—¿Eres un amigo de Sofía? —preguntó la mujer, con rostro cansando.
—No precisamente, la conocí ayer y... —me detuve de improviso, y recordé que no podía mencionar aquel sueño. —cuando vi el anuncio en el noticiero decidí venir.
—Qué curioso, eres la primera persona que viene a verla, y lo que resulta más curioso todavía es que deberías estar en clases y a penas la conoces. —los ojos de la mujer se fijaron en mí, con un destello insinuante que no pude descifrar en ese momento.
—Sé que no debimos hacerlo, pero... leímos su diario, —el señor Merat estaba parado tras de mí con tres vasos sujetos con ambas manos, los que puso sobre la mesa para luego sentarse al lado de su esposa. —y en el mencionaba a un muchacho, que le había ayudado con las chicas...—la mirada del señor parecía triste y frustrada, lo que me ayudó a adivinar una posible razón.
—¿No sabían que la molestaban?
—No, siempre llega a la casa feliz, pero ayer fue distinto. —aclaró la señora.
—Se fue directo a su pieza y, aunque golpeamos y llamamos para saber qué pasaba, no respondía... cuando forzamos la puerta, ya estaba arriba— una vez más la mirada del hombre se desvió, esta vez para ocultar un par de lágrimas en sus ojos. Se quitó las gafas y volteó la cabeza para limpiarse.
—Nos acercamos a su escritorio y encontramos el diario. —añadió la señora.
Un enorme silencio se apoderó de la mesa, mientras cada uno bebía un poco de café, con el fin de escapar de las palabras. Así pasaron los minutos, hasta que el reloj marcó las 10:20 A.M. momento en que una enfermera se acercó a la mesa y preguntó:
—¿Ustedes son los familiares de... Sofía Merat?—la pareja se puso de pie de un salto y sin contener la angustia preguntaron con voces temblorosas y precipitadas.
—¿Qué le paso? ¿Está bien? ¿Sufrió algún daño? — la enfermera parecía no saber a qué pregunta responder, levantó las manos con gesto sereno y esbozó una cálida sonrisa.
—Tranquilos, ella despertó hace unos momentos y sólo quería decirles que pueden verla.
—Muchas gracias. — dijeron ambos en coro, mientras sus manos se entrelazaban y sus rostros se apaciguaban. La señora Merat me miró mientras caminaban hacia el ascensor, y, con un movimiento de cabeza me indicó que los siguiera. Subimos hasta el tercer piso y cuando estuvimos fuera de la habitación, la enfermera indicó que no debíamos hacer nada que pudiese sobresaltar a Sofía, abrió la puerta y, antes de que entrásemos, se aseguró de que todo estuviera en orden. Entonces, pensé en cuál sería su reacción al verme, pues, como dijo la enfermera, necesitaba estar tranquila, por lo que tal vez no era el mejor momento para aparecer. Así que, una vez todos estuvieron dentro, me dirigí a las escaleras.
Acababa de darme cuenta de que había cometido una locura. Sin embargo, cuando estuve frente a la escalera y comenzaba a regañarme por mi estupidez, escuché que alguien me llamaba, di la vuelta y me sorprendí al ver de quien se trataba.
—Sofía... ¿Qué haces fuera de tu habitación?
—Salí al baño. —su rostro, incómodo y nervioso miró al suelo mientras hablaba. —¿y tú, que haces aquí? —el tono empleado en la pregunta era entrecortado, delatando unos nervios casi tangibles.
—Vine a verte...— la miré por un momento, recordando que estaba a punto de irme, y, sin entender por qué, la necesidad de respuestas me clavó al piso — tengo que hablar contigo de algo. — estaba ansioso, necesitaba saber qué había pasado la noche anterior, pero antes de poder siquiera hacer una pregunta, la enfermera apareció al lado de Sofía y comenzó a regañarla.
—¡No deberías estar en pie!, ¿Por qué saliste de tu cuarto?
—Necesitaba usar el baño. —aclaró la muchacha, aún con la cabeza agacha. Sus padres llegaron entonces, y, contrario a la reacción que esperaba, acostumbrado a lidiar con mi padre, comenzaron a hacerle preguntas en un tomo rabioso primero, que luego fue volviéndose más calmo al ver el rostro compungido de su hija.
—¿En qué estabas pensado? —preguntó la señora, y sólo entonces reparé en las marcas de su cuello.
—Nos tenías pendiendo de un hilo. —declaró el señor.
—¿Por qué no nos contaste nada? —preguntó la señora.
—Sus intenciones eran más que claras, y obviamente no les iba a decir nada, justamente para no preocuparlos. —dije, pensando en lo aturdida que debía de estar Sofía, quien, luego de mis palabras, me miró con una cara que no supe si expresaba gratitud o molestia. —será mejor que vuelvas a tu habitación, yo ya me voy.
—¿Y lo que tenías que decirme? —preguntó ella, con súplica en su voz y en su rostro.
—Puede esperar. -su respuesta fue una cabezada de asentimiento, tras lo cual bajó la cabeza, al tiempo que se daba la vuelta y, justo entonces, pude ver caer un par de brillantes lágrimas al suelo, sin lograr entender lo que pasaba por su mente.
Regresé a la escuela cuando eran las 12:00 P.M. gracias a que el autobús que tomé se demoró menos que el anterior. Ingresé sin problemas, explicando que ya me sentía mejor. Era día martes, así que no había perdido ninguna clase importante a excepción de lengua castellana, y aún quedaban cinco horas de clases. Entré en mi salón en el segundo piso y me senté. Era el tercer bloque y tocaba ciencias físicas. Cuando dieron las 1:10 P.M. Salí deprisa hacia el salón de Luís, para contarle lo sucedido, desde lo del sueño hasta lo del hospital.
—Debía sentirse horrible. —Dijo Luis. — Después de todo no tiene ni un solo amigo, y en esas circunstancias, yo creo que nadie resiste la soledad.
—Y aun así se esforzaba por hacerle creer a sus padres que todo estaba bien...no sé si admirarla o pensar que es una estúpida.
—Oye, eso es muy grosero de tu parte, y contradictorio. —Agregó mi amigo, mientras engullía sus fideos-— Si tanto interés tienes por ella, deberías tratarla mejor.
—No es estrictamente necesario... recuerdas lo que pasó hace tres años ¿verdad?
—Sí, lo recuerdo. Te volviste mucho más gruñón de lo que ya eras, pero no te culpo, supongo que cualquiera cambia al encontrarse con la muerte...
—No es la gran cosa... no hay nada después de eso, pero aquí tampoco hay mucho.
—¿A eso te refieres con estúpida? —Dijo Luis, para luego tragar.
—Sí, aunque ahora tenemos algo en común —pensé por un momento, tratando de ponerme en su lugar. —pero no estoy seguro de que ella haya llegado hasta eso.
—Entonces, ¿Qué harás? ¿Esperarás a que vuelva a la escuela?
—Sí, no tengo ánimos de volver al hospital.
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Sentimientos perdidos
أدب المراهقينEl perdió sus sentimientos años atrás, ella los encontró. Esta es la historia de Esteban, un adolescente cuya relación con su padre es un desastre desde que su madre murió, y es también la historia de Sofía, una chica que, con tal de no preocupar a...