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Tom Kaulitz
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El café se está enfriando sobre la mesa y miro abatido hacia un costado, pensando si este día lo recuerdas tanto como yo lo hago. Quizá deambulo un poco y mejor debería ir por unas horas de sueño; de repente me siento cansado. Aún así prefiero quedarme aquí sentado siendo víctima nuevamente de los recuerdos que me hacen tenerme un odio profundo.

Hoy era un día especial, ¿lo recuerdas? Nuestro aniversario.

Vi a tu hermana hace unos días, pero tranquila, sólo me saludó, no hablamos de ti por tu bien y el mío, aunque no te voy a mentir quise preguntarle de todo; si seguías tan hermosa como terca hasta la médula desde siempre, si todavía reías o llorabas por todo, si ya no enfermabas tan seguido, si estabas bien. ¿Estás bien?

2000

—¡Feliz Año Nuevo!

Todos celebraban al compás de las campanas. Bill se encontraba a mi lado con esa risa que lo caracterizaba y por ende contagiaba. Era el comienzo de un nuevo siglo, para dos niños de diez años lo único que importa era tomar las oportunidades que se nos brindarán en la música. Un sueño compartido e inculcado por un padrastro.

—¿No estás feliz, Tom? —mi hermano preguntó— Este año presiento que lograremos muchas cosas.

Sin embargo, para mi todavía había algo que sentía me faltaba. Por supuesto que amaba la música y amaba compartir ese espacio con mi hermano, pero quería algo más.

Me limité a asentir.
—Claro que sí, Bill.

Fue lo último que dije antes de salir al patio trasero, me sentía abrumado de tanto escándalo dentro de casa. Me senté en el césped, mis ojos se concentraron en observar el cielo estrellado y alumbrado solo por la luna, adornado por algunos fuegos artificiales. Sonreí.

—Debes estar furiosa, mamá —dije para mi mismo—. El ruido de los fuegos artificiales debe de molestarte.

Entonces, escuché un ruido lejos de donde estaba y curioso me acerque para ver de que se trataba. Por mi cabeza se cruzó la idea de que si nuestro padrastro se daba cuenta que no estaba se enojaría demasiado y me castigaría, algo que nunca me interesaba realmente. Así que sigiloso asomé mi cabeza lo más que podía a uno de los árboles que teníamos y visualice una figura femenina; una niña. Se encontraba sentada en un columpio mirando el cielo como yo hace un rato, pero a diferencia de mi, ella estaba llorando. Reconocía ese llanto porque así fue como yo me sentí cuando mamá murió. Dentro de mi en ese momento sentí la necesidad de correr y abrazarla aunque no la conociera, nadie merecía pasar por el dolor de perder a un ser querido, después caí en cuenta de lo atrevido que eso sería y me acomodé en mi lugar a seguir observandola con detenimiento. Su llanto era silencioso, no se movía, a esta distancia podía notar lo hinchados que tenía los ojos y lo roja que se puso su nariz. Viéndola así la vi tan frágil que si alguien se atrevía a tocarla podía romperse como si de una muñeca de porcelana se tratase.

Mi primera lagrima cayó. Ciertamente en ese momento no sabía por qué lloraba, pensándolo ahora puedo decir que fue porque quizá me refleje en ella sin conocerla.

—¡Tom! —a lo lejos escuché a Bill, despabilé y mis ojos se encontraron con los de aquella niña. Su cara quedó grabada en mi memoria desde aquella noche.

Reaccioné lo más rápido que pude y fui corriendo hacia donde estaba mi hermano. Lo que restaba de la noche pensé en si ella me había visto, por supuesto que se dio cuenta de mi, pero desconocía si vio mi cara.

La noche transcurrió. Mi hermano y yo ya estábamos en nuestra respectiva habitación listos para dormir, cuando escuché la voz tenue de mi hermano felicitando a mamá mientras mi último pensamiento, antes de quedarme profundamente dormido, fue la niña extraña del columpio.

Ese año no pasó mucho en realidad, nuestros días se basaban la mayor parte del tiempo en prácticas. Bill escribía canciones y yo las tocaba, intentabamos de todo para sobresalir aunque la aprobación era sólo nuestra al principio.

Recuerdo francamente una ocasión en que estábamos dando lo mejor de nosotros mismos, aunque probablemente solo eran sonidos al azar y una breve coordinación de ambos, en ese entonces nos creíamos la mejor banda de rock del momento y tomamos un descanso porque eramos artistas, mas no robots. De un momento a otro Bill fue a la cocina por algo de agua mientras yo ajustaba la guitarra roja tan característica que yo adoraba, cuando de reojo visualicé por la ventana una silueta femenina, yo siendo todo un niño curioso me acerque a donde mismo para observar de que se trataba.
Era ella, la niña del columpio. Solo que estaba vez no se mecía en él, sino que sus brazos y piernas fluían como si de bambú se tratara. Estaba bailando, en el momento no lo sabía, pero era danza contemporánea, para nada común en nuestro pueblo. Y sí, causó cierto efecto en mi. Más de lo que me hubiera gustado admitir.

—Ya estoy listo —por supuesto mi hermano tenía que hacerme despertar—. ¿Por qué esa cara?

—No era nada —me acomodé nuevamente en donde estábamos ensayando y volví a concentrarme en la guitarra.

—Para tener esa sonrisa dudo que solo sea "nada".

Maldición que tenía razón.

—Sigamos ensayando.

Durante los próximos días nuestros horarios de ensayo solían ser a la misma hora. Me enteré de que ella ensayaba afuera de su casa debido a que un día regresando de la escuela escuché a una vecina halagando la forma en que bailaba, ella platicaba con la mujer muy cómoda contándole porque no tenía otro lugar en donde ensayar y específicamente porque preferiría hacerlo afuera.
A veces sin intención me distraía por verla bailar, era un deleite que me hacia querer caer en la tentación. Mi hermano no tardo en darse cuenta, claro, me regañaba, aún así no podía dejar de verla.

—Ella es tan buena, quisiera que me enseñará a bailar así —comentó una vez—. Pero, ¿sabes que quiero más? —lo miré expectante esperando a que continuara— Que dejes de verla y te concentres que me pones nervioso.

Por otro lado yo no podía ser tan expresivo. Estaba seguro de que no me gustaba, me parecía atractiva, como el setenta por ciento de niñas con las que me topaba, mi primer beso fue una de ellas, de hecho. Sólo que esta niña era diferente. La forma en que bailaba, caminaba, se movía. Toda ella. Algo que era tan notorio y simple no podía ser tan complejo, ¿verdad? Eso pensé al principio... hasta que tuvimos nuestra primera interacción.

amapola ; tom kaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora