Sufrimiento

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Los días comenzaron a pasar con una angustiante tranquilidad, pues una parte de mi quería volver a ver a Sofía y otra no. Fueron pasando las semanas y el trimestre llegó a su fin.

Había obtenido un 5.9, un promedio que llevaba años atormentándome.

Y, de pronto, cuando fui a retirar mi informe de notas a la escuela, luego de las agotadoras celebraciones de fin de semestre, me encontré nuevamente con Sofía. Nos quedamos mirando fijamente a los ojos por unos segundos (o por lo menos yo lo hice), antes de articular cualquier palabra. Salimos del edificio de color rojo pálido aún sin decir nada, y una vez fuera, ella frenó drásticamente.

—¿Qué era eso que tenías que decirme? — dijo, con su ya característica cabeza agacha.

—Preferiría que hablásemos en otro lugar. — dije, mientras la miraba por sobre mi hombro. Cerca del colegio había una plaza, así que nos dirigimos hacia allá, nos sentamos en una banca verde de madera y, a la sombra de un único sauce llorón, comenzamos a platicar.

—La noche de tu... accidente, yo tuve un sueño, —comencé por decir— en el que aparecías tú. —ella no pareció muy sorprendida, por lo que seguí hablando—. Estábamos dentro de un autobús, solos, y cuando me percaté de tu presencia, me paré de mi asiento y me acerqué a ti, tú estabas...

—Llorando...—su interrupción logró sorprenderme, ahora todo se aclaraba, dando la razón a lo más improbable. — tuve el mismo sueño, y creí que por eso habías ido al hospital. —una triste sonrisa se esbozó en sus labios. — Le agradaste a mis papás, e incluso me dijeron que te invitara a casa. — acotó, al parecer con poco ánimo.

—Lo intentaste por culpa de tus compañeras ¿verdad? Pues... puedo decirte por experiencia propia que no es bueno seguir las órdenes o incitaciones de ese tipo de gente.

—¿Cómo puedes saber cómo me siento? —su cabeza se levantó desafiante, con un poco de enojo en su expresión.

—No digo que lo haga exactamente, sólo... puedo decirte que no hay nada más allá, como todos creen.

—¡¿Acaso tú también lo intentaste?!—su voz estalló con aquellas palabras, de una forma que no creía posible, dada su pasividad habitual.

—Fue algo parecido...—le conté durante alrededor de veinte minutos mi "pequeño" incidente, y, tras terminar mi relato, pareció comprender a qué me refiera al decir que la entendía. —al parecer, tenemos más en común de lo que pensábamos.

Un silencio incómodo se ciñó sobre nosotros, y antes de que pudiera hacerlo, fue ella quien lo rompió.

—Aquel día pensé que habías ido porque querías seguir ayudándome...— una risa liviana salió de entre sus labios y murió casi al instante. — por un momento, te vi como un guardián; en la escuela, en mis sueños... ¿ahora qué? —Su rostro se había sonrojado un poco.

—Esa no es mi intención, pero, ahora entiendo por qué no podía dejarte marchar.

—¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora?

—Yo no puedo darte esa respuesta. —De pronto, sus ojos se llenaron de lágrimas. Tapó su rostro con sus manos, y, antes de poder hacer algo, su cuerpo comenzó a convulsionar.

—Ya no quiero ser como soy... -Su voz se había quebrado, y le costaba articular las palabras. — Todas esas cartas, todo ese odio... quiero pasar inadvertida, pero no puedo... ¡no sé por qué no puedo! —acerqué mis brazos, aún sentado a su lado y la abracé, casi como un reflejo, ella reaccionó al instante y lanzó sus brazos hacia mí. Acaricié su cabello con mi mano derecha, sin saber muy bien qué estaba haciendo, y el llanto se hizo insostenible.

Sentimientos perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora