Una aparición y sus vecinos

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La noche siguiente en la que quisieron entrar en casa de La Negra, la mayor suertuda con la bolita debido a sus "premoniciones", apareció un cuerpo envuelto en harapos en la acera de la única casa con canal por cable del barrio.

-¿Y eso ahora, mi gorda? ¿Lo último que te trajo el barco? -preguntó un vecino al percatarse de la anomalía. Aunque desde la aparición todos habían preguntado lo mismo de maneras más o menos parecidas.

-Ja, ja, ja -respondió Yuraima, La Gorda-. Se parece a tu padre. ¿Quieres llevártelo?

-Ya tengo mascota, gracias. Déjalo para que te cuide la entrada.

-Falta que hace -saltó la tejedora de la esquina, quien tendía constantemente sábanas limpias para enterarse de todo lo que se hacía o dejaba de hacerse en los alrededores-, que ayer quisieron meterse en casa de La Negra. Con profesionalidad. Con equipo de maleantes y todito.

-¿Habrán botado de la casa al que formó tremendo escándalo que quería caerle arriba a los ladrones con un machete? -agregó la enlicrada de en frente señalando al cuerpo, la que alquilaba su portal para el puesto de viandas donde la mitad de la mercancía era del terrenito que tenía su ex marido.

-¿Por qué lo iban a botar por eso?

-Cada vez que se entona -la tejedora hizo el gesto de beber señalando su boca con el pulgar -forma tremenda gritería.

-Ese lo que es un endrogado cualquiera -gritó Pepa, la abuela de La Gorda, desde la puerta abierta de la sala hacia la reunión que se había formado en la reja del garaje-. Con lo ridículo que se ve un viejo drogado. Esos son problemas de juventud no de arrugados cagalitrosos.

-Pepa, ¿y cómo sabes que es por droga y no por borrachera? -preguntó la enlicrada.

-Porque le tiré un fósforo y no cogió candela. Seguro le cayó en meao.

-Pepita, ¿pero a ti cómo se te ocurre? -intervino el vecino, disimulando una risa-. ¿Qué tú te haces si ese tipo se quema?

-Enajenación mental, mijito. A mi edad no se va a la cárcel. Mi nieta me resuelve el papel. Además, que no se hubiera acostado en mi entrada. Que ésta es mi casa y como se de una vuelta me escacha el rosal que mira que lindo que lo tengo.

-Mima, revisa a ver si ya empezó la novela, anda -La gorda utilizó la frase infalible para deshacerse de las viejas y Pepa cayó en la trampa como pasa con todas las noveleras. Funcionó igual con la tejedora.

Entre tanto, una muchacha flaquita, de esas que no pueden toser sin que las costillas les arañen los pulmones, ni estornudar sin que se les parta el tabique, ni respirar hondo sin soltar una flatulencia por tener más aire en el cuerpo del que les cabe; cerró la reja del frente de su casa por miedo a que el aparecido encontrara más cómodo el césped de su jardín que aquella acera donde pasaba por atracción de circo marginal.

-Échale un cubo de agua para que veas cómo se le pasa. La de veces que he visto yo eso en los bares -sugirió el vecino.

-¿Funciona con tu padre? -le preguntó La Gorda.

-¡Y vuelve el viejo al dominó! A nadie le molesta cuando le pagan con unas pocas cervezas los trabajos de plomería. Pero sí, sí le funciona. No hay nada más parecido a un gato que un borracho. O un adolescente de esos que viven de fotos y videos en el internet.

-¡Que ese lo que está es drogado! ¡Lo del cubo de agua también lo hice ya yo! -gritó Pepa otra vez sin salir de casa, pero asomada a la conversación.

-¿Y después fue lo del fósforo?

-Sí.

-¡Lógico que no prendiera! -se quejó su nieta-. Me gastaste un fósforo por gusto, chica.

-Mijita, ¿hace cuánto a ti no te dan un buen meneo? Has salido más tacaña que tu padre. Deja la alteración incipiente esa que con un miserable fósforo no resuelves nada.

-¿Todavía no ha empezado la novela?

-No

-Revisa de nuevo, dale-. Pepa volvió a perderse en el interior de la casa.

-Oye, gordi -el vecino apoyó el codo contra la reja de La Gorda y le habló con tono sugerente -, si quieres yo te hago el favor y te dejo relajada.

-El favor que me tienes que hacer es perderte ya de aquí que me vas a despertar al inquilino y no te lo vas a llevar. Y yo por tres minutos no me bajo el blumer.

-La verdad que ese carácter no acompaña a ese cuerpo. El hambre que le haces pasar al pobre. Clase crimen.

-¿Pero será que aquí no me van a dejar la vida tranquila esta noche? Estoy a poco de cachear al tipo a ver si queda algo de lo que se haya metido.

-Gorda, a lo que yo venía -interrumpió la enlicrada-, que me están demorando y a mí al final no me importan éste, ni el borracho de su padre, ni las locuras de Pepa, ni el que está echando la surna de Alicia. ¿Tienes huevo para vender?

-Chica, bajito, que yo no me anuncio. ¿O yo te pregunto en ese mismo tonito qué tal te folla el puestero? Y no. Ahora no tengo nada. Se los solté todos a la dulcera. La cosa está mala.

La enlicrada que alquilaba el portal para el puesto de viandas, y efectivamente se acostaba con el puestero, se fue indignada por la pérdida de su valioso tiempo, aunque también había entrado y se había quedado en la conversación con el chisme por delante.

-Te dejo con el custodio, cosa rica -se despidió también el vecino y La Gorda entró a ver la novela con su abuela.

El frio de la madrugada despertó al aparecido, un maestro de secundaria recién divorciado cuya familia le había alquilado un cuartucho que tenían olvidado una calle más abajo de la casa de La Negra, la mayor suertuda con la bolita debido a sus "premoniciones".

Esquivando bachesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora