III. Los libros (y diarios) de Aziraphale

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Crowley acomodó el último de los helechos sobre una pila de gruesos libros, odiando la carencia de elegancia a pesar de sus esfuerzos. Apoyaba completamente el amor de Aziraphale por sus tesoros terrenales, pero no veía razonable poseer más papeles encuadernados que muebles en su propia habitación. ¿No eran para eso los estantes de abajo en la librería?

Todavía refunfuñaba cada noche antes de acostarse en la horrible cama del siglo XVIII, que era prácticamente el único trasto útil junto al armario de dos puertas estilo victoriano. Con aquel somier del que se burló por medio siglo, con tallados en la madera y detalles en oro sólido tanto en la cabecera como en la parte inferior.

Al menos agradecía que el colchón y las almohadas fueran actuales, a juego con un duvet tan suave y cálido en el que podría pasar años enrollado.

Se lanzó de espaldas, desinflado como un globo cuando la pesada sensación en sus entrañas evocó memorias reprimidas. Memorias precisamente sobre la horrenda cama.

Botellas del mejor licor rodando vacías sobre el suelo, entre libros y risas. Era el año 1825, el maldito 25 de mayo tatuado a fuego en su mente. Le avergonzaba admitir que incluso recordaría la hora exacta en que llegó a la librería de Aziraphale, casi bailando sobre el aire ante la expectativa de esta "reunión" con su ángel para asistir al estreno de la novena sinfonía de Beethoven, una interpretación que ambos disfrutaron.

Aziraphale habló todo el tiempo, orgulloso y tan entusiasmado que no tardó en invitar a Crowley a continuar su velada en privado con una copa de vino en su librería; como hacían regularmente.

Mientras él intentaba alargar el momento de su partida a otro de sus encargos demoníacos fuera del país, Aziraphale menos perjudicado; pero no libre de consecuencias; soltó delicadamente su invitación a descansar cuando ya pasaban de las 3 de la madrugada. Alardeando sobre una nueva adquisición de la cual requería la opinión experta del demonio.

Aziraphale no "descansaba", así que Crowley sólo pudo seguirlo curioso al segundo piso de la tienda.

Fue divertido subir las escaleras hasta el cuarto, tambaleándose como un bote en alta mar, pero agradeciendo a su embriaguez por ocultar su nerviosismo.

Nunca hubiera pensado que lograría ingresar a un espacio tan privado, uno que debía ser íntimo, en especial si se trataba de este ángel tan conservador.

Aziraphale le mostró la cama con una media sonrisa, y Crowley no pudo hacer más que enmudecer cuando lo vio deshacerse del lazo en su cuello y posteriormente de su abrigo y chaleco, con dedos torpes al lidiar con botones y más botones entre su fina ropa.

Crowley temía una combustión espontánea, la punta de sus orejas teñidas de un rojo intenso y un calor insoportable que alcanzó su pecho cuando Aziraphale tímidamente tomó asiento en el colchón, con la camisa parcialmente abierta, los pantalones aferrándose a sus gruesos muslos mientras se inclinaba para quitarse los zapatos, dejando sólo las medias cubriendo sus pies.

El ángel se extendió suavemente contra el firme respaldo, y giró su mirada hacia el demonio que apenas recordaba cómo respirar.

— Únete a mí, querido. — Había susurrado, pero su voz todavía resonaba con fuerza en la mente de Crowley.

Lo único que pudo hacer en ese momento fue lanzarse de cabeza contra el lecho, como si su cuerpo simplemente no fuera suyo; y no lo fue durante mucho tiempo después.

Despertar al día siguiente envolviendo a Aziraphale como una vil serpiente fue demasiado para su salud mental, afortunadamente el ángel no fue consciente de ello y pudo alterar la versión de los hechos esa noche, alegando que, al poco tiempo, aburrido e incómodo abandonó la cama y la librería en beneficio de su lujoso espacio propio.

To be or not to beDonde viven las historias. Descúbrelo ahora