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Royal Woods, Casa Sharp, 20/11/20XX


—¿Lo tienes todo, Vaquerito?— El acento británico hacía notar la presencia de la mujer del mechón azul algo descolorido, sus ojeras combinaban con su maquillaje, algunas arrugas adornaban su rostro, surgidas mayormente por el estrés de mantener una familia de tres integrantes ella sola después de mucho tiempo.

—¡Mom, ya no soy un niño para que me llames así!— Un adolescente respondió mientras recorría toda la casa en busca de sus útiles escolares, las pecas debajo de sus ojos marrones eran lo más destacable de él, aparte de su bandana atada alrededor de la cabeza.

—¡Date prisa, Lem!— La voz aguda se sumó a la conversación, era la menor de la familia, tenía un mechón azul al igual que su madre, pero ella tenía la peculiaridad de tener el cabello blanco. La preadolescente de ojos azules como el cielo metía prisa a su hermano mayor mientras leía un cómic. —¡No me quiero perder mi primer día de secundaria, qué emoción!

La matriarca escuchaba los cajones abrirse y varios objetos caer al suelo, pasos apresurados delataban el desorden que su hijo provocaba. Esta era la rutina en este humilde hogar; si no era por los grafitis de Lina, era por los ensayos escandalosos de Lemy. Quizás era pesado y difícil, pero Sam amaba con locura a sus hijos, con sus virtudes y defectos, aunque admitía que se habían comportado bien estas vacaciones (quizás sea por la promesa de que podían hacer todo lo que a ellos les gustase durante todo el año).

—¡Lemuel Sharp, si no ordenas todo lo que has tirado en un minuto, te quedas sin guitarra durante un mes!— Un breve silencio se escuchó en la casa, mentalmente, la matriarca contaba los segundos. Como era de esperar, para la semi-rubia, su hijo tardó menos de cuarenta segundos en estar totalmente listo y con todo recogido. —Good— Su comisura formó una media sonrisa. Bajó su mirada hacia la hora que proyectaba su teléfono, dándose cuenta de que la flecha del tiempo los perseguía.

—Nos agarró la tarde, iremos todos en el coche— Sus hijos estaban acostumbrados a ir a la escuela en sus propios vehículos, como una bicicleta en el caso de Lemy o un skate en el caso de Lina. La madre de ambos hermanos les hizo un gesto señalando que se fueran al coche. El vehículo familiar no era de lujo; era lo que Sam podía permitirse con su sueldo de jefa de camareras. Un pequeño silencio se formó en el carro familiar. Lian agitaba su pierna mientras mordía sus uñas, Lemy, en cambio, miraba por la ventana buscando motos que fueran de su interés, susurrando el nombre de cada una de las motos. Sam giró la rueda de la radio buscando la estación de Rock que suele poner cuando van en coche.

—¿Nerviosa, cariño?— La mirada de Sam alternaba entre el retrovisor que reflejaba a sus hijos y la carretera. El sonido de las uñas siendo mordidas prosiguió durante unos segundos hasta que la menor de la familia volvió a la realidad.

The Loud House: Vida de un pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora