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El olor metálico de la sangre, la arena del desierto de Nevada impregnada en sangre inocente, el viento levantando una pequeña polvareda que nublaría la vista de aquella escena atroz, esta era su vida desde que se fue de Royal Woods, perpetrar dolor y ruina allá donde hubiera papeles con la cara de Benjamín Franklin.

Miro a sus víctimas, ambos fulminados de varios disparos en el pecho, los dos tenían vendados los ojos, amordazados para evitar molestos ruidos de súplica o llantos, ambos cuerpos eran de hombres, estaban situados en un parque de caravanas donde Simon había mandado a sus "hermanos" a registrar el lugar.

El de la izquierda era más mayor, más o menos de cuarenta años, con una barba canosa y unas entradas pronunciadas de cabello pelirrojo. El de la derecha era joven, no más de veinticinco años, este último estaba abrazado a su compañero, mientras las lágrimas empapaban la venda que tenía puesta, era también pelirrojo.

Simon estaba cavando las "tumbas" (más bien era un boquete donde ambos cupiesen) donde tiraría los cadáveres, era un día más en la oficina, sus superiores le daban los datos y él solo hacía el trabajo que le ordenaban, no era culpa suya.

¿Qué hicieron? Deber dinero a la gente equivocada, esta era la consecuencia de jugar con los búfalos de la carretera, temidos en toda la costa oeste de los Estados Unidos, cada miembro llevaba una bandana con un cráneo de un búfalo, debías tener cuidado si veías a alguien con esa bandana puesta, pues era el presagio de que el caos se cerniría en alguna parte cercana a tu área.

Llegó un punto donde lo ignoraba, veía esos ojos inertes viendo hacia el cielo, totalmente carentes de vida, con sus bocas a medio abrir por intentar decir unas últimas palabras antes de llegar al final. Simplemente le parecía gracioso, ¿cómo la muerte podía ser tan cómica? Esos rostros generaban carcajadas en el rubio, ¿acaso creían que se podían librar? Nadie se libraba de las consecuencias de sus actos.

Quizás la manera donde un hombre puede lidiar mejor con el hecho de matar a otro hombre es con la deshumanización, reírte sobre las expresiones que adoptaban sus rostros tras morir, aligeraba la carga de que tú podrías ser uno de ellos el día de mañana.

Había veces donde sus superiores le pedían una muerte específica, apuñalamiento, estrangulamiento, quemado vivo, y mil millones de maneras insólitas en las que un ser humano puede hacerle daño a otro bajo el pretexto de "faltar el respeto a un hermano" (como se hacían llamar entre ellos).

Pero por "suerte" para las víctimas, esta vez solo era una deuda, así que con un par de disparos bastaría, no lo disfrutaba pero tampoco le desagradaba, era como un trabajo cualquiera, él se unió a los búfalos de la carretera por las promesas de riquezas, libertad y exploración hacia nuevos horizontes, en parte había cumplido esto, pues nunca había recolectado tanto dinero aunque estuviese matándose a trabajar en el taller de su padre.

The Loud House: Vida de un pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora