuando la miró de cerca, la esquina de su boca se curvó hacia arriba en una sonrisa malvada- Vaya, vaya... ¿Qué? ¿Ahora eres el maniquí viviente de la Princesa?

En otra situación habría tenido algún comentario ingenioso que hacer, si no hubiera perdido a la futura esposa del Rey claro, la ausencia de este no pasó desapercibida para él.

-¿Qué has hecho ahora, Asui? -le preguntó Bakugo, tan condescendiente como siempre.

Luego de echar una mirada rápida al resto de caballeros miembros de la corte repartidos por el salón le respondió secamente:

-La princesa ha desaparecido.

Tan rápido como un rayo Bakugo la agarró de un brazo, acercándola. -¿Qué has dicho?

-Lo que has oído, kero -Tsuyu miró su brazo frunciendo imperceptiblemente el ceño, luego echó otra mirada al resto de los ocupantes de la estancia, esperando que Bakugo entendiera que debía por una vez en la vida ser discreto. El sacerdote estaba medio sordo, no le cabía duda, pero el rey levantó la vista de repente.

Tsu se movió hacia un lado para no darle la espalda al rey... Si bien no era una ofensa castigada con la horca, sí que podrían echarla del palacio por eso. Aunque, la verdad, el ya mencionado hecho de que hubiera perdido a la prometida de su majestad era su mayor preocupación en ese momento.

Fuera como fuese, se sentiría mucho mejor si pudiera colocarse de tal manera que no pudiera ver al rey mirándola fijamente, no porque le tuviera miedo, sino porque no era buena mintiéndole a los reyes.

No tenía experiencia y no deseaba tenerla. Si él preguntaba por su futura Reina ¿Qué diría? ¿Qué había perdido a la persona que juró cuidar e instruir?

Al fin Bakugo notó que no era el momento para uno de sus arrebatos así que la llevó a un lado, tras una cortina a un pequeño salón, lo suficientemente cerca para que escucharlo sisear furiosamente en su oído.

-Rana, ¿dónde está? -masculló Bakugo sin soltarla, no le estaba haciendo daño; en cambio tenía un agarre sorprendentemente suave.

-No lo sé, kero -contestó Tsuyu- Evidentemente. Discutió con la Reina Viuda Sayako y desapareció.

La Reina EmiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora