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2 meses. 2 meses y 13 días llevaba aquí.

Contaba los días deseando poder volver a mi hogar, o al que alguna vez lo fue.

Nací en Sevilla, aquella ciudad que robaba tantos alientos por sus preciosas y antiguas calles. Por sus fiestas que dejaban con ganas de más. Por su gente tan social, y su forma de acoger e integrar a cualquiera.

Había pasado momentos malos allí, por supuesto, pero nada se comparaba con los que estaba viviendo aquí, en Barcelona.

Conseguí tener un buen grupo de amigos en mi ciudad natal, después de todo lo que sufrí por malas amistades. Sin embargo, llevaba en Barcelona dos meses y trece días y no había conseguido entablar ninguna relación.

Hablaba con algunos de mis compañeros de la hípica, ya que llegue aquí con el curso prácticamente terminado y no me he dedicado a hacer otra cosa que ir a montar.

Las conversaciones no eran muy profundas ni extensas, pero seguían contando como conversaciones. O eso quería creer.

Tampoco es que me disgustara la soledad, pero no disfrutaba de sentirme sola. ¿Se entiende?

Ahora mismo, para novedad de nadie, me encontraba preparando a la yegua que montaría hoy. Una preciosa yegua alazana que era de las más buenas que había conocido y montado, además de que saltaba como una liebre.

Cuando me mudé aquí fue el único impedimento que les puse a mis padres: apuntarme a una hípica nada más llegar. Aparte de volver seguido a nuestra ciudad de nacimiento para ver a mis amigos y familia.

Empecé a saltar una vez llegué a Barcelona, y había mejorado bastante desde entonces, siendo sincera. Quizá se debía a que pasaba la mayoría de mi tiempo aquí, entre animales que me hacían sentir en paz.

Me dirigí hacia la pista colocándome el casco para montarme en la yegua nada más entrara en ella. Por el camino me crucé con una niña que conocía de vista. Sabía que se llamaba Sira, y, para que mentir, la seguía por redes sociales porque me enteré que competía en categorías de salto, es decir, a lo que aspiraba poder hacer algún día. No lo hacía nada mal, de hecho, lo hacía tan bien que lo mostraba como algo fácil.

Qué envidia, ojalá alguien alguna vez me vea y piense lo mismo.

La saludé ya que también habíamos hablado un par de veces, y era bastante simpática. A todo esto, la acompañaba el que suponía que era su novio, porque lo había visto varias veces junto a ella y no me parecían especialmente amigos.

También he de decir, y siendo sinceros, que no era una loca del fútbol pero me gustaba lo suficiente como para saber de quién se trataba.

Decidí dejar mis pensamientos aparte y seguir a lo mío.

Una hora y algo después me encontraba camino a las cuadras montada en la yegua, dándole así un paseo para que se relajase antes de meterla al box, y a la vez, aprovechaba aquel ratito entre ella, yo y la naturaleza. Siempre era mi momento favorito.

Me encontraba cerca de los boxes ya en la cuadra, por lo que decidí que era hora de bajarme de la yegua y prepararla para descansar.

Cuanto más me acercaba más me daba la sensación de que Sira ya no se encontraba sola con su supuesto novio, si no que había junto a ellos dos hombres más, que no tenían pinta de sobrepasar las edades de la pareja.

Una vez más, intuí de quienes se trataban. No tenía una vista audaz, pero tampoco estaba ciega.

Pensé salir del box a dejar las cosas e irme al coche en el que me estaría esperando mi padre, como hacía siempre. Quizá la saludaría, pero me daba un poco de vergüenza hacerlo delante de tantas personas, y eso que no eran más de cuatro.

Mystery of love | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora