Cosecha del primer otoño del siglo XXI

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No es que pretenda hacer una tragicomedia de esta historia, es que no tengo otro remedio. Ser gemela de un quiste debió darme alguna pista de lo que sería mi vida. Aunque este chiste lo empecé a utilizar a los 20. Soy de las pocas hijas que puede asegurar que está en paz –en lo que a deuda vital se refiere- con su madre. En plena discusión es muy normal que una madre juegue la carta de “Yo te di la vida”. Ya contra eso da igual si la pelea es por los mejores métodos para sacudir –si levantando los adornos o rodeándolos (tengo la teoría de que compran figuritas solo para putear al que sacude)- un hijo tiene muy pocos argumentos, solo resta aguantar la derrota con dignidad. Pues no. Yo puedo responder.

Madre: Yo te di la vida.

Yo: Y yo te quité un quiste.

Y la discusión retoma su curso. Pero bueno, estábamos hablando de mis inicios. De la relación con mi madre ya hablaremos cuando lleguemos a la primera vez que amenacé con irme de la casa, allá por mis 3 años. Lo gracioso de esa historia es que las madres normales se dividen en dos partes cuando un hijo amenaza con irse de casa: unas le dan un tortazo que les reinicia el sistema operativo para que no lo repitan si es que no lo olvidan con el golpe, en plan “quién te va a pegar con tanto cariño como yo, gilipollas”; y otras, dolidas, se arrepienten de sus actos y de los castigos pasados, presentes y futuros que tuvieron, tienen y tendrán dicho chaval lengüilarga. La mía no. La mía, efectivamente, me echó. Seguro pensó “tiene 3 añitos, ya habla, ya camina, ya no se orina en la cama, es toda una personita que ya se puede valer por sí misma”. Me colgó una mochila a la espalda –vacía, ojo al detalle- y me cerró la puerta en las narices. Aprendí la lección. Hasta los 9 o 10 años no repetí que me iría de casa. Lo que ya con más fundamento.

-En cuanto cumpla los 18 me largo y no me volverán a ver el pelo –decía yo.

Tengo 22, se me olvida a veces bajarle la palanquita a la olla arrocera, me cuesta horrores prender el fogón, mi madre me acompaña al médico y ¡es ella quien dice cómo me siento! Es más, ¡se desilusionó cuando se enteró de que en la universidad no se hacen reuniones de padres! Por suerte para mí, ella se toma todo ésto con humor. Anda que si a mis 18 me hubiese recordado mis palabras hubiese pasado la vergüenza de tragármelas junto al cake y todas sus velas. O fingir amnesia, pero eso es muy cansado. Y serían 8 años de los que ahora no podría hablar.

Volviendo al principio, nací con unas 3 semanas de retraso. Estuve un tiempo ahí dentro sin respirar y por eso mi madre tiene una cicatriz a todo lo ancho de la pelvis. Sí, por culpa de mi vagancia picotearon a mi madre, pero ya hemos hablado que ella no puede echármelo en cara. Los médicos seguro dijeron:

-Ya la tenemos abierta como cerdo, vamos a sacarle ésto también que se ve demasiado feo como para ser otro bebé.

Ahora que lo pienso, las operaciones de mi madre siempre han sido un dos por uno. Cuando le quitaron el primer quiste del ovario también le extirparon el apéndice, y al sacarme a mí, ya sabéis la historia. Ahorro de recursos o médicos sobre cumplidores de plan mensual, yo ahí no me meto.
No nací muy guapa que digamos. Al estar tanto tiempo en remojo llegué a este mundo el doble de arrugada que los demás. Por lo menos lloraba. Eso impidió que me confundieran con el quiste. Fíjense si estaba fea que mi abuela negó que fuese su nieta -y eso que era la primogénita-. Ella planeaba cambiarme por cualquier otro bebé medianamente más bonito de una incubadora vecina. Suerte que eso está regulado por “coge el que te toca” y no por “agarra el que quieras”. Dicen que a los meses mejoré.

Menudo el chucho que tuve que aguantar, que bien que no me acuerdo. Si las primeras palabras de mi padre para referirse a mí fueron:

-Hemos botado el dinero del azabache.

Sip, ese es mi padre. Y mi madre se rió. Todavía le hace gracia. Hasta yo me hubiese reído de la ocurrencia si no fuera la insultada. Pero ya van viendo más o menos cómo son los momentos emotivos en mi familia y se van haciendo una idea de por qué soy como soy.

Nací con el otoño, en medio de los ciclones y apagones de principio de siglo, en un barrio donde hay baches que parecen piscinas naturales, más antiguos que la vecina más vieja, en una casa a medio construir y con una canastilla que de tanto color parecía la bandera del orgullo -no porque mis padres fuesen tan progres que quisieran que yo eligiese mi género sino porque yo venía de culo y no les quedó otro remedio (de esos ultrasonidos también quedaron secuelas: salgo con cara de culo en todas las fotos que me tiran, no sé cómo hay una ampliación en la sala de casa, son ganas de no recibir visitas)-.

Mi madre me cuenta que de pequeña en el corral había una baranda que estaba rota entonces, cuando se me caía un juguete fuera del corral, yo salía por ese hueco, recogía mi juguete y regresaba. Nadie se preocupó por arreglar esa baranda porque al parecer yo había demostrado que el mundo fuera de mi mundo no me interesaba.

Ya hasta los 6 años mis recuerdos son mayormente historias contadas por adultos porque no tengo muchos. A esa edad, por muy gemela de quiste que soy, mi vida dió un vuelco: nació mi hermano.

Al parecer a los Reyes Magos les pareció más económico regalarme un hermano que unos patines, una casita para las barbies o una computadora. En corto sí, más barato y satisfactorio es, pero con lo que actualmente come esa bestia yo pudiera comprarme la casita de la barbie, con coche y todo.

Madre: Es culpa tuya, tú lo pediste.

Yo: ¿Perdón? No haberle hecho caso a una niña de 5 años, señora.

Igual, por mucho que coma, a la larga, también ha sido el mejor regalo que me han hecho mis padres.

Pero nos desviamos así que va un resumen claro y conciso: nací en otoño en un país tropical y soy alérgica al cambio de tiempo; también vivía en una casa en construcción siendo alérgica al polvo; nací para sufrir y dramatizar y reírme de ello. Por eso me retrasé. Estaba muy feliz ahí dando vueltas en el líquido amniótico. Pero también por eso ahora están leyendo esto.

Esquivando bachesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora