⚫️ Capitulo 1

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Y entonces, todo fue oscuridad.

¿Quién de los dos fue más cobarde?

Su cabeza es un dolor. En su cráneo gangrenado se extiende una pulsada aguda en forma de recuerdos. Recuerdos que no le pertenecen, y sin embargo, son la descripción de su vida. Una vida jamás vivida pero que es suya, que se arraiga a las anémonas de su migraña.

Algo está mal, al cerrar los ojos con cansancio y sujetarse con fuerza a una pared que en cualquier momento pareciese que se va a desmoronar tras su peso, una voz le alerta.

-¡Atsushi-kun!

Todo se desintegra al oír su nombre; sílabas que forman su identidad bajo otra perspectiva. Otra persona. Otra realidad. ¿Quién de los dos fue más cobarde? Se repite, con la mente casi en blanco por la cantidad de datos que le bombardean sin pausa. Una bóveda de información metida de repente en su encéfalo cargado de tristeza. Atsushi-kun. Se crea una dualidad entre dos perspectivas que intentan entretejerse, pero que no lo logran. Dos masas que en la amalgama se repelen.

¿Quién fue más cobarde?

No puede responderse, al final solo el remordimiento parece ser la respuesta.

•••

Cuando despierta, lo primero con lo que se encuentra es el techo borrosamente blanco, un blanco que marea y al mismo tiempo desconoce. Níveo, inmaculado, fuerte y amplio; claro. Una sensación en lo profundo de su memoria le dice que algo no está bien, algo en aquello falla. Mas, no le da tiempo de recordar los detalles de aquella falacia tangible, todas sus sospechas se evaporan cuando al pestañear y abrir los ojos encuentra una cara hacía demasiado tiempo difuminada. Borrada por la bruma del delirio, de la pesadumbre. Su corazón se detiene, o tal vez haya sido la realidad misma la que se detuvo y lo único que latió en ese momento fue su corazón en una velocidad desmedida. En cuanto ve el color caoba de sus ojos se distorsiona todo. Absolutamente todo se desmembra y vuelve a construirse en un segundo como una eternidad, como si las estrellas se sublevaran a los mandatos de la luna y del universo en discordia. Es imposible, lo sabe con cada fibra de su piel, no es él. No puede serlo. Lo sabe por los ojos, dos orbes brillantes en lugar de uno opaco; sin esperanza. No son la misma persona, pero a la vez, lo son. Dazai. Un  espasmo le recorre desde la médula hasta las vértebras.

-Ya despertaste.

Le dice con una expresión cándida, una sonrisa suave, un afecto antes no manifestado, y el temblor de su carne aumenta, en un terror que el tigre en su interior no es capaz de aguantar. Lo siente emerger de lo profundo de su alma. Un transformación que amenaza con ser tan violenta como dolorosa, tal como es la imagen de Dazai encima suyo. No sucede. Leyendo a su discípulo, o tal vez por mera intuición, su antiguo jefe le toca la mejilla, creando un mágico brillo azul, como si en cualquier momento esas chispas parecidas a estrellas diminutas fueran a formar mariposas cerúleas que se desaparecieran en su corazón.

Ante el tacto su mente se ordena, ya no le importa si aquello es imposible. Simplemente, se centra en su piel contra su mejilla, la calidez de su mano, viva, bombeante, cubierta hasta las muñecas con vendas. Dazai le está tocando, y eso es lo único que importa en ese momento. Su calor, su mirada, su sonrisa. Dazai.

-Tigre tonto- murmura, acariciandole la mejilla con suavidad, una ternura nunca antes manifestada- ¿cómo se te ocurre desmayarte así, tan repentinamente? Ni siquiera puedes imaginar los alaridos que soltó Kunikida cuando se enteró de lo ocurrido- y su sonrisa, una pequeña mueca amable se extiende por su boca con un rasgo de burla, como si en realidad no le estuviera recriminando por su debilidad- Cree que te exploto.

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