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Salieron de la tienda cargados de bolsas que contenían todo tipo de prendas de vestir, zapatos, ropa interior y accesorios varios que San no se hubiera podido permitir ni en un millón de años.

Wooyoung había ido sugiriendo qué comprar, pero había sorprendido a San comprándole todo aquello que este se había probado y le había sentado bien, incluyendo algunos atuendos demasiado informales para el evento al que iban. Y su sorpresa no hizo sino aumentar cuando Wooyoung le sacó a cenar a un sitio caro. San aprovechó y pidió langosta, caviar y venado; y todo ello acompañado de champán.

Wooyoung se hizo cargo de la cuenta con su tarjeta platino y San descubrió que, con toda esa buena comida delante, las conversaciones con el rarito de Wooyoung fluían con naturalidad. Terminaron hablando de coches y Wooyoung le confesó que solo se había comprado el Jaguar porque el Mini Cooper que llevó a la convención del año pasado no había sido tan bien recibido como a él le hubiera gustado. ¿La verdad tras esas palabras? Que la gente se había reído de él por su elección de coche. Ahora parecía que se estaba empezando a acostumbrar al Jag, «pero cómo no hacerlo», pensó San, «si estamos hablando de un puto Jaguar».

El hotel no tenía nada que ver con el motelucho de mala muerte que San había abandonado apenas unas horas antes. El vestíbulo tenía suelos de mármol y elegantes sillas de piel, y parecía sacado de una película. Había incluso obras de arte cubriendo las paredes. No pósteres, no. Cuadros de verdad.

Y San, en su nuevo traje, se sentía el amo del lugar. Lo único que no le pegaba era la maltrecha bolsa de viaje que llevaba consigo, así que se la dio al botones para que la subiera a la habitación. Solo necesitaba un Martini para ser como Wooyoung.

Un Wooyoung gay. Le gustaba la idea.

El botones les abrió la puerta y Wooyoung dejó pasar a San a un enorme salón decorado en colores crema. Frente a un ventanal que ocupaba toda la pared frontal había un par de butacas de piel y, entre ellas, una mesita con flores frescas. San también se fijó en un moderno cuadro colgado tras la barra de bar y en la televisión gigante de pantalla plana. Todo era tan de lujo que San creía estar soñando.

Fue hacia la ventana y puso las manos en el cristal. Y durante un rato, simplemente se quedó ahí, mirando las luces nocturnas de la ciudad.

Chúpate esa, Vega.

No fue consciente del momento en el que en vez de mirar a través del cristal empezó a seguir el reflejo de Wooyoung en este, como un espía de la CIA vigilando sigilosamente a su objetivo. Wooyoung puso un billete en la mano del botones y el chico se fue, dejándoles solos en el impresionante apartamento, del que aún le quedaba parte por descubrir. Siguió la estela de Wooyoung hasta que este desapareció en la habitación contigua llevándose con su equipaje con él.

San sonrió y se giró para ir tras él. Este tenía toda la pinta de ser el momento perfecto para hacer guarrerías. Seguro que un sitio así tendría hasta jacuzzi en el baño.

Se apoyó en el marco de la puerta y sonrió a Wooyoung. Era consciente de lo bien que estaba así vestido y esos zapatos de piel que llevaba le hacían parecer aún más espectacular.

—Hola.

Wooyoung le sonrió mientras, de forma muy meticulosa, metía su ropa interior y calcetines en uno de los cajones frente a la cama de matrimonio.

—Estás espectacular. No puedo esperar a ver sus caras mañana.

San lo vio como un indicio de que la cosa pintaba bien así que entró en el dormitorio despreocupadamente, con las manos en los bolsillos y el champán aún burbujeándole en la cabeza.

—¿Quieres que probemos ese jacuzzi, cariño?

Aunque esa cama enorme con cabecero de piel resultaba igual de tentadora.

Perfect Man |Woosan|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora