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No solía llevar algo especial al colegio, con mantener algo cómodo y que se adaptara al clima era más que suficiente en un día cualquiera. Pero mis días ya no eran pasajeros, no más después de Namyune.

Las semanas y los meses habían sido, no pasaban como antes sino que cada día era independiente, diferente, trascendente y sustancial como un grano de arena en un reloj. Guardaba el cambio de su primer café en el cajón de mi tocador, justo al lado de los aretes que usaba diario, debajo del labial que mi madre me regaló el cumpleaños pasado.

Había veces que lo usaba y otras sólo me levantaba a la prisa para llegar a mi primera clase, como sea Namyune no iba diario a la cafetería. Sin embargo, valía la pena cuidar la tinta de mis labios y soportar no comer nada en la mañana si con eso ella me miraba antes de dar la vuelta y marcharse corriendo.

Ese día tenía un poco de más tiempo y decidí intentar algo diferente. Al fondo de aquel cajón estaba olvidado un broche dorado que no me molestaba en ocupar cuando mi cabello se acomodaba con naturalidad y el flequillo lo tenía a raya sobre la línea de mis cejas. Lo tomé y coloqué sobre el lado izquierdo dejando a la vista mi mejilla y parte de mi oreja, parecía increíble que algo tan simple cambiara tanto la forma de mi rostro.

Salí de casa usando un suéter color vino y el único labial que tenía, combinando ambos de manera perfecta y creando algo nuevo, algo diferente porque ese día era todavía más sobresaliente que los anteriores.

El semestre estaba a nada de concluir y ya tenía la evaluación de aquella clase infernal que se interponía entre las conferencias y yo. Las monedas en mi bolsillo sonaban y chocaban entre sí, al fin iban a regresar a su sitio o al menos esa era mi intención: devolverlas a Namyune e invitarle un café.

Esperé junto a la cafetería diez minutos y después eché un vistazo a la conferencia que se daría a propósito de Isabel de Bohemia y su correspondencia con el padre de la modernidad. No había dudas de que ella debía estar ahí, tanto mi corazón como la razón estaban convencidos pero mis sentidos no podían encontrarla ahí.

Un organizador me detuvo a la entrada con el vaso y me prohibió la entrada señalándome un pequeño cartel junto a la puerta donde se leía la prohibición con bebidas y alimentos. No tuve más opción que sentarme junto a la entrada y escuchar desde fuera la exposición mientras me terminaba el café frío y mantenía la esperanza de que saliera de la sala al final.

La ley de Murphy dice que si algo puede salir mal eso sucederá, incluso si sólo temes eso es suficiente para ponerla en marcha.

Si tan sólo tuviera un deseo en la vida lo usaría para hacer aparecer a Namyune de nuevo a la hora en punto para pedir su habitual café de avellanas.

bitternuts [namgi fem]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora