Pecado.
Está es la palabra que definiría la vida de Lemy Sharp, aunque el viva junto con su madre y hermana una vida mundana, deberá pagar por un pecado único, aquel que lo perseguirá hasta el fin de sus días.
Haber nacido.
[Saque conceptos de mi an...
—¡Esto es muy aburrido, Tío Simón!— El pequeño Lemy soltó bruscamente el lápiz, provocando una resonancia. Frente a él había una hoja con varios cálculos matemáticos básicos acorde para un niño de su edad.
—Lo sé, lo sé, pero debes hacerlo si no quieres reprobar la materia.
Simón estaba junto a su sobrino en una mesa. La lluvia acariciaba la ventana frente a ellos. Solo había una lámpara iluminando la tarea de Lemy, quien infló los mofletes y cruzó los brazos por la respuesta.
Las yemas de los dedos de Simón removían la frente del susodicho. La paciencia abandonaba su ser, pues el castaño era más inclinado hacia las cosas prácticas que para las intelectuales.
—Esto no me ayudará en ser un rockstar. ¿Por qué no me enseñas otra canción con la guitarra? Eso sí sería útil, sobre todo que tú sabes las canciones de las películas de vaqueros.
Claramente inocente, Lemy propuso mientras jugueteaba con el lápiz. Simón apoyó los codos sobre la mesa soltando un suspiro en el proceso, maldiciendo a Sam por haberle dejado a solas con Lemy en tiempo de estudio.
—Lemuel, ¿cuántos tornillos necesitas para poner una chapa metálica?
Simón habló lentamente, como si estuviera explicando la fórmula de la relatividad. El pequeño Lemy contó con sus dedos mientras susurraba la cuenta que llevaba.
—¡Siete!— El niño mostró sus dedos emocionado.
—Bien, ¿y cuántos necesitaré para cinco chapas?
Cual robot que le da un cortocircuito, Lemy se quedó diciendo "Eh..." mientras tenía un dedo levantado, chasqueaba la lengua como si estuviera buscando la respuesta en el fondo de su mente.
—Treinta y cinco, Lemy— Simón dejó caer su cabeza a la vieja mesa, totalmente rendido ante la poca capacidad matemática de su sobrino.
—¿Y eso qué tiene que ver con la tabla del siete?
Lemy arqueó una ceja. Simón solo golpeó levemente su frente contra la mesa, amaba a su sobrino pero detestaba tener que estudiar con él, aunque a su edad él era peor, por lo cual no podía quejarse mucho.
El ruido del timbre rompió la escena tan peculiar de este par, ambos se miraron extrañados. La pereza invadió a ambos, decidieron jugar a piedra, papel o tijeras para ver quién le tocaba levantarse.
Este juego fue ganado por Lemy con su confiable piedra, a lo cual el rubio suspiró perezoso. En cambio, Lemy sacó la lengua a Simón mientras movía sus hombros rítmicamente, señalando su victoria.