Capítulo 8

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Jamás había sentido mí cuerpo tan pesado desde la última práctica de artes marciales con mí padre.

Miraba el techo aún con lagañas pegada a los ojos, mí cerebro estaba buscando la forma de iniciar, pero el frío que hacía a mí lado con la ausencia del pelinegro me hacía replantearme la idea de si entregarme a él fue lo mejor.

¿Pero qué mas da? Ya está hecho, no lo puedo revertir. Me levanté con esfuerzo emitiendo un quejido de dolor cuando me senté sintiendo los fluidos pegajosos terminar de salir de mí. La cama estaba llena de ellos y de mí sangre ya seca, suspiré recostandome de la pared.

Mala idea.

Está fría. Me separé después de un momento tomando la fuerza para levantarme, puse los pies en el suelo suspirando profundo. Tome impulso y...

-En tu condición no deberías levantarte -dijo Geto.

Lo mire sorprendida y sonrojada. Con esa cara de póker me era imposible saber lo que pensaba, pero toda su aura y postura me indicaba que si quisiera me mataría en una milésima de segundo con solo chasquear sus dedos.

Abrí la boca para decir algo, pero no lo hice. No tenía nada que decir, no sabía que decir. ¿Después de lo de esta mañana como se supone que lo vea a la cara?

Él tampoco decía nada, parece que no tenía intenciones de hacerlo, mucho menos de tratarme con delicadeza. Se colocó delante de mí entregándome una pastilla del día después con un vaso de agua.

-No tomaré eso -hable por fin atreviendome a mirarlo a los ojos-. ¡Igh!

En el momento que esas palabras abandonaron mí boca agachó su rostro a unos centímetros del mío mientras me halaba del cabello.

-No te pregunté si lo querías tomar o no, ¡mona asquerosa! Es que te lo tienes que tomar porque sino vas a quedarte embarazada y estoy muy seguro que no lo quieres tanto como yo.

¿Y a estas alturas lo viene a decir? Hace unas horas parecía no importarle esa opción y de solo recordarlo mí cuerpo se estremece.

-Si piensas que te tengo miedo estás muy equivocado, Geto-san -murmure con odio, por alguna extraña razón quería llorar. Pero no lo haría-. No tomaré esa mierda porque tengo puesto un implante en el brazo, idiota, ¿o es que acaso no te diste cuenta?

Sus ojos no se despegaban de mí, mucho menos su mano se quitaba de mí cabeza. Era verdad lo que le decía, al vivir todo el tiempo en un campo de batalla me preparaba para morir, ser violada i torturada día tras día mientras avanzaban las manecillas del reloj en ese jodido departamento.

¿Para qué se tiene el 100% del cerebro si no se usa? Decidí ponerme el implante cuando vi que mi mejor amiga casi moría un fin de semana por esa maldita pastilla del día después que la compró ilegalmente por ser menor al no poder comprarla en una farmacia. Esa mierda estaba vencida y la cura fue peor que la enfermedad como diría la señora del súper que siempre habla alto de los chismes en el supermercado.

Entonces replantee mi situación, enumere las opciones y el trauma vivido al acompañar aquella persona que ya hoy no está conmigo, decidí gastar un poco de mis ahorros prometiendo que lo repondria después -y así lo hice-, y fui hacerme una consulta ginecológica para ver qué implante me podrían colocar.

Mí madre era una persona altamente inestable, siempre llevaba una fila de machos inútiles a lo que se suponía que era nuestro hogar y por mucho que la puerta del cuarto donde dormía con Sota estuviera bien asegurada, nada me garantizaba que eso me iba a durar para siempre.

Prueba de ello fue ese día del incendio, y, por mucho que le agradezca a este hombre que me haya rescatado, no permitiré que me trate como quiera.

-Vístete y lárgate, no quiero ver tu espantosa cara de mona de nuevo.

Te odio, te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora