Echó la vista hacia atrás para evaluar cuánto llevaba limpiado. El sol abrasaba su nuca y la espalda le dolía de tanto estar encorvado. Paseó la lengua dentro de su boca buscando algo de humedad, pero la encontró reseca.
La brisa había dejado de soplar. El silencio era envolvente, se sintió como el único hombre vivo y se llenó de angustia. Luego sintió que lo observaban desde algún lugar en la selva. Se volteó e incluso creyó ver un rostro pero al enfocar mejor se dió cuenta que solo era una hoja seca.
Serían las 10 de la mañana. Bajó hasta la naciente que serpenteaba entre los árboles, aplastando con sus botas las hojas secas y agarrándose a las enredaderas para mantener el equilibrio en la pendiente. Registró su cintura, asegurándose de que la pequeña machetilla que llevaba siempre consigo estaba a mano por si se cruzaba con una serpiente.
Al carecer de un recipiente, se agachó y bebió directamente del pozo, apartando con la mano los residuos que flotaban en la superficie. Antes de sumergir sus labios, soplo sobre el agua. Bebió hasta que su estómago se hinchó como un globo, y cada paso que daba agitaba el agua en su interior, provocándole eructos que escapar evocaban el recuerdo del desayuno.
Regresó al trabajo con renovado vigor, decidido a continuar hasta las 11 para ir a preparar almuerzo, llevaba ya un rato limpiando los surcos cuando empezó a sentir náuseas y un ardor en el estómago que rapido se convirtió en un dolor agudo, como un mordisco que lo detuvo en seco. Dejó caer la machetilla y se llevó la mano al abdomen, presionándolo como si intentara evitar que algo saliera, un acto inconsciente que no aliviaba el dolor. Sintió como si algo se moviese dentro de él, rasgando sus intestinos. Caminó hasta el platanal y ahí se bajó los pantalones, lidiando un poco porque la cuerda que usaba de correa no quería ceder.
Pensó que quizás algo del desayuno le había caigo mal. Trató de adivinar si habría sido el salchichón o la harina lo que lo había enfermado, después de todo estaba bastante vieja.
En cuclillas y agarrado del tallo de una mata de plátano, para evitar caerse pues se sentía a punto de desmayarse, pujaba. Las venas de su rostro palpitaban mientras sentía que lo que emergía desgarraba su ano. Las lágrimas brotaban mientras aquello atravesaba lentamente, como garras que se hincaban en sus entrañas. Se planteó la idea de meter la mano y tirar de lo que fuera, pero la retiró alarmado cuando sintió algo moverse, algo vivo.
Comenzó a temblar y a hacer fuerza con más intensidad hasta que un breve alivio le permitió mirar hacia abajo. Un grito emergió de sus labios al observar la escena: una larva de aproximadamente un palmo de largo, cubierta de sangre y heces, de color azul con anillos espinosos en cada segmento, avanzaba hacia él. En su afán de matarla, intentó encontrar su machetilla, pero un segundo mordisco lo derribó. Otra larva se deslizó más rápido, seguida de muchas más. En un abrir y cerrar de ojos, había unas veinte de ellas, todas reptando hacia él y escalando sus piernas.
Mientras se arrastraba e intentando ponerse nuevamente de pie, al ver que no era capaz pensó en pedir ayuda pero recordó que estaba solo. Una semana antes había discutido con su hijo porque pensaba que solo le ayudaba esperando que se muriera para quedarse con sus tierras y lo había corrido junto con su mujer, quién estaba embarazada, aún sabiendo que no tenían más dónde llegar. Se lamentó al recordar las suplicas de su hijo, de como lo había amenazado con la escopeta para que se fuera. Se arrepintió de haber cedido ante la avaricia y el egoísmo con su propia sangre. Pero ya era tarde, se encontraba a escasos minutos de su muerte.
Miró su estómago que se hinchaba cada vez más. La piel estaba tan estirada que las larvas intentaban abrirse camino a través de ella. Tomó su machetilla y la deslizó por su abdomen, abriéndose en canal. El hombre cayó inerte, y las larvas se apresuraron a ocultarse dentro de su cuerpo. Allí permaneció, abandonado en medio del platanal bajo el ardiente sol de las 11 de la mañana, y nadie lo encontraría sino hasta 6 meses después, cuando solo quedase su esqueleto cubierto de pasto y hongos. Las larvas consumieron por completo su carne, viviendo en él hasta llegar al día de su metamorfosis. Del cadáver brotaron mariposas con alas azules y antenas parecidas a cuernos. Era un espectáculo hermoso como una lluvia de pétalos. Volaron lejos para esparcir sus huevos en otra naciente y continuar el ciclo de la vida.

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AMONÍACO
HorrorRecopilación de relatos ficticios sobre la coca, relatos rurales, sobre crímenes y criaturas de la noche.