3. Una serpiente

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Las clases son aburridas sobre todo cuando tienes que entrar a los salones, pero las cosas cambian cuando entras a los laboratorios.

Aunque aquella vez fue diferente, en las mesas no había nada más que un frasco negro, nadie sabía lo que estaba debajo de eso. Ni siquiera la encargada de la materia estaba ahí dentro. —Tomen asiento—una voz áspera se escuchó, me deje caer en el primer banco que pude encontrar y fue cuando la vi, aquella mujer anciana con una bata de laboratorio entro un tanto encorvada y mirando a todos lados como si estuviera buscando algo.

—¿Quieren adivinar lo que hay debajo de esos frascos?—la forma en la que hizo la pregunta tenía tonas de que a ella no le importaba nada. Como si disfrutara u oliera el miedo en el aire, todos estaban sudando frío, intentaba recordarla, pero no podía hacerlo.

—Para los que no la conozcan ella es la vigilante en jefe de los juegos del hambre y Doctora, Volumina Gaul—una nueva voz se levantó sobre aquel silencio infernal que estaba en el laboratorio. Esta vez sabía quién era, el Decano de la Academia o como lo habíamos conocido en otro tiempo: Casca Highbottom, ahora más viejo y la piel mucho más flácida, pero lo que nunca cambiaria seria estar dopado con morfina, y eso se reflejaba en sus ojos soñadores y su apariencia de sonámbulo, aunque en mis recuerdos nunca lo había visto usar gafas. —Encargada de la división de armas experimentales en la Ciudadela—siguió hablando.

La mirada de la Dra. Gaul era sumamente pesada, y la podía sentir clavada en mi espalda. Dejo que el decano terminara, se colocó en medio del laboratorio. —Señorita Cresswell, ¿puede adivinar lo que hay debajo del frasco?—trague la saliva cuando hizo la pregunta.

Me quedé mirando el frasco por un par de segundos que yo sentí que eran monitos y horas, el silencio era sepulcral. Y dije lo primero que se me vino a la mente. —Un muto—fue mi respuesta volviendo la mirada hacia ella.

Aquella sonrisa se volvió torcida y entrelazo las manos adelante. Un escalofrió me recorrió el cuerpo completamente y sin decir una sola palabra levanto el frasco que estaba sobre la mesa del laboratorio revelando una serpiente, pero no era cualquier tipo de serpiente, era verde, pero sus escamas eran tornasol; y fue mesa por mesa levantando los frascos y revelando diferentes tipos de serpientes. —Esas serpientes están modificadas genéticamente, son mutos—tomo una entre las manos. Una chica intento tomar la serpiente de la misma manera en que lo había hecho la Doctora Gaul, pero esta le soltó la mordida, por suerte no la había alcanzado; y la risa inundo el laboratorio. —Tan bellas las serpientes, pero letales al mismo tiempo, sobre todo estas—la serpiente se seguía enrollando en su mano y poco a poco bajando por su brazo.

—¿Qué tienen de diferente, Doctora?—hice la pregunta mirando al espécimen que tenia de frente a mí.

Tomo la dona de mi cabello y la dejo caer sobre la bandeja en donde se retorcía la serpiente. —¡Su olfato!—el animal con su cuerpo apretó la dona por un par de segundos y finalmente siguió recorriendo la bandeja como si nada pasara. —Tómala—en cuanto dijo eso todos contuvieron la respiración.

Gire la cabeza para verla, su mentón estaba elevado, levanto una ceja esperando a que hiciera algún movimiento. Respire un par de veces pero en la última ni siquiera solté al aire, acerque la mano temblorosa intentando tomar la dona de mi cabello, pero al mismo tiempo mi mente gritaba que retrocediera la mano para evitar que la serpiente me mordiera, pero fue todo lo contrario, sentí sus escamas y cuerpo pasar por mi muñeca, estaba a nada de lograr tomar aquella dona rosa, pero lo sentía como si fueran metro y metros; la serpiente se enrollo en mi mano, retorcí un poco los dedos intentando tomar el objeto, pero antes de que pudiera la Doctora Gaul tomo mi muñeca e hizo que girara la mano para que la serpiente volviera a la bandeja.—¡Tú!—señalo a otro chico. —Tómala—el chico se enderezo en su silla, y deslizo la mano por un extremo de la bandeja, en un abrir y cerrar de ojos la serpiente lanzo la mordida solo alcanzándole a enterrar un poco los colmillos, su piel se empezó a poner de un color negro como si se empezara a pudrir, toda su mano, brazo empezó a cambiar, hasta que llego a su rostro. Todos se aterrorizaron en cuanto su cara empezó a hincharse. Las puertas del laboratorio se abrieron revelando a dos agentes de la paz, y se llevaron rápidamente al chico. —¡La clase ha terminado!—fue lo único que dijo Gaul, tomamos el bolso y salimos lo más rápido que pudimos del laboratorio.

Las imágenes de todo lo sucedido se repetían una y otra vez, intentaba entender todo. Estaba saliendo de cuando un rubio estaba sentando en una de las bancas con una rosa en la mano. —Cresswell—habló con una sonrisa en su rostro.

Me avente a sus brazos pasando mis manos detrás de su cuello. Me sostuvo por la cintura. —Snow—respondí dándole un beso. —¿A qué se debe esta visita a la Academia?

—¿Acaso no puedo ver a mi novia?—se rio antes de jalarme hacia él.

—No vienes de la Universidad, ¿verdad?—levante una ceja en su dirección.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque hueles a pastel, ¿Dónde estabas?—pase una mano por su espeso cabello rubio.

—Alguien te quiere ver—tomo mi mano, beso mi frente y caminamos hasta las escaleras de la Academia, el mismo muto de aquella cena estaba esperando con la puerta del coche abierto. Entramos los dos y todo el camino fue en silencio, pero nunca soltó mi mano; llegamos a otro edificio, era la misma estructura de todos hasta el último piso. Coryo abrió la puerta. Una de las sirvientas nos invitó a pasar a la cocina.

—¿Eres tú, Coryo?

Yo conozco aquella voz.

La Señora Plinth estaba de espaldas a la puerta de la cocina, Coryo inhalo y puso cara de felicidad ante aquel olor que salía de la cocina. —Si Ma Plinth, soy yo—respondió el rubio. —Y vengo con Alice.

La mujer giro sobre sus talones revelando su rostro lleno de harina.

¿Qué hago aquí?

—¡Querida!, me da gusto volverte a ver—me abrazo, manchando el uniforme con harina.

—Lo mismo digo Señora Plinth—respondí buscando la mano de Coryo, pero para mi sorpresa estaba sentando en la mesa de la cocina comiendo una de las galletas que ahí estaban. —Coryo me dijo que quería hablar conmigo, ¿Qué sucede?

Creo que fui muy directa.

Lo podía ver no solo en su rostro si no también en el de Snow, quien tenía uno de sus labios llenos de glaseado de color amarrillo.

—Ataca como una serpiente—otra voz se elevó.

—Strabo Plinth—gire sobre mis talones para encontrármelo.

—Vaya, la pequeña Alice Cresswell—me rodeo. —¿Cómo esta tu hermana?

—Eso no te interesa.

—Entonces, ¿Qué haces aquí?

—Tu mujer me mando a llamar—le di una sonrisa burlona.

—En tu otra vida pudiste ser una serpiente—habló. —Coriolanus—asintió con la cabeza en dirección a mi novio. 

Un amor de invierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora