IX. Jesús de Nazaret

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Una sirena atronadora se escuchó por todo el cielo, con luces rojas parpadeando sin descanso. Aziraphale gimió, incapaz de mover un sólo músculo sin que un dolor punzante lo azotara.

—¿Qué ocurre? — Preguntó al aire, esperando que quizás Uriel le contestara. Aunque no fue necesario, pues un ejército de ángeles como pollos sin cabeza apareció frente a su escritorio, el pánico palpable en los rostros de cada uno de ellos.

—¡Jesucristo ha escapado! —Estallaron en coro, con un valiente vocero que dio algunos pasos hacia Aziraphale. —Señor, el mesías ya no se encuentra en el Cielo.

—¡¿Qué?! —Chilló escandalizado.

El hecho de que la humanidad se volvía más tonta con el paso del tiempo era innegable, Jesucristo había bajado desde los Cielos con un coro de estrepitosas alarmas sonando desde los cielos, oscureciendo el sol y flotando sobre las nubes mientras nadie era consciente de su presencia.

Quizás porque; en realidad, el gran mesías no contaba con un cuerpo físico y lo que se había filtrado era sólo una parte brillante de su alma; que sobrevivía las centurias en su paraíso personal después de la muerte.

En otras palabras, el hijo de Dios en fuga era un simple fantasma flotando sobre Londres. Admirando con asombro la multitud de caparazones metálicos donde se desplazaba la gente sobre avenidas de concreto y bajo una implacable lluvia, traspasando a los peatones con deliberada diversión para causar los escalofríos más dramáticos, riendo con los diferentes ladridos y maullidos horrorizados que soltaban los animales que sí podían verlo como un ente.

Cierto demonio estacionado en un cómodo sillón dentro de una reliquia arquitectónica también pudo sentir su presencia.

Crowley cayó sobre su trasero una vez que el sueño dio paso al corrientazo de energía extrasensorial que le avisó del cambio. Observando a todos lados como si el peligro estuviera presente en la librería.

—¿Quién eres? —Preguntó y con el simple deseo las luces de la librería se encendieron para revelar la sombra translúcida que le sonreía desde la puerta agitando ambas manos efusivamente. —¿Carpintero?

—¿Qué hacemos, Señor? —El ángel preguntó a Aziraphale, mientras el rubio observaba a los demás amontonarse frente a la puerta de su oficina. Incluyendo a Uriel, quien lo custodiaba estrictamente a sus espaldas y no parecía muy afectada con la noticia.

Boqueó confundido, sin saber qué decir. Se suponía que el mesías aguardaba junto a la creadora hasta el momento de su segunda venida. Todavía no era el tiempo, y definitivamente los preparativos para el gran juicio todavía no estaban terminados. De hecho, la misión de Michael tenía algo que ver con la resurrección de Jesús por lo poco que logró investigar de los libros que Muriel le trajo, y para ello debían encontrar la bendita lanza perdida.

Jesús de Nazareth seguiría sin poseer un cuerpo físico con el que habitar la Tierra. Y hasta que el ritual no se completara, no sería visto por ningún mortal. Y ¿Cómo iba a juzgarlos si no era más que un fantasma?

—Bien, quiero siete escuadrones de ángeles listos para reconocimiento en la Tierra. El hombre no conoce mucho, así que tal vez los monumentos o grandes luces llamaran su atención. Empiecen desde ahí y si lo encuentran deben escoltarlo de vuelta al Cielo inmediatamente, sin daños.

Todos fueron dispersados, a excepción de Uriel, quien lo miró con una ceja arqueada sin emitir comentarios. Aziraphale la miró conteniendo un puchero tembloroso. Necesitaba hablar con Michael.

Con mucho esfuerzo, logró levantar su dolorido cuerpo de la silla. Alisando su camisa y enderezando su corbata salió tranquilamente de su oficina seguido de Uriel. Subieron al ascensor en silencio mientras el rubio perdía la cabeza pensando en cómo solucionar esto. Su compañero por otro lado empezaba a esbozar una sonrisa burlona en sus labios.

Michael no fue de mucha ayuda, tampoco estaba enterada de la fuga y mucho menos tenía idea del paradero del mesías. Parecía igual de nerviosa que Aziraphale así que decidió confiar en ella para liderar las expediciones de búsqueda en la Tierra.

Uriel los miraba en la distancia, consciente de cada palabra intercambiada y de cada plan organizado. No confiaba en Aziraphale, y nada la haría cambiar de idea. Un traidor siempre sería un traidor. Pero Michael siempre fue confiable y no deseaba dudar de su hermana a pesar del repentino acercamiento con el "Arcángel Supremo".

Uriel los dejó solos, con la idea de informar a Metatron sobre la situación. No tardó mucho en encontrarlo en los pisos inferiores, frente a los grandes vitrales donde la vista de la Tierra era deslumbrante.

—¿Cómo va? —Preguntó el hombre en cuanto Uriel se posicionó a su derecha.

—Todo sigue el plan, señor. —El arcángel se dejó atrapar por las grandes nubes oscuras que comenzaban a expandirse sobre el territorio europeo. —¿Eso es...?

—No quites el ojo de Aziraphale, todavía podría encontrar la forma de arruinarlo todo.

—Por supuesto, señor. —Con una reverencia, Uriel silenciosamente volvió a su puesto como guardián, sin que el rubio o Michael siquiera notaran su ausencia en un primer instante.

Crowley ofreció la taza con alas de ángel a un sonriente moreno que le agradeció con un asentimiento antes de tomar el cacao con chispas y crema batida en un bocado tentativo.

—Oh, esto es delicioso. —Exclamó encantado y bebió el líquido, quemando su lengua sin importarle mucho.

El demonio empujó sus gafas por encima de su nariz todo lo posible para ocultar la incredulidad en sus ojos. Tomó asiento frente al hombre translúcido y lo analizó desde la punta de los pies hasta su rapada cabeza.

—¿Cómo carajos estás aquí? —Gruñó, exteriorizando sus divagaciones en voz alta. Jesús lo observó con una sonrisa comprensiva.

—Escapé.

—¡Eso es obvio! —Crowley se levantó y extendió los brazos para enfatizar el punto, sus nervios a punto de colapsar. —Sólo me pregunto, ¿Por qué?

—Bueno, tengo una misión.

—¿Una misión? ¿Qué clase de misión?

—Me temo que eso es un secreto, amigo mío. —Y sin más, Jesús volvió a beber tranquilamente de su chocolate caliente.

Crowley se dejó caer nuevamente sobre el sillón como una bolsa de papas con la cabeza colgando del respaldo. Esto no podía significar nada bueno. Era malo, tan malo como verse envuelto en el ojo de la tormenta una vez más. ¿Y ahora qué carajos iba a hacer? 

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⏰ Última actualización: Aug 13 ⏰

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