capítulo 11

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Advertencia: muerte de un personaje. Narración de un homicidio; violencia física y un corazón roto.

SALIÓ DE LA HABITACIÓN y comenzó a subir mientras Christopher lo seguía de cerca. Avanzaban en silencio, como lo hacen de noche los hombres por instinto. La lámpara proyectaba sombras fantásticas sobre la pared y la escalera. Un viento que empezaba a levantarse hacía vibrar algunas de las ventanas.

Cuando llegaron al último descansillo, Hyunjin dejó la lámpara en el suelo y, sacando la llave, la hizo girar dentro de la cerradura.

—¿Insistes en saberlo, Christopher? —⁠preguntó bajando la voz.

—Sí.

—Será un placer —murmuró sonriendo, y a continuación añadió con cierta amargura⁠—: tú eres el único hombre en el mundo con derecho a saberlo todo sobre mí. Has tenido que ver con mi vida más de lo que crees.

Y, tomando la lámpara, abrió la puerta y entró. Una fría corriente de aire los atravesó, y la luz se volvió por un momento una llama de color naranja oscuro. Tembló.

—Cierra la puerta tras de ti —⁠dijo mientras dejaba la lámpara en la mesa.

Bang echó un vistazo a su alrededor con una expresión de desconcierto. Un tapiz flamenco descolorido, un cuadro cubierto por una cortina, una vieja cassone italiana y una estantería casi vacía: eso era todo lo que parecía contener aquel lugar además de una silla y una mesa. Mientras Hyunjin encendía una vela medio consumida que había sobre la repisa de la chimenea, vio que todo estaba cubierto de polvo y que había agujeros en la alfombra. Un ratón corrió trabajosamente a esconderse tras el revestimiento de madera. Olía a humedad y a moho.

—Así que crees que sólo Dios puede ver el alma, Chris… Aparta esa cortina y verás la mía.

La voz que habló era fría y cruel.

—Estás loco, Hyunjin, o representando un papel —⁠musitó Bang frunciendo el ceño.

—¿No quieres? Entonces tendré que hacerlo yo mismo —⁠dijo el joven, y arrancó la cortina de la barra, y la arrojó al suelo.

Una exclamación de horror salió de labios de Christopher al ver bajo la tenue luz la horrible criatura que lo miraba lascivamente desde el lienzo. Había algo en su expresión que lo llenaba de aversión y asco. ¡Cielo santo! Estaba mirando el propio rostro de Hwang Hyunjin. El horror, por grande que fuese, no había, con todo, destruido por completo aquella belleza maravillosa. Aún quedaba algo de oro en los cabellos que adelgazaban y algo de escarlata en los labios sensuales. Los ojos húmedos aún conservaban algo del encanto de su azul; las nobles curvas aún no habían desaparecido por completo de la nariz cincelada y la escultórica garganta. A pesar de todo, seguía siendo Hyunjin. Pero ¿quién había hecho aquello? Le parecía reconocer sus propias pinceladas, y él mismo había diseñado el marco. La idea era monstruosa, y sintió miedo. Tomó la vela encendida y la acercó al cuadro. En la esquina izquierda estaba su nombre, trazado en largas letras de color bermellón.

Era una repugnante parodia, una sátira infame e innoble. Él jamás la había hecho. Y, sin embargo, seguía siendo su cuadro. Lo sabía, y sentía como si su sangre hubiera pasado del fuego al quieto hielo en un momento. ¡Su propio cuadro! ¿Qué significaba? ¿Por qué estaba alterado? Se volvió y miró a Hyunjin con los ojos de un hombre enfermo. Tenía crispada la boca y su lengua seca parecía incapaz de articular palabra. Se pasó la mano por la frente. Estaba fría y húmeda por el sudor.

El joven se apoyaba sobre la repisa de la chimenea observándolo con la curiosa expresión que vemos en el rostro de los absortos en una representación cuando un gran artista actúa. No había ni verdadero dolor ni verdadera alegría. Era, simplemente, la pasión del espectador, quizá con un destello de triunfo en sus ojos. Se había sacado la flor del abrigo y la estaba oliendo, o simulando olerla.

 ☐   𝙗𝘢𝙨𝘪𝙡 𝙫𝘢𝙣𝙚  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora