II. Crowley

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Crowley gruñó frustrado, apretando las manos a sus costados en tensos puños, la bilis se acumulaba como veneno causando un molesto ardor en su estómago. Observó las puertas del Pub; de nuevo, una entrada común y corriente a un simple local. Sus orejas comenzaron a enrojecer, expulsaba humo con cada exhalación, a punto de explotar.

Una persona que salía del bar lo observó curiosa, ganando un susto de muerte cuando el demonio creció sus colmillos y le siseó enfadado, huyó despavorida al segundo siguiente, afirmando la existencia de los ¿Vampiros? Crowley regresó sus pasos a la librería y volvió a encerrarse en la oscuridad.

Lanzó sus lentes con rabia hacia cualquier lugar, sus ojos amarillos se hallaban tan enrojecidos y acuosos como los de Aziraphale antes de marcharse. Por supuesto no se debía a la tormenta que había invocado sin querer, sino a su debilidad.

No esperaba volver a verlo tan pronto, no estaba preparado. Fue como recibir el impacto de un tren, tan patéticamente inesperado que todo su control se esfumó, y como un demonio de bajo rango dejó que su desequilibrio hiciera estragos en el clima.

Maldita sea. Todavía estaba irritado por eso.

Pero ¿De verdad se trataba de su ángel? Ya no parecía el mismo Aziraphale que parloteaba incesante sobre la calidad de sus prendas del siglo pasado y del exquisito encanto en los patrones de tartán. Vistiendo como si fuera una mala imitación de Gabriel, puaj.

Aziraphale no tenía derecho a verse tan feliz. Con sus suaves rizos y rosadas mejillas. La sonrisa con adorables hoyuelos a cada lado y sus pálidos ojos azules, preciosas gemas que brillaron desde el momento en que le abrió la maldita puerta.

Cuando lo vio una bola de fuego llena de ira y rencor lo consumió. Quería hacerlo sentir tan mal como él llevaba sufriendo los últimos meses desde su abandono. ¿Acaso esperaba una fiesta al regresar?

Oh, ángel. ¡Volviste! Ven, te estaba esperando. ¿Prefieres crepas o un crumble de cerezas? ¿Un té?

Debía admitir que estar de nuevo juntos, removió sus tripas de una forma que ninguna borrachera a lo largo de los siglos consiguió. Quería actuar tan genial como siempre, que no se notara el temblor de su cuerpo ni su pulso acelerado. Le pareció buena idea el beber para mantener sus manos ocupadas e ignorar su presencia embotando sus sentidos.

Fue cruel, quizás innecesariamente cuando Aziraphale nunca lo había tratado con nada menos que respeto o amabilidad. Ver sus ojos cambiar de la felicidad al tormento le dejó un sabor agrio en la boca.

Él era un demonio, un ser lleno de maldad. No debería importarle romper el corazón de un tonto ángel. Pero a pesar de negarlo, a Crowley todavía le importaba ese estúpido ángel. Todavía deseaba recibirlo con los brazos abiertos sin necesidad de exigir explicaciones... Realmente lo estaba esperando, pasando sus días en su antiguo hogar hasta que decidiera volver.

Aagh. Maldito infierno.

No quería que Aziraphale se alejara nuevamente, no esperaba afectarlo de esa manera. Sólo quería... expulsar esa ira que lo consumía, hacerlo sentir tan miserable como él se sentía cada vez que miraba la anticuada librería sin más que el reflejo de su anterior presencia.

Pero esa furia era solo su defensa contra lo que dolía. Lo tenía muy presente, estaba molesto consigo mismo. Con su maldito ser.

Dejó escapar todo el aire de sus pulmones mientras sus brazos caían flácidos a los lados, ya no importaba, sólo quedaba hundirse en sí mismo. Después de todo era experto en eso.

En la puerta estaba Muriel, cargando una bolsa de papel entre sus manos sobre la que sobresalían algunas hojas verdes.

— ¡He vuelto! — Le sonrió, aunque al notar la ausencia de los lentes del Señor Crowley frunció el ceño de inmediato. — ¿Qué ocurrió? ¿Volvieron a aparecer esos querubines insistentes? Les dije que ningún libro podía salir de esta librería, pero seguían molestando con llevarlos, espero que no los des corporizara, señor Crowley, sería un problema para mí.

To be or not to beDonde viven las historias. Descúbrelo ahora