POR UNA U OTRA RAZÓN, el teatro estaba repleto esa noche, y el gordo director judío que los recibió en la puerta mostraba una radiante, grasienta y trémula sonrisa de oreja a oreja. Los acompañó hasta el palco con una especie de humildad pomposa, moviendo sus gruesas manos enjoyadas y hablando a voces. Provocó en Hwang Hyunjin más aversión que nunca. Tenía la impresión de haber ido en busca de Miranda y haber encontrado a Calibán. A lord Changbin, sin embargo, le agradó. Al menos, eso dijo, e insistió en estrecharle la mano y asegurarle que estaba orgulloso de conocer a un hombre que había descubierto a un auténtico genio y se había arruinado por Shakespeare. Bang se entretuvo en observar los rostros del patio de butacas. El calor era absolutamente asfixiante, y el enorme sol ardía como una monstruosa dalia de pétalos de fuego. Los jóvenes del gallinero se habían quitado los abrigos y chalecos y los habían colgado a un lado. Hablaban entre ellos de un extremo a otro del teatro y compartían sus naranjas con las vulgares muchachas maquilladas que se sentaban junto a ellos. Algunas mujeres reían en el patio de butacas; sus voces eran horriblemente chillonas y discordantes. El sonido de las botellas al descorcharse llegaba desde el bar.
—¡Vaya lugar para encontrar dentro la divinidad de uno! —dijo lord Changbin.
—¡Sí! —respondió Hyunjin—. Aquí fue donde la encontré, y ella es la más divina de las criaturas. Cuando actúa, te olvidas de todo. Toda esta gente vulgar, con sus rostros ordinarios y sus gestos brutales, se vuelve completamente distinta cuando está ella en escena. Se sientan en silencio y la observan. Lloran y ríen según lo que ella se proponga. Los vuelve tan sensibles como un violín. Los espiritualiza, y sientes que están hechos de la misma carne y sangre que tú mismo.
—¡Oh, espero que no! —murmuró lord Changbin, que estaba examinando a los ocupantes del gallinero con sus gemelos de ópera.
—No le hagas ningún caso, Hyunjin —dijo Bang—. Entiendo lo que quieres decir, y yo creo en esa muchacha. Todo aquel que tú ames debe de ser maravilloso, y cualquier muchacha que ejerza el efecto que describes ha de ser hermosa y noble. Espiritualizar nuestra propia época: he ahí algo que merece la pena hacer. Si esa muchacha es capaz de dar un alma a quienes han vivido sin una, si es capaz de crear el sentido de la belleza en personas cuyas vidas han sido sórdidas y horribles, si puede desnudarlos de su egoísmo y prestarles lágrimas de tristezas que no son suyas, es digna de toda tu adoración, digna de la adoración del mundo. Ese matrimonio es adecuado. No lo creí al principio, pero lo reconozco ahora. Dios hizo a Sybil Vane para ti. Sin ella habrías estado incompleto.
—Gracias, Chris —respondió Hyunjin apretando su mano—. Sabía que tú me entenderías. Changbin es tan cínico que me aterra. Aquí está la orquesta. Es espantosa, pero sólo se oye durante unos cinco minutos. Luego se levanta el telón, y entonces verás a la muchacha a la que voy a entregar mi vida, a la que he entregado todo lo bueno que hay en mí.
Pasado un cuarto de hora, en medio de un extraordinario aplauso, Sybil Vane salió a escena. Sí, era en efecto encantador mirarla, una de las criaturas más encantadoras (pensó lord Changbin) que hubiera visto. Había algo de ciervo en su elegancia tímida y sus ojos temerosos. Un tenue rubor, como la sombra de una rosa en un espejo de plata, apareció en sus mejillas cuando miró al teatro repleto de público entusiasmado. Retrocedió unos pasos, y sus labios parecieron temblar. Christopher Bang se puso en pie y empezó a aplaudir. Hwang Hyunjin permaneció sentado, inmóvil, mirándola como quien está en medio de un sueño. Lord Changbin observaba a través de sus gemelos de ópera y murmuraba: «¡Encantadora! ¡Encantadora!».
La escena era la entrada de la casa de los Capuleto, y Romeo, vestido de peregrino, había entrado con Mercucio y sus compañeros. La banda, pues no otra cosa era, hizo sonar un par de acordes y comenzó el baile. Entre la multitud de actores torpes y pobremente vestidos, Sybil Vane se movía como una criatura de un mundo mejor. Su cuerpo se mecía al bailar igual que una planta se mece en el agua. Las curvas de su garganta eran como las curvas de un lirio blanco. Sus manos parecían estar hechas de frío marfil.
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☐ 𝙗𝘢𝙨𝘪𝙡 𝙫𝘢𝙣𝙚 ✔
Fanfiction𝐀𝐝𝐚𝐩𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐚𝐥 𝐂𝐡𝐚𝐧𝐣𝐢𝐧. -𝖱𝖾𝗓𝖺, 𝖧𝗒𝗎𝗇𝗃𝗂𝗇, 𝗒𝗈 𝗋𝖾𝗓𝖺𝗋𝖾́ 𝗉𝗈𝗋 𝗍𝗂́ 𝖺 𝗍𝗎 𝗅𝖺𝖽𝗈.