El tiempo para el mundo fue lento, pero para el mayordomo Evans este se volvió su aliado y le permitió moverse con rapidez y ligereza. Instantáneamente supo dónde estaban los invasores y empleados, creando portales y plantando trampas que sacarían a los invitados no deseados fuera de los muros de la mansión.
Para sorpresa de los guardias, el poder del espacio y tiempo, extinto por un siglo, había sido el az bajo la manga del duque. Un talento tan codiciado que llevo a todo aquello que lo tuviera, a la persecución y muerte. Y el mayordomo de mayor rango era el dueño de la última sangre de aquel poderoso don muerto.
–¡Tu! –señalo el guardia frente al hombre, antes de caer y desaparecer por el hoyo negro bajo sus pies.
El señor Evans solo sonrió y soltó la espada, cerrando todo portal abierto, reacomodando el frac y sacando un pañuelo blanco para retirar el líquido rojo que caía desde la nariz e impactaba con el suelo.
–Estoy oxidado al no usarlo –tiro el objeto, emprendiendo la huida hacia el lugar de encuentro.
En instante, llegó hasta la puerta negra, solo visible para quienes trabajaban en la mansión, gracias a un hechizo de ilusión que coloco el duque como medida preventiva ante posibles ataques. Solo aquellos autorizados podían cruzarla y llegar a las escaleras tras un cuadro con el escudo de los Lorcan, que llevaba hasta una cueva cuyo camino terminaba en las afueras del ducado.
–¿Todos están reunidos? –pregunto a uno de los últimos guardias que se quedaron por lealtad hacia el duque.
–Casi la mayoría. La señora Meleck fue por el último grupo de empleados. Y aún no regresa.
–¿Cuánto tiempo a transcurrido desde que se fue?
–Aproximadamente, veinte minutos.
Incómodo, Evans tocó la pared a un lado de la pintura, buscando la localización de la mujer a quien no encontró a pesar de aumentar el grado de expansión de la búsqueda entre los muros de la infraestructura. Obstando por extenderse fuera del rango conocido, sintió las limitaciones ante un poder poco entrenado, provocando que escupidera sangre de improviso.
–¡Mayordomo! –intento auxiliarlo.
–Detente –lo contuvo, colocando distancia con la mano al frente, limpiando la sangre de la boca con el guante blanco que portaba–. No tengo rastro de ella. En el peor de los casos, debieron de atraparla.
Ingresaron corriendo las sirvientas de Mayary, asegurando que eran las últimas en ingresar por la puerta, reafirmándolo el mayordomo, abandonando el tacto contra la pared una vez ya no sintió la presencia de los sirvientes en la mansión.
–No hay tiempo que perder. El resto nos está esperando.
–Pero señor Mayordomo, la señora...
–Ella ya no puede llegar a la salida –las sirvientas, las cuatro, se miraron entre ellas y bajaron la vista–. Todos sabíamos que este día llegaría. Y estábamos listos para huir o morir en el intento.
Entendiendo lo que decía el hombre, todos aceptaron la pérdida y atravesaron el cuadro, el cual desapareció ante el cierre de la puerta, bloqueando todo intento de regresar o infiltrarse mediante el.
Siendo las últimas personas en escapar, bajaron las escaleras y caminaron a través de la cueva, llegando al sitio de encuentro antes de la salida. La escena de personas heridas y otras asustadas, junto a quienes poseían poder curativo y los ayudan, hacían sentir el peso de la última orden al hombre de vestimenta monocromática.
–Gracias a todos por encontrarse con vida –inicio el diálogo a gran voz–. Siendo atacados por la familia real. Ejecutare la última orden del señor Lorcan hacia quienes le sirvieron con lealtad y devoción.
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Yo no quiero las Perlas
FantasíaConfundida y sin poder evitar los pensamientos que la empujaron a la muerte, ella deslizo el metal cometiendo suicidio, sin imaginarse que despertaría en el cuerpo de Mayary Lorcan, la desafortunada villana del juego otome y novela "La bendición del...