V. Visita al Infierno

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—No debiste aceptar eso.

—Oh por favor, Crowley. No estoy de humor en este momento. —El ángel ajustó una vez más los volantes del cuello de su camisa, junto a su chaleco ridículamente corto hasta la cintura.

—¿Qué crees que dirá tu odioso-Supremo-jefe-Gabriel cuando vea esto?

—Oh, basta. Nadie lo verá nunca, seguramente se perderá en el tiempo.

El llanto desconsolado de una pobre mujer silenció su charla, Crowley observó a las pocas personas que quedaban presentes en el salón de la mansión, a penas un total de 13 humanos, quince si incluía a un ángel y un demonio. La mayoría de los nobles sólo habían presentado sus respetos con costosos regalos a la viuda del artista, y pronto salieron en cola dejando la estela de sus caros perfumes en el aire.

Quienes todavía guardaban respetuoso silencio alrededor de la mujer eran quizás alumnos o amigos directos del hombre, y de la familia Rosselli. Aziraphale por supuesto, se acercó sin que lo notara al centro del salón, extendiendo un caballeroso pañuelo a la mujer para secar sus lágrimas.

Crowley lo siguió, ofreciendo un cabeceo cortés cuando la mujer con los ojos rojos intentó sonreírles a ambos.

—Muchas gracias por venir, Señor. Sé que a mi esposo le hubiera encantado verlo.

—Oh querida, no me agradezcas. — Aziraphale ofreció una radiante sonrisa, y Crowley sintió al instante el pequeño milagro a su alrededor. Una débil sensación de calidez y consuelo. —Lamento mucho tu pérdida, nuestro querido Matteo era un hombre infinitamente talentoso.

—Lo era. —La mujer asintió repetidamente, su sonrisa ya no era tan triste como antes. —Por favor llévese su pintura, le pertenece.

—Oh, no soy un hombre tan egoísta. La pieza es sin duda exquisita, y merece quedarse aquí con el resto de sus obras para recibir la apreciación que le corresponde, querida. Me temo que no encontraría eso si la llevara conmigo.

—Sé que no es vanidoso, Señor. Pero... al menos debería recibir el crédito por ser la inspiración de mi esposo.

—Ah, una vaga participación en realidad. Creo que nadie ni siquiera me reconocería si se fijara en la pintura.

Crowley sonrió discretamente, él ciertamente lo reconocería. Los rasgos suaves, postura protectora ligeramente afable y por supuesto el tan característico cabello rubio de Aziraphale. En realidad, lamentaría no poder conservar el dichoso cuadro para sí mismo. Podría burlarse de Aziraphale por siglos, un ángel capturado tan dramáticamente ayudando a un niño a pescar, inmortalizado por la eternidad en óleo y lienzo.

—Se lo agradezco, mi buen Señor. —La viuda volteó la mirada ligeramente hacia el mural con todos los cuadros expuestos, más lágrimas silenciosas se acumulaban en sus ojos. Crowley también desvió la mirada al apreciarlos por última vez. —Sabe que, de igual forma, siempre tendrá nuestras puertas abiertas.

—Por supuesto. Lastimosamente, querida, es momento de que mi amigo y yo nos marchemos. Nos queda un largo viaje de regreso a casa.

—Sí, no los detengo más. — Extendió su mano para ofrecer un apretón de manos al hombre de negro. —Que Dios los bendiga.

Crowley contuvo sus gruñidos mientras Aziraphale extendía su mano a la mujer, y la bendecía al sujetar sus delgados dedos. Cuando ambos salieron de la residencia, el sol se ocultaba por el horizonte y el cielo se pintaba de hermosos colores. Quizá también conmemorando la partida de un alma tan virtuosa y creativa.

—Gracias por acompañarme, Crowley. —Aziraphale lo detuvo con sus palabras al pasear por las calles de Florencia. —No tenías que hacerlo.

-Ya te lo dije, estaba aburrido.

To be or not to beDonde viven las historias. Descúbrelo ahora