Justo a las nueve y media, tal y como hacía los siete días de la semana sin excepción, Richard Sharon entró en su bien iluminado y suntuoso comedor, donde lo esperaba el acostumbrado desayuno consistente en tres huevos escalfados, jamón y tostadas. Su mayordomo, Magnus, lo saludó con un prosaico «Buenos días» mientras le servía el té con una tetera plateada que más tarde dejó sobre una mesa auxiliar a fin de retirarle la silla situada a la cabecera de la mesa. Richard se sentó cómodamente y, sin mediar palabra, Magnus le colocó la servilleta en el regazo, inclinó la cabeza una sola vez y se marchó de la habitación. Richard utilizó el tenedor para coger una loncha de jamón y comenzó a comer con ganas.
La vida era maravillosa, pensó al tiempo que extendía el periódico encima del nuevo mantel español de complicados bordados. Ojeó la primera página sin encontrar nada en particular que llamara su interés: más altercados con los trabajadores de los muelles, un incendio en el extremo norte de la ciudad y las acostumbradas irregularidades en el Parlamento. Por desgracia, se trataba de noticias atrasadas varios días, pero eso no tenía remedio cuando uno vivía en el campo. Y, por supuesto, jamás soñaría con cambiar el hogar de su familia por la casa de la ciudad. Vivir en Winter Garden tenía muchas ventajas, entre ellas unos negocios de lo más lucrativos; y con el último trabajo estaba obteniendo unos beneficios que iban mucho más allá de lo que imaginó en un principio. Sí, sin duda la vida era maravillosa.
Comenzó con los huevos mientras seguía descartando la información menos importante, y en ese momento su mayordomo entró en la estancia y se aclaró la garganta.
Richard levantó la vista para hacerle entender que reconocía su presencia, a sabiendas de que la información debía ser importante, ya que había dado órdenes estrictas con respecto a ser molestado durante las comidas.
-Perdone la intromisión, milord, pero la señora Bennington-Jones solicita un momento de su tiempo. ¿La recibirá?
Richard ocultó muy bien su sonrisa. Siempre recibía a Penélope BenningtonJones, y Magnus lo sabía. Pero la obligación del hombre era preguntárselo, y él siempre valoraba mucho a los sirvientes que cumplían con su obligación. El excelente mayordomo llevaba con él seis años y siempre seguía sus órdenes sin cuestionarlas... tal y como era su deber.
Tras volver a concentrar su atención en el plato, depositó un trozo de jamón sobre su lengua antes de masticarlo muy despacio y pasar otra página del periódico, y todo mientras Magnus aguardaba con las manos a la espalda. Después de tragar y coger la taza de té ordenó.
-Hazla pasar.
El mayordomo abandonó una vez más la estancia, y entonces fue Richard quien se vio obligado a esperar con una sensación a caballo entre la expectativa y el temor.
Había enviado una nota el día anterior para solicitar una visita de Penélope, y aunque nunca habría imaginado que llegaría tan temprano, sabía que se presentaría. Encontraba a la dama irritante más allá de toda descripción, pero era su chismosa preferida en Winter Garden, sobre todo porque ella no tenía ni idea de lo mucho que valoraba sus entrometidas observaciones. De hecho, la mujer ni siquiera se imaginaba que la utilizaba justo para eso. Con todo, se adaptaba al trabajo a la perfección.
Momentos después escuchó el traqueteo de sus tacones sobre el suelo de parquet y se resignó a soportar la tertulia, aunque no estaba dispuesto a revelar su ansiedad. Seguía comiendo y leyendo el periódico cuando la oronda figura de la dama abarrotó la estancia.
-Buenos días, lord Rothebury -saludó con tono alegre.
Apenas levantó las pestañas para mirarla, pero fue suficiente para captar la sonrisa falsa que esbozaban sus labios, la expresión de malicia que se leía en sus astutos ojos y su voluminoso y extravagante vestido con el sombrero a juego, cuya pluma se inclinaba de forma extraña sobre su cabeza debido al viento que hacía fuera. Esa mujer era un esperpento y Richard deseó por enésima vez que su mejor espía tuviese un aspecto algo más agradable.
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The Promise
RomanceAl margen de ser uno de los jóvenes más bellos de la Francia de 1849, la mejor virtud de Jung Hoseok es su inteligencia... que pone al servicio del espionaje británico. Cuando sus servicios son requeridos en el sur de Inglaterra para desmantelar una...