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Yo podría adelantarme y decir que por nuestro beso surgieron una serie de eventos afortunados para ambos, que retomamos nuestra relación oficialmente, que nos amamos y que vivimos felices para siempre, pero eran fantasías que se quedaban en la imaginación, porque existimos en un mundo donde los golpes de la realidad dolían más de lo esperado. Sin embargo, el beso sí fue el comienzo de una oportunidad que me permitía fabular con la posibilidad de algo más, exceptuando que no se trataba de un cuento de hadas, sino de un futuro próspero y eso era, por mucho, superior a todo lo demás, pese a los altibajos que enfrentamos.

El resto de la noche no nos separamos, no quise despegarme de ella, ella de mi tampoco, lo que menos cruzaba por mis pensamientos era si después de esto se arrepentía y al día siguiente me volvía a tratar como un extraño, lo único que me importaba era disfrutar lo que nos quedaba en compañía del otro. Seguimos bailando un par de canciones más con la mirada de los demás sobre nosotros, seguramente envidiando, hasta que noté la presencia de la banda en la misma habitación, el cambio repentino de actitudes les sorprendió; pude ver a Georg mirándome con picardía, Bill se encogió de hombros con una leve sonrisa adornando su cara y Gustav levantó ambos pulgares apoyándome.
No fue entonces que en un momento de la madrugada Marie pareció frente a su hermana menor para avisarle que ya era hora de irse y su partida también significaba la de nosotros porque si llegamos juntos, nos vamos juntos.

Durante el viaje de regreso, mientras los mayores conversaban, Bill bromeaba con Gustav y yo prestaba atención al paisaje, que me parecía más interesante que lo que pasaba a mi alrededor, sentí el peso de la cabeza de Amèlie en mi hombro, obviando su falta de sueño, me pareció curioso el hecho de que no despertó para apartarse, así que me atreví a hacer lo mismo dejando caer con cuidado mi cabeza en la suya, cerré los ojos sintiendo la tranquilidad acompañada de diversas voces inmersas en pláticas y canciones sonando en la radio. Pasados varios minutos la chica a mi lado se removió un poco abriendo un ojo y todavía adormecida, se concentró hacia el frente analizando el panorama.

—¿Ya casi llegamos? —me preguntó en un susurro.

—Eso creo. ¿Estás cómoda?

La amplitud del auto no era la mejor para seis adolescentes, lo que nos ayudó en sobremanera fue la distribución y un plus de que nuestras acompañantes eran pequeñas, se nos permitió evitar en parte la inconformidad.

—Sí, pero tengo mucho sueño —musitó antes de soltar un bostezo.

—Ven, recárgate aquí —pasé mi brazo por sus hombros y la atraje hacía mi pecho para mejor confort, no reprochó, supongo que el sueño podía más con ella—. Duerme, cuando lleguemos te despierto.

No respondió, pero el sonido de su respiración prolongada me confirmaba que fue una buena idea, su cercanía aceleró mi corazón y mierda, temí lo peor, que se diera cuenta de lo que me provocaba.

Sabía que Amèlie era de sueño pesado, lo descubrí cuando hizo una pijamada con Bill, ellos estaban dormidos y por molestarlos yo generaba ruido con mi guitarra, el único con mal humor por la mañana fue mi hermano, a diferencia de Amèlie quien lucía radiante tras sus ocho horas de sueño. Por ahora no sabría lo difícil que sería despertarla, pero a mí y a mi brazo adormecido no nos importaba en lo absoluto.

El resto del camino me uní a la conversación de los demás; aportaba algo con Gustav y Bill o le daba la razón a Marie para molestar a Georg, lo que fuera para no caer dormido también. Ocasionalmente soltaban bromas -menos mi gemelo- sobre Amèlie y yo, no me molestaba, al contrario, me causaban gracia, aunque no estaba seguro de si sería lo mismo si Amèlie estuviera despierta, en fin.
Por suerte la fiesta no fue en un lugar tan distanciado de nuestro hogar y llegamos antes de las tres de la mañana.
Observé a mi costado donde la chica yacía en un profundo sueño y me di un momento para admirar su rostro apacible, entonces la removí hasta conseguir despertarla, no fue fácil, finalmente se estiró a la par que soltaba un último bostezo. Poco a poco despabilando el sueño, le tendí la mano y la ayudé a bajar. Retomó su camino hacia su casa sin decir ni una sola palabra, parecía un zombi.

amapola ; tom kaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora