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—Estás distraído.
Aquellas palabras no eran más que una afirmación y hubiese querido negarlo con todo de sí; pero ahí estaba, hundiéndose en su sofá mientras su apartamento era llenado por el suave ritmo de la música que resonaba. Sus brazos rodeaban con firmeza sus propias piernas en una especie de refugio, uno no muy útil ahora que debía enfrentar a su acompañante.
Se sentía agotado. Había estado trabajando sin un momento de descanso, refugiándose en sus sesiones de fotografías y en los eventos de moda, buscando poder empujar a lo más profundo de su cabeza aquel pensamiento constante que lo asaltaba desde que se había vuelto a cruzar con el jodido Jeon Jungkook.
¿Cómo era posible que una simple persona fuese capaz de arruinar todo? Habían pasado dos años, uno de los cuales había luchado por superar aquel maldito día en que todos sus planes e ilusiones se destrozaron sin un poco de clemencia.
Y aunque intentaba repetirse que todo estaba bien, que nada cambiaba por haberlo visto una vez más, su mente lo devolvía a ese día una y otra vez. Sin demasiado esfuerzo, era capaz de recordar la mirada en el pelinegro pasar de la rabia y el enojo, a la más profunda tristeza.
Lo odiaba. Odiaba que su último recuerdo fuese el sonido de la puerta cerrándose. Odiaba las noches que pasó en vela esperando que volviese, porque aunque había deseado con todo de sí el que así fuera, él jamás regresó.

Dios... Cuánto lo odiaba por haberlo llevado a conocer emociones así de intensas para luego dejarlo en la más absoluta obscuridad.
—Taehyung, ¿Vas a escucharme o seguirás ahí como si no existiera?
Con un suspiro exasperado, dirigió su mirada a su hermano y se forzó a sonreír de manera amplia, pese a que no existía alguien que lo conociera más que la persona que ahora rodaba sus ojos ante su actitud.
—De acuerdo. Estoy escuchando, Hyung.
Intentó, por supuesto que fue así, que sus palabras no sonaran llenas de sarcasmo y burla, porque de la forma en que fuera, él seguía siendo su hermano. Pero verlo ahí provocaba aquel molesto dejo de frustración y esas innegables ganas de recriminarle que no podía controlar del todo.
Porque, ¿Cómo era posible que hubiese tomado bandos por el traidor innombrable? Incluso aunque realmente su hermano no había tomado bandos y era su propio enojo con la vida —mismo que creyó superado, pero bueno, no todo era perfecto a veces—, el que hablaba.
—Kim Taehyung, recibí una llamada de Hobi-ssi diciendo que estás tomando todos los malditos contratos que se cruzan en tu camino y no has parado de trabajar.
Bufó irritado, levantándose del sofá para dirigirse a la cocina, buscando en la nevera algo que comer mientras sentía a su hermano pasearse por el apartamento con total confianza. Era divertido, después de todo habían compartido en el mismo lugar muchas veces antes, pero ahora volvía a sentirse regañado por el mayor. Lo último que deseaba era sentirse así de pequeño, pero ahora mientras se sentaba sobre el mesón de la cocina, balanceaba sus piernas y mordía una manzana bajo la atenta mirada de su hermano, era como estar reviviendo sus días donde la vida era muchísimo más fácil.
— ¿Vas a decirme de una vez qué sucede? ¿Debo llamar a mamá para decirle que estás siendo un jodido mocoso que descuida su salud?
—Primero, ni se te ocurra llamar a mamá, no tienes que preocuparla sin razón —dijo con seriedad—, y sobre Hoseok Hyung... Exagera. Debo trabajar para poder mantener este lindo apartamento, ¿Sabes? El dinero no crece en los árboles.
—Taehyung-ah, puedes fingir que todo está perfecto en tu mundo de fantasía, pero no conmigo.
Exhaló, odiando la preocupación honesta en la mirada de su hermano, porque eso hacía mucho más difícil el seguir enfadado. — Jinnie, está todo perfecto; no tenías que volar desde quizá que estúpida ciudad para verificar que tu hermanito no estaba llorando en su cuarto.
—Supe que se encontraron.
Listo. Ahí estaba el verdadero punto de su visita inesperada.
Sin un aviso, sin anestesia, tan crudo y real como podía ser. Porque ahora sólo era un se encontraron, cuando antes sus encuentros distaban de la frialdad con la que ahora sonaba. Porque sus encuentros antes eran demostraciones puras de emociones y ahora estaban reducidas a un cruce casual e inesperado.
Así que hizo lo que mejor había aprendido a hacer durante esos años: tragarse el nudo que se formó en garganta y alzar su rostro con cierta arrogancia.

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