INVADÍA EL ESTUDIO el aroma opulento de las rosas, y cuando la leve brisa veraniega se agitaba entre los árboles del jardín, por la puerta abierta entraba el perfume intenso de la lila o el más sutil del espino.
Desde el rincón del diván con alforjas persas donde se hallaba recostado, fumando sus incontables cigarrillos como de costumbre, lord Seo Changbin tan sólo podía vislumbrar las flores con dulzor y color de miel del laburno, cuyas trémulas ramas apenas parecían capaces de soportar la carga de una belleza tan ígnea como la suya. Y, de cuando en cuando, las fantásticas sombras de los pájaros en vuelo pasaban, fugaces, tras las largas cortinas de seda india extendidas ante la enorme ventana, produciendo una especie de momentáneo efecto japonés, y recordándole a aquellos pintores de pálidos rostros de jade que, en un arte que es necesariamente inmóvil, buscaban ofrecer la sensación de velocidad y movimiento. El murmullo taciturno de las abejas, que se abrían camino entre la hierba crecida o volaban en círculos con monótona insistencia en torno a las negras agujas de las malvarrosas tempranas de junio, parecía hacer la quietud aún más agobiante, y el atenuado bramido de Londres era como la nota bordón de un órgano lejano.
En el centro de la habitación, sujeto a un caballete vertical, había un retrato de cuerpo entero de un joven de extraordinaria belleza física, y delante del mismo, no a mucha distancia, se hallaba sentado el propio artista, Christopher Bang, cuya súbita desaparición, unos años atrás, tanta expectación pública y tan extrañas conjeturas había causado.
Mientras contemplaba la elegante y hermosa forma que tan hábilmente había reflejado su arte, una sonrisa de placer pasó por su rostro y pareció a punto de quedarse en él. Pero, súbitamente, se levantó y, cerrando los ojos, colocó los dedos sobre sus párpados como si tratara de apresar en su cerebro algún raro sueño del que temiera despertar.
—Es tu mejor obra, Chris. Lo mejor que hayas hecho —dijo lánguidamente sir Changbin—. Tienes que enviarla el año que viene a la galería Grosvenor, desde luego. La Academia es demasiado grande y demasiado vulgar. Grosvenor es el único lugar adecuado.
—No creo que la envíe a ningún sitio —respondió echando la cabeza hacia atrás de aquella peculiar forma que solía hacer que sus amigos se burlasen de él en Oxford—. No; no voy a enviarla a ningún sitio.
Lord Changbin levantó las cejas y lo miró, asombrado, a través de los delgados círculos de humo azul que iban formando espirales fantásticas al salir de su potente cigarrillo con mezcla de opio.
—¿No vas a enviarlo a ningún sitio? ¿Por qué, querido amigo? ¿Tienes alguna razón? ¡Qué individuos tan extraños sois los pintores! Hacéis cualquier cosa por obtener una reputación. Y, en cuanto la lográis, parecéis querer libraros de ella. Es estúpido por vuestra parte, pues sólo hay una cosa peor en el mundo que el que hablen de nosotros, y es que no hablen. Un retrato como éste te situaría muy por encima de todos los hombres jóvenes de Inglaterra, y despertaría no pocos celos en los viejos, si es que los viejos son capaces de alguna emoción.
—Sé que te burlarás de mí —respondió—. Pero de verdad no puedo exponerlo. He puesto demasiado de mí mismo en él.
Lord Changbin extendió sus largas piernas en el diván y soltó una carcajada.
—Sí; sabía que ibas a reírte. Pero es la pura verdad, de cualquier modo.
—¡Demasiado de ti mismo en él! Te aseguro, Christopher, que no sabía que eras tan vanidoso. Y verdaderamente soy incapaz de ver parecido alguno entre tu rostro irregular y firme, y tu pelo negro como el carbón, y este joven Adonis que parece hecho de marfil y pétalos de rosa. Porque, mi querido Christopher, él es un Narciso y tú… Bueno, por supuesto, tú posees una expresión intelectual y todo eso. Pero la Belleza, la verdadera Belleza, termina donde empieza una expresión intelectual. El intelecto es en sí mismo una exageración, y destruye la armonía de cualquier rostro. En el mismo instante en que uno se sienta a pensar, se vuelve todo nariz, o todo frente, o algo horroroso. Mira a los hombres de éxito en cualquiera de las profesiones doctas. ¡Qué absolutamente horribles son! Con la excepción, por supuesto, de la Iglesia. Pero es que en la Iglesia no piensan. Un obispo sigue diciendo a los ochenta años lo mismo que le dijeron a él cuando era un muchacho de dieciocho, y en consecuencia su aspecto es siempre absolutamente encantador. Tu misterioso joven amigo, cuyo nombre no me has dicho nunca, pero cuyo retrato me fascina verdaderamente, no piensa jamás. Estoy bastante seguro de eso. Es una criatura hermosa sin cerebro que debería estar aquí todos los inviernos, cuando no tenemos flores que contemplar, y todos los veranos, cuando necesitamos que algo refresque nuestra inteligencia. No te envanezcas, Chris. No te pareces en nada a él.
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☐ 𝙗𝘢𝙨𝘪𝙡 𝙫𝘢𝙣𝙚 ✔
Fanfiction𝐀𝐝𝐚𝐩𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐚𝐥 𝐂𝐡𝐚𝐧𝐣𝐢𝐧. -𝖱𝖾𝗓𝖺, 𝖧𝗒𝗎𝗇𝗃𝗂𝗇, 𝗒𝗈 𝗋𝖾𝗓𝖺𝗋𝖾́ 𝗉𝗈𝗋 𝗍𝗂́ 𝖺 𝗍𝗎 𝗅𝖺𝖽𝗈.