𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐕𝐈𝐈𝐈

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Aterrizar en Texas ha hecho que recuerde todo, pero de una forma más intensa esta vez. Ha hecho que me vuelva a ver a mí, hace simplemente unos meses, buscando mi terminal y con los nervios a flor de piel por mudarme de estado, persiguiendo mi sueño de salir del país de mis pesadillas. No sé si estar de vuelta en casa es acogedor o abrumador, aunque creo que la segunda es la que mejor encaja con lo que estoy sintiendo ahora mismo. He tenido que pasarme un momento por el baño para limpiarme unas lágrimas que se me han escapado sin querer y al mirarme en él me he visto a mí, aquel día, cuando sabía que todo iba a cambiar y que no iba a mirar a atrás. Estaba igual, la misma cara, el mismo color de pelo, las mismas lágrimas furtivas, la misma presión en el pecho y esa mirada cansada y partida que por dentro solo anhelaba que las cosas fuesen bien por una vez. Pero parece que estaba equivocada, como siempre, las cosas nunca dejarán de irle mal a la sola y pobre Cyrenne, la cual parece destinada a vivir encadenada a un constante sentimiento de dolor y tristeza desde que nació. Me siento avergonzada de haber vuelto y no poder decirme en este espejo lo bien que nos va ahora la vida y lo felices que estamos, mostrarle con una amplia sonrisa a mi antigua yo de hace unos meses que todo lo que había imaginado mientras esperaba su vuelo se ha cumplido e incluso ha superado sus expectativas. Sin embargo, lo único que puedo hacer es pedirle perdón. Perdón por todas esas promesas que me hice y no he llegado a cumplir; ni en estos meses ni desde que entre a ese infierno llamado orfanato. 

Soy penosa, realmente penosa. Me estoy derrumbando en el sucio baño de mujeres de un aeropuerto. Soy un asqueroso mar de lágrimas, con ojos rojos e hinchados y mis mejillas empapadas de sueños rotos. Pensaba que me había mentalizado lo suficiente durante el vuelo, de que no dejaría a mis sentimientos salir a flote y de que no me derrumbaría tan fácilmente, pero de nuevo, soy una idiota que siente demasiado. Siempre he sido así, desde Caleb hasta Wyatt; siempre me he dejado pisotear por sus deseos y por mis ansiosos sentimientos que buscan consuelo. Los desesperados sueños sobre el imaginado amor de Wyatt y los borrosos recuerdos de Cole que mi memoria decide omitir, todos ellos son un cúmulo de lo que de veras mi cuerpo está gritando. Más bien, de lo que mi corazón está gritando junto con mi alma. Amor. Simplemente, amor.

—¿Necesitas pañuelos, cariño?—la sonrisa amplia de una señora ilumina mi borrosa mirada.

Esa voz...

¿Mamá...? 

—¿Por qué estás llorando, preciosa? Con lo guapa que eres y estás moqueando en un baño público peor que un bebé...—rebusca en su gran bolso de viaje mientras agarra la mano de una pequeña con grandes ojos claros que me mira con pura inocencia y curiosidad.

La cálida mano de la mujer que me recuerda a mi madre comienza a limpiar mis lágrimas con esmero, mientras su dulce aroma acaramelado llena mis fosas nasales.

—Una chica como tú no debería estar así. Dime, cariño, ¿qué te hace llorar de esta forma?

Al principio dudo, indecisa de si está bien contarle mis penas a una desconocida, pero realmente lo que llevo dentro empieza a salir solo de mi boca si que me dé tiempo a frenarme. Como si fuese mi mayor confidente, comienzo a confesarle a aquella desconocida todos mis sentimientos abrumadores sobre esta ciudad y sobre el hombre del que me enamoré en tan solo una noche. La mujer escucha atentamente mientras acicala a la pequeña, la cual está sentada en el lavabo y mueve las piernas, haciendo caso omiso a la conversación mientras sueña con algún mundo feliz e infantil. Esta amable señora no solo escucha, sino que me aconseja sabiamente.

—Ay, pequeña, lo que es el amor en la juventud. Aún recuerdo la presión en el pecho y el aleteo de las mariposas las primeras veces que bailaba con mi marido...—el brillo nostálgico permanece unos segundos antes de desvanecerse.— Pero claro está que, además de que el amor es un sentimiento temporal, es una de las mayores tormentas que azotan tu corazón.—su tono cambia bruscamente.—El amor pone toda tu vida y sentimientos patas arriba, desorganizando todos tus planes y creando unos nuevos. Te llena con plenitud, haciéndote pensar con el corazón y no con la cabeza; cosa tan bonita como letal. Si dejas que el corazón lleve las riendas totalmente, sin compartir con la racionalidad de la cabeza, el camino cada vez tendrá más baches y te conducirá simplemente al sufrimiento.

𝐒𝐀𝐍𝐆𝐔𝐈𝐒 𝐂𝐑𝐘𝐒𝐓𝐀𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora