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༶ Park Jihyo, un icono de Hollywood, ya se encuentra a su tercera edad, decide al fin contar la verdad sobre su vida llena de glamour y escándalos... Especialmente sus maridos.
Sus secretos más preciados serán liberados en larg...
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He pasado los últimos días investigando todo lo posible sobre Park Jihyo. Nunca fui una gran cinéfila, y mucho menos me interesaron las estrellas de Hollywood de antes. Pero la vida de Jihyo —al menos la versión oficial con que se cuenta hasta ahora— alcanza para diez telenovelas.
Está el matrimonio a corta edad que terminó en divorcio a sus dieciocho años. Luego el romance creado por el estudio y el matrimonio tumultuoso con Kim Taehyun, de la élite de Hollywood. Los rumores de que lo abandonó porque la golpeaba. Su regreso en una película de la Nueva Ola francesa. La fuga apresurada a Las Vegas con el cantante D.O. Su glamoroso matrimonio con el atildado Jackson Wang, que terminó cuando ambos tuvieron romances extramatrimoniales. La bella historia de amor de su vida con Kang Daniel y el nacimiento de la hija de ambos, Yunjin. Su doloroso divorcio y casi inmediata boda con su antiguo director, Cha Eunwoo. Su supuesto romance con el Senador Choi San, mucho más joven que ella, que puso fin a su relación con Cha. Y, por último, su matrimonio con el financiero Minatozaki Yuto, que, según se rumoreaba, había sido cuando menos inspirado por el deseo de Jihyo de contrariar a Minatozaki Sana, su antigua coprotagonista y hermana de Yuto. Todos sus maridos han fallecido, por lo que Jihyo es ahora la única que puede echar luz sobre esas relaciones.
De más está decir que me espera un arduo trabajo si quiero que me cuente algo sobre eso.
Esta noche, después de quedarme en la oficina hasta tarde, vuelvo por fin a casa poco antes de las nueve. Mi apartamento es pequeño. Creo que sería más apropiado describirlo como una latita de sardinas. Pero es asombroso lo grande que puede resultar un sitio pequeño cuando faltan la mitad de tus cosas.
Hace cinco semanas que Christopher se mudó, y aún no repongo los platos que se llevó ni la mesa de café que nos regaló su madre para la boda. Jesús. Ni siquiera llegamos al primer aniversario.
Cuando entro y dejo mi bolso en el sofá, nuevamente me llama la atención lo innecesariamente mezquino que fue al llevarse la mesa de café. Su nuevo apartamento en San Francisco vino totalmente amueblado gracias al generoso arreglo de traslado que le ofrecieron con el ascenso. Sospecho que puso la mesa en un guardamuebles, junto con la mesita de noche que insistía en que le correspondía y todos nuestros libros de cocina. A esos no los echo de menos. Yo no cocino. Pero cuando las cosas llegan con la inscripción «A Mina y Chan, por muchos años de felicidad», uno considera que la mitad le pertenece.
Cuelgo mi abrigo y pienso, no por primera vez, qué pregunta se acerca más a la verdad: ¿Chris aceptó el nuevo empleo y se mudó a San Francisco sin mí? ¿O yo me negué a abandonar Nueva York por él? Mientras me quito los zapatos, decido una vez más que la respuesta está en algún punto medio. Pero luego vuelvo al mismo pensamiento que me duele como la primera vez: Se fue.
Pido un pad thai por teléfono y entro en la ducha. Abro el agua muy caliente. Me encanta cuando el agua está tan caliente que casi quema. Me encanta el aroma del champú. El lugar en el que soy más feliz bien podría ser bajo una ducha. Aquí, entre el vapor, enjabonada, no me siento Myoui Mina, la mujer abandonada. Ni siquiera Myoui Mina, escritora postergada. Aquí soy solo Myoui Mina, dueña de productos de tocador de lujo.