Capítulo 11: Ratoncito

268 23 4
                                    

Maratón 4/5


—Buenos días bella durmiente —el susurro delicado y el fresco aroma a menta inundaron las fosas nasales de la pelinegra que dormía plácidamente—. Vamos, arriba nena

'¿Nena?'

—¡Eddie! —sus ojos se abrieron como platos al reconocer la voz del castaño que la miraba con un sonrisa de medio lado— ¡Munson!...pero...¿qué demonios haces aquí?

—¿Disculpa? —enarcó su ceja divertido al ver la cara de sorpresa que tenía Harper—. Por si no te has dado cuenta eres tu la que debería responder esa pregunta

—¿Qué?

—Roncas mucho Turner, dormir así no es divertido —la mirada de Harper recorrió la habitación y en cuestión de segundos se dio cuenta que estaba en el cuarto de Eddie. No recordaba nada y mucho menos de cómo había llegado hasta ahí—. Debería estar molesto por interrumpir mi descanso pero supongo que tienes una muy buena razón para estar aquí ¿no crees?

—¿Cómo es que estoy en tu casa?

—En mi cama, para ser más exactos

—Munson, no recuerdo nada... esto es tan...¡Carajo!

—Tranquila, no eres la única que no recuerda nada —gruñó Billy asomándose bajo una pila de mantas.

—Ah, sí... tu amiguito también ronca como locomotora

—¿Qué demonios hacemos con este imbécil?

—Pues este imbécil se pregunta lo mismo —masculló lanzando un cojín a la cabeza de Hargrove.

—¡Oye! —se quejó— mi cabeza está a punto de explotar.

—Parecen un par de niños. Mejor bajen, les preparé el desayuno —anunció—. Quiero una explicación del porqué terminaron en mi casa a las tres de la mañana completamente ebrios.

—¡¿QUÉ?! —se escuchó al unísono.

Por más que se esforzaron en recordar lo que había pasado no lo lograron. Harper no se atrevía a mirar fijamente a Eddie, tenía vergüenza y no por el hecho de llegar ebria a su casa; sino por las constantes miradas del castaño al anillo de compromiso que adornaba su dedo.

Negar que aún lo quería era fácil frente a su tío o incluso a Billy, pero estar a escasos metros de Eddie provocaba en la pelinegra un sinfín de emociones; desde odio y repulsión hasta alegría y amor. Su lucha interna contra su cuerpo que de manera involuntaria daba cortos pasos en dirección a su gran amor se veían interrumpidos cuando su cerebro le recordaba que ahora era una mujer comprometida.

—¡Mierda! —exclamó Billy al ver el reloj— ¡Harper, son las diez!

—¿Y...?

—Nuestro vuelo sale en tres horas ¿lo olvidaste?

—¿Vuelo? —la permanente sonrisa de medio lado del castaño desapareció— ¿se van?

—¿Por qué? ¿Nos vas a extrañar? —bromeó.

—Pensé que... olvídenlo.

—Como sea. Harper, debemos irnos ¡Ahora!

—Yo... Billy, yo no me puedo ir aún.

—¿Qué? —chasqueó la lengua— ¿Acaso no piensas volver a casa?, tenía entendido que después de la exposición volverías. ¿Qué pasó?

—Pasó que ahora es una mujer comprometida —su seriedad fue un golpe directo al corazón de Turner— no puede irse sin su...futuro esposo ¿no es así?. Ese mismo que justo debe estar preguntándose dónde habrá pasado la noche su doncella.

Storm | Eddie MunsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora