4. Una visita algo extraña

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—Concéntrate. —me repetía una y otra vez. —¡Vamos de nuevo!

Estábamos intentando "estudiar", pero ¿Cómo se logra eso cuando tu novio solo te mira como una presa?, Tigris estaba fuera y Coryo había terminado su semana de exámenes en la universidad dándole a un tiempo libre para molestarme un poco. Estábamos en su apartamento, el sentado en una silla de frente a su cama y yo acostada boca arriba mirando el techo intentando que las respuestas aparecieran en mi mente.

—¿Cuáles son los pros y contras de la guerra?—pregunto.

Me levante de la cama. —¿Por qué tengo que estudiar tu ensaño? cuando me lo puedes decir, sería mucho más fácil—me senté en sus piernas de frente a él. La sonrisa se dibujo en su rostro, paso sus manos por mi cabello. Intento besarme, pero me hice hacia atrás, pero me tenia agarrada de la cintura, subiendo poco a poco una mano por mi espalda.

—Dame un beso, y lo considerare.

Me acerque peligrosamente hacia él, cuando el timbre sonó. —Dame un beso—estábamos a centímetros de besarnos. Aquellos ojos verdes en los que cualquiera pudiera caer rendida sin pensarlo dos veces. —Te amo—dijo antes de chocar sus labios con los míos.

Prolongamos el beso un poco más hasta que el punto donde el timbre no dejaba de sonar. —Deja que suene—me jalo hacia el cuando golpes en la puerta retumbaron por todo el apartamento.

De mala gana de tuve que bajar de él. —Volveré—dijo antes de salir de la habitación.

Tomé mis notas y empecé a leer, cuando una voz grave me llamo la atención, salí al pasillo para ver que pasaba, era un agente de la paz pareciera. —No estoy solo—respondió Coryo, no logre entender lo que el agente de la paz dijo. Snow se volteo, pero no logre esconderme, camino hacia mí, tensando la mandíbula, tomo mi brazo y entramos de nuevo a su cuarto.

—No era mi intención—hablé, pero al parecer su mente estaba en otro lugar.

—Tenemos que irnos.

—¿A dónde?—pregunte algo confundida.

—A la Ciudadela.

Dos agentes de la paz nos escoltaron hasta la Ciudadela. Entramos a un elevador y bajamos hasta donde no pudo ser más y las puertas se abrieron revelando filas y filas de mutos, algunos en frascos, otros en tubos mirando todo lo que pasaba, pero sin poder decir palabra alguna.

Un contenedor con colores llamativos hizo que volteara la mirada, y fue cuando escuche el sonido. Coryo tomo mi mano cuando pasamos a lado de aquel contenedor enorme.  —Señor Snow...—apareció. Llevaba su bata de laboratorio y algo les estaba entregando a sus ayudantes. Su mirada se fue directamente a nuestras manos, tragué grueso, me sentía mucho más pequeña a cuando la vi por primera vez en La Academia.

—Doctora Gaul—Coryo se puso recto, su voz y expresión cambiaron radicalmente.

Preferí quedarme callada. —Síganme—giro sobre sus talones poniendo un par de metros de distancia entre nosotros y ella mientras recorríamos su laboratorio. Su pulgar de Snow paso sobre mis nudillos un par de veces intentando que estuviera calmada. —Snow, vendrás conmigo. Y para tú novia tengo una tarea. —hizo una seña con su mano para que sus ayudantes llegaran; sin decir nada camine hacia uno de los pasillos dejándolos solos.

Entramos a otra habitación en donde había pájaros en sus jaulas. —¡Sinsajos!—fue mi respuesta, una de las ayudantes tomo uno de los controles que estaban a lado de las jaulas. —¿De dónde vienen?—pregunte confundida, sabia la historia de aquellos pájaros diseñados por el capitolio para espiar a los distritos, pero ellos los enviaban de regreso con planes diferentes para que los soldados cayeran en sus trampas.

—Hace un año los trajeron desde el Distrito Doce—oprimió el botón y el pájaro se quedo quieto con su cabeza ladeada. Era como si estuviera congelado. —Los Agentes de la paz fueron los encargados.

Apretó otro botón.

«Hace un año los trajeron desde el Distrito Doce. Los Agentes de la paz fueron los encargados»

Me acerque asombrada a la jaula. —El control puede hacer que estén grabando, se detengan, borren la cinta o que simplemente parezcan aves normales—me explico. —Pero durante los últimos años se han reproducido haciendo casi imposible que se extingan como lo quería el capitolio después de los sucios trucos de los distritos.

Y un recuerdo me golpeo de repente.

—Hemos creado unos mutos que harán que los distritos se arrepentirán de haberse rebelando contra el capitolio—habló mi papá mientras estábamos cenando en nuestro apartamento. —Los liberaremos y jamás sabrán de donde vendrá el golpe para acabar con aquellos rebeldes.

—De hecho, uno de los encargados de enjaular a estas aves fue el chico con el que estabas.

—¿Segura?

—Si, claro. Ayudo a capturar bastantes.

Seguimos caminando por el pasillo hasta llegar de nuevo a donde estaban las serpientes. —Yo las conozco, bueno las vi en la Academia no hace mucho tiempo.

—Ajá—asintió con la cabeza. —La doctora Gaul las creo para los juegos pasa...—se llevó las manos a la boca intentando que las palabras se hubieran ahogado.

No pudo decir nada más cuando Coryo y la Doctora salieron de detrás de otra puerta. —Veo que a tu novia le gustan las serpientes. —Hablo poniendo su mano en mi hombro y haciéndome caminar en dirección aquel contenedor enorme.

No estaba entendiendo lo que sucedía, pero la sonrisa torcida de la Doctora estaba lo bastante presente, como si esperara que pasara algo. —Querida, necesito que me ayudes a sacar unos documentos que se me han caído dentro del contenedor—gire la cabeza para ver a Coryo, estaba serio, o al menos eso estaba queriendo demostrar, pero estaba apretando la mandíbula. —No hay problema alguno, ¿verdad, Snow?—habló quitando la tapa de vidrio del contenedor.

—Doctora...

—¡Hazlo!

Sin pensarlo dos veces metí la mano al estanque y busqué con mucho cuidado con las yemas de los dedos y encontré los papeles que decía la Doctora, casi suelto un grito cuando una de las serpientes se enrollo en mi mano y empezó a subir por mi brazo, la imagen de las mordeduras que estas mismas le habían provocado al pobre chico en el laboratorio estaba en mi mente. Contuve el aire y saqué los papeles que a la Doctora Gaul se le habían "caído" y finalmente se los entregué. —No, son todos tuyos, creo que te servirán más a ti—. Salió de aquel lugar y dos agentes de la paz nos escoltaron hasta la salida de la Ciudadela. No dije ni una sola palabra, quise creer con que al menos Snow interfiriera o hiciera algo, pero en su lugar solo se había quedado ahí parado viendo como estaba metiendo la mano a un estanque de víboras modificadas para quizás tener más veneno que una normal. Guarde los papeles que la Doctora me había dado en el bolso de La Academia.

Llegamos al apartamento de los Snow, y seguíamos sin decir una sola palabra.

—Hola, ¿Cómo les...

—¡Que te diga Corolianus!—me quede en la puerta de entrada y les di la espalda.

Un amor de invierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora