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–¿Puedes venir a mi despacho?

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–¿Puedes venir a mi despacho?

Miro los escritorios que me rodean y luego nuevamente a Frankie, como para corroborar a quién se dirige. Me señalo.

—¿Me hablas a mí?

Frankie tiene muy poca paciencia.

—Sí, Mina, a ti. Por eso he dicho: «Mina, ¿puedes venir a mi despacho?»

—Lo siento, solo oí la última parte.

Frankie se da la vuelta. Tomo mi bloc de notas y la sigo.
Frankie tiene algo que resulta muy llamativo. No diría que tiene una belleza convencional: sus rasgos son severos y tiene los ojos muy separados; no obstante, es imposible mirarla y no admirarla. Con su contextura delgada, su metro ochenta de estatura, su cabello afro corto y su afinidad por los colores vivos y las joyas grandes, todos se fijan en ella cuando Frankie entra a una habitación.

En parte, fue ella el motivo por el que acepté este empleo. La admiro desde que estaba en la facultad de periodismo y leía sus artículos en las páginas de la misma revista que ahora dirige y para la que ahora trabajo. Y, para ser sincera, resulta muy inspirador que la directora sea una mujer negra. Siendo yo misma de raza mixta —piel oliva clara y ojos pardos heredados de mi padre japonés, abundantes lunares en la cara heredados de mi madre blanca— Frankie me inspira más confianza en que algún día yo también podré ser directora.

—Toma asiento —me dice mientras se sienta y señala una silla anaranjada que está al otro lado de su escritorio de Lucite.
Me siento tranquilamente y cruzo las piernas. Dejo que Frankie hable primero.

—Bien, hay una novedad curiosa —dice, mirando su ordenador—. La gente de Park Jihyo está preguntando por un artículo. Una entrevista exclusiva.

Mi primer instinto es decir: «¡Genial!». Pero también: «¿Y por qué me lo dices a mí?».

—¿Sobre qué en particular? —pregunto.

—Supongo que tendrá que ver con esa subasta de vestidos —responde Frankie—. Entiendo que para ella es muy importante recaudar la mayor cantidad posible de dinero para la Fundación contra el Cáncer de Mama.

—Pero ¿no lo confirman?

Frankie menea la cabeza.

—Lo único que confirman es que Jihyo tiene algo que decir.

Park Jihyo es una de las estrellas de cine más grandes de todos los tiempos.
No es necesario que tenga algo que decir para que la gente le preste atención.

—Esto podría ser muy bueno para nosotros, ¿no? Digo, es una leyenda viva. ¿No estuvo casada ocho veces o algo así?

—Siete —me corrige Frankie—. Y sí. Esto puede ser inmenso. Y por eso espero que me apoyes en lo que viene.

—¿A qué te refieres?

Frankie respira hondo y me mira con una expresión que me hace pensar que está a punto de despedirme Pero luego dice:

—Jihyo me ha pedido específicamente que la hagas tú.

—¿Yo?

Es la segunda vez en cinco minutos que me sorprende que alguien tenga interés en hablar conmigo. Necesito aprender a ser más segura. Basta decir que últimamente no me ha ido muy bien en ese aspecto. Aunque, ¿para qué fingir que alguna vez fui muy segura?

—Para serte sincera, yo también reaccioné así—. admite Frankie.

Ahora seré yo sincera: me ofende un poco. Aunque, obviamente, entiendo que haya sido esa su reacción. Llevo menos de un año trabajando en Vivant, haciendo más que nada publirreportajes. Antes blogueaba para Discourse, una web cultural y de actualidad que se autodenomina revista de noticias pero que, en realidad, es un blog con titulares contundentes. Yo escribía principalmente para la sección Vida Moderna, sobre temas que marcaban tendencia y artículos de opinión.

Después de años de trabajo independiente, entrar a Discourse me salvó la vida. Pero cuando Vivant me ofreció empleo, no pude evitarlo. No podía dejar pasar la oportunidad de ser parte de una institución, de trabajar entre leyendas del oficio.

Pasé mi primer día junto a paredes decoradas con portadas emblemáticas, capaces de cambiar una cultura: la de Debbie Palmer, la activista por los derechos de las mujeres, posando desnuda en la cima de un rascacielos con Manhattan como fondo, en 1984; la del artista Robert Turner pintando una tela mientras el texto declaraba que tenía SIDA, en 1991. Me parecía irreal ser parte del mundo de Vivant. Siempre había querido ver mi nombre en sus páginas satinadas.

Pero, lamentablemente, en los últimos doce números, no hice más que formular las preguntas consabidas a personajes de alta cuna, mientras mis colegas de Discourse intentaban cambiar el mundo y se viralizaban. Así que, por decirlo simplemente, no estoy muy contenta conmigo misma.

—Mira, no es que no nos guste tu trabajo; nos encanta —explica Frankie—. Creemos que tienes un gran futuro en Vivant, pero esperaba asignar esto a uno de nuestros periodistas más experimentados, a alguna de nuestras figuras principales. Por eso quiero ser absolutamente sincera contigo: no propusimos tu nombre al equipo de Jihyo. Les enviamos cinco nombres de los grandes, y nos respondieron esto.

Park Jihyo's Secrets | sahyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora