¿Cuál es tu nombre?

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La princesa Emi Fukukado de Shiketsu, teóricamente princesa de las doradas colinas verdes y mares azules de un país que no era este estaba mirándose al espejo, a ella; la futura Reina de esa nación de inescrupulosos barbaros que insistían en que usara el vestido que la costurera había hecho para ella.

Sus criadas terminaron de ajustarlo para ella, en todo su esplendor... Vaya, lucía tan mal después de los ajustes como antes de ellos, hecho que no la hacía sentir mejor.

Ese era el día, el día en que oficialmente, frente a los ojos de sus súbditos, de las personas más importantes de esa nación y la delegación de la suya propia la verían realizar la ceremonia de compromiso para enlazarse de forma irrevocable a un hombre que representaba todo lo que había temido en su vida...

Un desconocido por cuyas venas corría la misma sangre de los hombres que expulsaron a su pueblo a las tierras del sur, cuyo abuelo la había elegido para ser una carta de cambio en un juego que no sabía que jugaba, cuyo padre había adornado las fronteras con sus prisioneros de guerra...

Las acciones de un padre no lo definían a uno, pero este hombre del que nadie parecía estar dispuesto a hablarle había sido forjado en ese palacio, con un padre al que usaban para asustar a los pequeños en las noches y una madre que había intentado que un vejete levantara sus faldas.

¿Qué podía esperar de él?

¿Qué fuera diferente? No era una locura, tal vez era inteligente, al menos esperaba que no fuera cruel. Pero ella no lo sabría hasta que fuera demasiado tarde... Quizás ya era demasiado tarde.

Asui, engalanada con su nuevo uniforme se acercó a ella, se le veía más cómoda, el color realzaba sus ojos oscuros. Y ya no parecía que intentara entrar en el saco mal hecho de un caballero con grandes hombros.

—Así está mejor... —Asintió apreciativamente, una dama debía regodearse con apreciar la belleza de otra dama en un bonito vestido— Es mucho más apropiado para ti.

—Muchisimas gracias, Alteza. —Se inclinó, luego, sacó un sobre de algún lugar en su levita— Su majestad el Rey Taishiro me pidió le entregue esto.

El sobre tenía la sobria, pero rustica caligrafía de su hermano mayor, arqueó una ceja a Asui, esto era peculiar, no era usual que Taishiro escribiera a manos sus propias cartas o escribir cualquier cosa en realidad, eso solía hacerlo Hizashi. ¿De qué se trataba?

La abrió, solo unas líneas y lo que estaba escrito la dejó gratamente sorprendida. Se levantó de un salto, la carta ondeando en su mano como un estandarte.

—¡Están invitados!

Asui asintió lentamente. —Ha sido un decreto de la corona, su excelencia.

—¿Es cierto? —Se giró hacia ella, debía estar comenzando a sonreír impetuosamente, chiflada diría Hizashi— ¿Qué los Bendecidos Minami que residen en Yuuei serán miembros de la corte?

—Eso tengo entendido, majestad.

Emi asintió, complacida, sorprendida, lo podía sentir; su Don, fluctuando alrededor de ella como si su propio ser se condensara fuera de su cuerpo brillando, haciéndola brillar a ella.

Las sirvientas soltaron risitas tontas, Tsuyu Asui sonrió, para luego verse confundida por este hecho. Algo común en su hogar, una rareza aquí en este mundo de mármol, diamantes y frio cristal. La alegría de una risita tonta era la más peculiar demostración de libertad, para Emi significaba esperanza.

Emi se volvió lentamente hacia su asistente, vibrando como el estallido de los fuegos artificiales. —¿Asui...?

—¿Desea algo alteza?

La Reina EmiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora