8. Collahuasi

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Pusieron rumbo a Collahuasi, el viaje se les hizo largo y agotador, las horas se deslizaban lentamente bajo el intenso sol del desierto. Las sombras se alargaban y el cielo comenzaba a teñirse de tonos rojizos cuando finalmente llegaron a las afueras de las minas. La actividad aún no cesaba; se podía oír el ruido de las máquinas y el murmullo de los trabajadores.

Acercándose a la entrada principal, Catriel dirigió su atención al primer minero que encontraron, un hombre de rostro curtido y manos callosas.

-Hola, buscamos a Manuel Vaca -dijo Catriel, con una voz firme pero amistosa.

El trabajador, sorprendido por la interrupción, parpadeó antes de responder: -¿Quién lo busca?

-Me llamo Catriel. Es probable que él no me conozca, pero venimos de parte del gobernador de La Tirana -explicó, extendiendo el sobre con el sello del gobernador.

El minero lo examinó con una mirada escrutadora, sus ojos se posaron en el sello y luego asintió. -Ah, entiendo.

-Pues síganme -indicó el obrero, haciendo un gesto con la mano-. Aquí estamos en plena faena, pero Manuel ya debe estar en el pueblo.

Ambos siguieron al trabajador, quien los condujo por un camino serpenteante que llevaba al asentamiento minero. El pueblo construido para los trabajadores de las minas era una mezcla peculiar: pequeñas casas de madera y adobe se alineaban en hileras ordenadas, algunas más grandes y otras más modestas. Las construcciones más sencillas, que parecían simples habitaciones colocadas una detrás de otra, eran evidencia de las diferencias de clase incluso en un lugar tan remoto.

Lo que realmente capturó la atención de Víctor fue la infraestructura comunitaria. A pesar de su tamaño modesto, el pueblo contaba con una escuela de aspecto robusto, un teatro con un cartel anunciando la próxima función y, en el centro de la plaza, un bar al aire libre donde varios mineros ya disfrutaban de sus bebidas después de un largo día de trabajo.

Mientras caminaban, Catriel murmuró a Víctor: -Parece que este lugar tiene su propia vida y cultura, a pesar de estar tan lejos de todo.

Víctor asintió, observando a los niños jugando cerca de la escuela. -Es impresionante.

El minero los llevó hasta una de las casas más grandes cerca del centro del pueblo. -Aquí es donde encontrarán a Manuel. Buena suerte.

Dándoles una última mirada, el trabajador se alejó, dejándolos frente a la puerta. Catriel respiró hondo y dio un suave golpe en la puerta y esperó. Después de unos momentos, la puerta se abrió para revelar a un hombre de mediana edad con cabello oscuro.

-Hola, buenas tardes -saludó Catriel, con un tono de voz respetuoso.

-Buenas tardes -respondió Manuel, observando atentamente a los dos visitantes.

-Mi nombre es Catriel, mapuche, y él es Víctor, de la ciudad. El gobernador nos envió y nos dijo que si hablábamos con usted podríamos usar el tren para llegar a las fronteras del Wallmapu -explicó Catriel, extendiendo el sobre hacia Manuel.

Manuel tomó el sobre y lo examinó brevemente antes de mirar de nuevo a Catriel y Víctor.

-Mmm... viajan al Wallmapu... -comenzó Manuel, su voz llena de curiosidad-. Efectivamente, tenemos un tren que saldrá hacia allá por la mañana. Si el gobernador los envía, entonces son mis invitados.

-Muchas gracias -respondió Catriel con un suspiro de alivio.

Sin embargo, Manuel no parecía dispuesto a dejarlos ir tan rápidamente. Con una sonrisa amigable, pero intrigada, agregó: -Tenemos una cabaña de huéspedes donde pueden quedarse, pero no puedo ignorar mi curiosidad. ¿Les gustaría ir al bar antes? Pueden confiar en mí si confiaron en el gobernador. Vamos, yo invito.

Tierra de Sangre y Fuego: Sol y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora