Capítulo 4 ⚪️

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Le gusta, y puede decirse que le gustó desde el principio, desde que vio sus ojos claros reflejar la oscuridad, la pureza de su corazón entretejida en su manera de hablar. Le gustó y tuvo miedo. Sintió tanto miedo que lo primero que intento provocar fue justamente eso: miedo. Asustarlo a muerte para que lo siguiera. Tenía todas las cartas a su favor. Sabía más sobre las líneas de tiempo, sabía más sobre lo que pasaba en otras alternativas. Conocía cada una de las facetas de cada Atsushi. No tendría problemas en manipularlo y dejarlo en nada. Lo había hecho una vez, podría hacerlo otra más, y así por la eternidad, pero le gustó, y sus ojos le cautivaron y le hicieron estremecer.

Su error fue ceder primero.

Y cedió porque le gustó. No pudo contra eso, no puedo contra su ingenuidad y la sinceridad con la que veía al mundo. No pudo contra sus palabras serias y la determinación en defender sus convicciones. Un hombre tigre que no saca las garras, que da la mano antes de atacar. Puede decirse que eso le gustó. El brillo que dejaba a su paso, esa sensación calidad que le embriagaba cuando le veía caminar a un lado de Kyoka y ambos parecían felices, tranquilos. Tal vez eso fue lo que siempre quiso, eso y la seguridad de Oda. Un mundo donde todos fueran felices y Oda escribiera, eso era todo lo que pedía, pero jamás lo obtuvo. Así que tuvo que elegir, y optó por lo segundo, por algo que en cualquier otro universo solo podía soñar, decidió sacrificarlos a todos por una persona.

Si lo piensa, su resolución fue la más corrosiva posible. Estuvo dispuesto a arriesgar una línea temporal completa por una persona, sin embargo, Atsushi llegó, y todo cambió.

Todo lo que maquinó durante años se ve destruido por una decisión. Lo sabe. Es el principio de su fin. ¿Pero qué fin? No lo sabe. Ya no tiene mas propósitos en la vida, nada tiene sentido, no le interesa ese mundo, esa vida. Pero no tiene el valor para matarse, más bien, tampoco le encuentra sentido al suicidio. Todo su esfuerzo se destruyó y no le importa. No siente nada. Mira por los enormes ventanales, en anochecer llega, todo va a caer en la bruma del manto oscuro del universo. Estrellas, planetas y galaxias. Nada se puede ver en el cielo de Yokohama. Una, dos, tres estrellas a lo mucho. Nada más.

No tiene sentido intentarlo una vez más pero lo hace; intenta comunicarse con Gin. No hay respuesta. Los detalles los desconoce, pero puede imaginarse a medias lo que sucedió. Su error fue ceder, y cedió porque le gustó.

Casi puede sonreír, es irónico que una simple acción haya arruinado todo lo que tenía planeado.

Es irónico, sin embargo, en el fondo de su pecho siente alivio.

No es un sentimiento que corresponda a su situación actual. Pero le late el alivio en el pecho. Por eso, puede ser que espere. Espera que llegue el fin. Lo ansía.

Le divierte su situación, le divierte todo aquello. Nunca antes se había sentido tan inútil. Inútil y perdedor, pero en una derrota dulce. Mejor que salir victorioso. Espera, mirando el cielo de Yokohama y agudizando el oído en el eterno silencio de su alrededor.

Ven.

Siente la palabra en su sangre. Que rompa el silencio y venga a su lado, porque por una extraña razón necesita verle, necesita divisar el dorado de sus ojos para saber que decisión tomar.

Su mano resbala por el cristal de la ventana, dibujado una hoja de otoño falleciendo.

Todo sería más fácil si lo hiciera, incluso mejor. Mucho mejor, no le cabe duda. Piensa en en la posibilidad, la espina que le perfora desde la espalda, cuando la puerta se abre.

La madera pesada se mueve, y sus pulmones hacen lo mismo que el aire al salir por la puerta. Lo deja momentáneamente vacío para llenarse nuevamente. No lo finge, su desesperación es tal que en una ataque de nervios no piensa en sus acciones, solo se volvería rápidamente. Se gira y lo ve. Su interior cruje, se desmorona, mas esos ojos lo sostienen, lo dejan en una sola pieza.

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