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El bosque era silencioso.
Durante la noche el viento susurraba entre los árboles, susurros que penetraban en el oído de los transeúntes haciendo que este silencio misterioso también fuese siniestro. A lo largo de miles de noches el bosque permanecía igual, imperturbable e indiferente a lo que sucedía en su interior.
En esta noche silenciosa los bosques emitían un mágico fervor y las personas no podían descifrar lo que había en él. Pero entonces, entre los arbustos alguien apareció, emergió de entre las sombras y observó cada uno de los detalles del lugar. El cielo aún tenía la luna colgada, tan llena como si fuera un pequeño pastel redondo. Entonces miró a su alrededor y vio con mucha sorpresa que el lugar donde se encontraba no era el mismo en el que estaba hasta hace unos segundos.
La luz de luna que golpeaba el paraje por fin nos hizo ver la identidad de este visitante nocturno. Era un viejo conocido.
Para ser más exactos era el chico del cubículo nueve, porque nueve son los pétalos de la insignia que lo representa. E intrínseco es el amor que lo rodea.
El joven dio unos pasos sigilosos entre los arbustos, si no tenía noción de su entorno no se atrevía a tomar pasos imprudentes. Su instinto primitivo de supervivencia le decía que caminar sin rumbo en un bosque a mitad de la noche no era una buena idea y que si lo hacía era un loco o un loco muy enamorado.
No debió decir esto, porque al formar el pensamiento abrió una puerta desconocida donde el pez muere por la boca. Cuando vislumbró una caperuza acercándose a lo lejos pudo pensar que todo marchaba relativamente bien... hasta que vio el rostro de la persona que la llevaba.
El portador de la caperuza era una persona muy hermosa, sus cabellos negros como la tinta jugueteaban con la brisa nocturna entre la capucha. Esas hebras rozaban las mejillas que se ruborizaron por el frío de aquella noche y también tocaban de manera seductora esos delgados labios rojos. Él llevaba un vestido largo que cubría todo su cuerpo, pero que marcaba su silueta hechicera. En sus manos llevaba una canasta que tenía algunas flores por encima de la delicada tela que cubría el contenido de esta, tal vez lavanda y unos cuantos jazmines. Caminaba por el bosque sin percibir lo que había a su alrededor y con una mirada inocente posada en el camino frente a él.
Jiang Cheng suspiró internamente, esto no podía ser real.
Estaba dentro de un cuento, esa era una caperucita bastante hermosa, demasiado a su gusto. Se llevó una mano a los labios para ocultar su sonrisa divertida por tal situación. A Lan XiChen le quedaban bien esas ropas. Suaves telas revoloteando con el viento y envolviéndolo de forma elegante.
Tal visión onírica solo podía ser parte de sus sueños. En algún punto de la noche seguramente se hundió en la almohada y entró en un sueño profundo. Le agradaba ser consciente de esto.
El Jiang siguió observando desde su escondite entre los arbustos. Un XiChen inocente caminaba por el camino balanceando su canasta de vez en cuando. La vista era tierna y apacible, Jiang Cheng no podía apartar su mirada de él. Al no querer romper esta visión solo se limitó a acompañarlo silenciosamente desde las sombras. El antes siniestro bosque se volvió su cómplice, ocultándolo entre los árboles y disfrazando el sonido de sus pasos con el crujido de las ramas movidas por el susurro del viento.
El cuento siempre empezaba así, Jiang Cheng lo olvidó, que conforme la caperuza avanzaba se acercaba a un peligro inminente.
—¿A dónde vas? —Una voz ladina sonó en el otro lado del camino. De pronto ese alguien saltó y se interpuso en el camino de esta caperuza XiChen, su rostro se apegó tanto al rostro del otro que casi parecía querer tragárselo en el acto. Esa forma de invadir el espacio personal de XiChen...
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Todo comenzó en un hotel
RomanceLan XiChen y Jiang WanYin son dos compañeros oficinistas, uno acaba de sufrir una decepción y el otro no encuentra a la persona correcta en su vida, pero la suerte o el destino los ha llevado a coincidir en un mismo lugar. Una noche apasionada solo...