La cita

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Los días que siguieron antes del domingo pasaron sin ningún percance. Al parecer, Andrea y las otras chicas habían comprendido mi advertencia (aunque no estaba seguro de que mis palabras hubieran taladrado sus pequeños cerebros).

Aquel día domingo fue un día nublado y el sol asomaba sus distorsionados rayos de cuando en cuando, mientras salía del departamento y del edificio. Llegué a la casa de mi nueva amiga vestido con ropa que el día sábado Luis me había ayudado a elegir, pues, él siempre alegaba en mi contra, diciendo que no tenía sentido de la moda ni respeto por las ocasiones especiales, cuando para mí, la cita con Sofía no era más que una mera negociación. Llevaba una polera azul, una camisa gris desabrochada de mangas cortas, jeans de un color que no supe distinguir si era gris o azul desteñido y unas zapatillas Converse azules. A mi juicio, no lucía tan mal como podría haberlo hecho, después de todo, mis ojos negros no parecían tener la menor influencia sobre mi vestimenta (comentario sin lógica de Luis) ni tampoco mi cabello castaño.

Toqué a la puerta, y en menos de treinta segundos la señora Merat estuvo afuera con su impecable sonrisa, elogiando mi vestimenta (cosa que jamás pensé que fuese a suceder), me hizo entrar y tomar asiento en el living, mientras miraba risueña hacia la escalera de caracol, como si lo que fuese a salir de ahí fuera algo realmente sorprendente. De pronto,

la señora, que había desaparecido de mi vista sin siquiera darme cuenta, me acercó un vaso de refresco mientras seguía riendo para sí misma, cuando de pronto comenzaron a oírse pasos en la escalera. En seguida dirigí mi mirada al lugar, donde un par de zapatos negros se hicieron visibles, luego una falda del mismo color, que cubría casi hasta los talones y una especie de blusa oriental sin mangas de color rojo, con encaje negro en forma de rosas, que era casi tan abundante como el color principal de la prenda. No llevaba ningún tipo de maquillaje en su rostro, pues éste ya era lo suficientemente pálido como para tolerar un color más claro. Sus ojos azules resaltaban de una manera muy especial al igual que su cabello, momento en que entendí a qué se refería Luis. Una vez Sofía dejó atrás la escalera y se paró frente a mí, un extraño escalofrió recorrió mi espalda y nubló mi mente. Me puse en pie de un salto y casi mancho mis pantalones con refresco, vacilé por un momento y luego mi amiga comenzó a hablar.

—¿Cómo me veo? —preguntó, con el rostro teñido de un tenue color tomate y durante unos segundos, no supe que decir, hasta que la señora Merat tomó los tensos hombros de Sofía y los meció cálidamente.

—Vamos, di algo, ¿no te parece que se ve encantadora? —dijo la señora, apresurándome a hablar.

—No sé qué decir... -la miré otra vez, sin entender del todo el furor y el nervio que sentía. —Te ves preciosa. — el rostro de Sofía se hundió un poco mientras tomaba un tono más fuerte de rojo.

—¿Lo ves? Te dije que le iba a encantar—. la animó su madre entusiasmada.

Miré mi reloj y pensé que ya era hora de marchar; era la una en punto.

—Me parece que ya deberíamos salir. —luego de esas palabras el rostro de Sofía se levantó de golpe y afirmó con un gesto de la cabeza. —Muy bien, —dije un tanto nervioso—nosotros... nos vamos.

La señora Merat nos acompañó hasta la puerta, donde nos despidió, con un gesto de suficiencia y orgullo en el rostro, mientras balanceaba la mano derecha de un lado a otro.

Mis nervios iban en aumento, e intenté disimular mi incomodidad caminando en silencio, mas, lo que yo sentía no se comparaba al sentimiento impreso en el rostro de mi acompañante, por lo que decidí charlar un poco mientras llegábamos al paradero.

—A todo esto, ¿Qué película te gustaría ver? —la pregunta pareció sacarla de su ensimismamiento en seguida, pues, el nerviosismo en su rostro fue remplazado por perplejidad e intriga.

Sentimientos perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora