La cabeza en el tercer piso

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Llego al pre a las 6:30, como de costumbre. Bueno, como de costumbre no, porque todo depende a qué hora pase el bus por mi casa, pero usualmente arrivo a las 6:30 o pocos minutos después. Aún está oscuro y hay muy pocas personas. Lógico, casi todos los sortudos que viven relativamente cerca esperan llegar cuando aclare el día. Creo que el custodio aún continúa en su puesto. Busco en la penumbra el banco donde siempre me siento con mi piquete a esperar que comiencen las clases.

Para mi sorpresa, Aniela ya está sentada ahí.

-Me has ganado el título de "la que abre la escuela" -la saludo.

-Aproveché la botella con el marido de mi madre y aquí me ves. Quizás te releve el puesto en lo que éste le dure, -continúa la broma- pero sabes que no eres la primera en llegar de todos modos porque esta escuela nunca está totalmente vacía.

-Sí, ya, claro. Otra vez con eso -resoplo y giro los ojos ante la mención de dimes y diretes escolares.

-Te digo que es verdad. El marido de la profesora Sandra la echó de su casa por ser estéril y ella le pidió permiso al director para quedarse en la única aula que hay en el tercer piso, y como ahí nadie sube sí está viviendo aquí.

-Y la última vez que escuché ese chisme se decía que lo que hay en el tercer piso es el nidito de amor entre esa profa y el subdirector.

-Si nos ponemos a inventar puede ser una sala de castigo para alumnos conflictivos.

-Eso es más imposible que lo anterior. Yo soy de lo más conflictivo de esta escuela y sabría si hubiese algo así aquí.
-No serás lo suficientemente digna -hiere mi orgullo.

-Dicen las malas lenguas que es una habitación roja del dolor donde los profes hacen orgías y sodomisan al director -nos reímos. Ella mira en derredor por si algun maestro pudiese escucharnos. Territorio libre de posibles regaños.

-O a los guías de las peores clases -volvemos a reír-. El caso es que la escuela nunca está completamente sola.

-Claro, se queda el custodio.

-No te hagas la chistosa. ¿Por qué no podría vivir alguien aquí? -Al parecer se molestó. Hasta aquí. Solo son ideas sin base con las que todos jugamos como para que se moleste. Además, me pica la curiosidad por lo que realmente puede haber allá arriba.

-¿Sabes qué? Me harté de chismes sin fundamentos y de tantas suposiciones. Ahora mismo voy a comprobar que en ese piso no hay nada. Y cuando baje, si efectivamente no hay nada, me pagarás la merienda toda una semana.

-Y si vive alguien, me la pagarás tú a mí. Que sepas que abandonaré la dieta -que bien que abandonará la dieta porque pienso hacer que se trague sus palabras.

-Y si se usa de sala de castigo o cuarto sado-maso, ambas me pagarán a mí la merienda pues yo creo firmemente en esas teorías -dijo Juanma, sobresaltándonos al llegar. Nos saluda a cada una con un beso en la mejilla-. O no. De tener un cuarto de relax aquí, los profes no estarían tan amargados.

-Tu teoría hace aguas, entonces -le digo.

-No dilates más tu pago -me ordena Aniela, agitando la mano izquierda como si se deshiciera de un pretendiente molesto-. Ve. Anda. Sube -le saco la lengua, dejo mi mochila en custodia de ambos y me dispongo a cruzar el jardín, no sin antes decirle:

-Disfrutaré sobremanera de la comida que pagarás.

En el camino entre el jardín trasero y el edificio donde se encuentran la mayoria de las aulas solo me topo con otros dos estudiantes sentados en bancos opuestos. Los primeros rayos de sol ya se comienzan a notar en el ambiente, pero falta mucho para que, oficialmente, sea de día. La escalera que comunica primer y segundo piso no está lejos del arco de la entrada por este lado de la escuela, pero la que comunica el segundo y tercer piso está algo escondida, en la otra ala.

Aún con el sobretodo encima, tengo frío y a cada escalón que subo se me hielan más los huesos. Los pasillos son largos, las aulas están aún cerradas y las luces parpadean. Esas lámparas suplicaban un cambio de bombillas pero tampoco es algo tan urgente teniendo en cuenta que la escuela solo tiene clases diurnas y que a esta hora nadie deambula por estos lares. Si al final en el tercer piso encuentro una habitación BDSM pondré una queja. Con lo que cuestan esos juguetes pueden darse el lujo de romper bombillas y reponerlas durante todo un año.

Al fin llego a la entrada al tercer piso. La escalera se oculta tras una puerta que, para mi suerte, ahora no está cerrada con llave. Es tan estrecha que malamente cabe una persona, hace un giro en espiral y nada la ilumina. Intento ubicar este espacio en la estructura exterior del colegio y no lo logro. No le habré prestado mucha atención desde fuera.

Con cada peldaño que dejo atrás, me replanteo mi idea y me arrepiento un poco. Si es la vivienda provisional de la profe Sandra, me llevaré un buen regaño y ella no es que sea muy agradable. Si encima estuviera el subdirector, entraría en pánico. A ese hombre le tengo especial respeto desde que, con su vista de halcón y voz de carcelero, me llamó la atención una mañana desde la otra punta del patio en el matutino porque aún no me había quitado el arito de la nariz. Y ya si encima me encuentro una orgía, por muy bueno que esté el de educación física, verle no me compensaría el ardor de retina que provocaría el resto de cuerpos desnudos de los demás.

Cuando llego al último escalón, me percato que no hay puerta. No se escuchan gemidos, así que descarto el posible trauma que me dejaría la imagen de la orgía. ¡Gracias, dioses de la educación y de la salud mental de los estudiantes! Hay mantas en el suelo. Puede que alguien pase noches aquí pero no tiene que ser la profa Sandra. Perfectamente pueden ser alumnos calenturientos. Me niego a pagarle nada a Aniela cuando no hay pruebas contundentes de su teoría. Que se arriesgue ella si pretende rebatirme.

Además de las mantas hay una mesa, y sobre ésta, una forma cúbica de unas 15 pulgadas de largo y ancho bajo una tela oscura. Puesto que no hay nadie y que estoy algo decepcionada por el pobre descubrimiento, la curiosidad vence al miedo a que me pillen. Me dirijo con paso firme a la mesa y descubro el pastel. La cabeza del subdirector al que me horrorizaba encontrar de forma indescente está flotando en una especie de caja de cristal con bordes metálicos lleno de un líquido azulado. A los pies de la mesa, está sentado un cuerpo que culmina en el cuello, usando uno de los trajes impolutos que siempre acompañan a esa cabeza.

Parece notar mi presencia y abre los ojos, súbitamente. Doy un respingo y tropiezo con mis propios pies en mi intento de huída caminando hacia atrás, aunque no caigo.

-¿Qué te he dicho del piercing? -me reclama con voz burbujeante-. Y ¡ponte la blusa por dentro!

Esquivando bachesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora